Era jueves. En una de las mesas del bar "ROÑOSO" soportábamos una partida de truco eterna. De un lado El Turco Desvarietti y el profesor Maradona, del otro: El Toba Vieytes y el Uruguayo Pococho. Romulo y yo esperábamos y desesperábamos por el sesgo manierista con el que los contendientes ilustraban sus jugadas. Asi Cada Envido era una egloga y cada quiero retruco una epopeya. Romulo había repasado con vino toda la mesa, yo seguía las evoluciones de las partículas de polvo en el contraluz de la ventana crepuscular. Nos salvó del tedio la oportuna aparición de Piton Pipeta, nuestro hombre de inteligencia. Y era una aparición a juzgar por su rostro blanquecino y sus ademanes, que casi nos impiden ver al indio, su amigo fiel, símbolo de la pampa indómita que se niega a desaparecer.
- He visto a Otilio! He visto a Otilio! gritaba Piton y entonces nos contó que al doblar una esquina se topó de lleno con Otilio Rivarola, que llevaba finado un lustro más o menos.
" Fue ayer noche, como a las diez. Iba a comprar unos felipes para acompañar un arrollado que me había quedado jame-jame cuando al llegar a la cuadra del boliche Leoneli me topé de lleno con El difunto. Tenia la ropa de la ultima milonga y la bolsa de los zapatos colgandole del hombro. No me hizo reverencia. Ni siquiera un segundo vaciló, como Diria Cortazar, hablando como Poe. Me pareció tan inquietante que decidí seguirlo a ver a donde iba. Me condujo por callejuelas que nunca había visto(yo que conozco el barrio desde que era chiquito) en un itinerario alumbrado por luces amarillas y faroles en el que crepitaba la llama del candil. En las veredas negocios imposibles bajaban sus persianas a nuestro paso e incluso llegue a oír en lontananza la tartajosa voz de un sereno que anunciaba una hora avanzada que no correspondía a mi reloj de cadena.
Contra una vidriera unos muchachones practicaban un tango y aquello si que me pareció raro porque era como la celebre foto, pero en directo.
Por fin llegamos a un galpón de puerta verdinosa. Rivarola entró sin llamar.
Yo esperé diez segundos y me colé también. Adentro, las luces de afuera entraban por las claraboyas mugrientas del galpón polvoso, visiblemente abandonado.Y en el centro Tinieblas, nada más.
Yo no soy hombre de miedos ni de sustos. Ha atravesado camposantos y frecuentado sitios de mala fama en busca del resquemor, un resquemor que no he experimentado.
Pero en ese galpón solitario y tenebroso sentí algo.
Ya me estaba volviendo por la puerta cuando el eco de un tango fantasmal salido de la nada me hizo volver sobre mis pasos. Ahora parecía que una claridad preternatural iluminaba la estancia. Me pareció ver a los costados sillas ocupadas por milongueros y pebetas que antaño frecuentaban la milonga. La música sonaba ahora más clara: una versión aberrante e infinita de "Dame la lata" ejecutada con violín, guitarra y mandolina, desafinados todos. Vi como los milongueros del pasado se ataban los cordones y como las esbeltas glorias del ayer se ajustaban las hebillas.
Pero en todo el tiempo que estuve allí ninguno salio a bailar. Solo se ajustaban los zapatos repitiendo una y otra vez la misma ceremonia.
Pero lo que me pareció mas inquietante y lo que me decidió a salir disparado de aquel lugar infame fue reconocer entre los bailarines a tipos que he visto ayer nomás en la "Milonga del oriental", monstruos que me han topado e incluso pisado en la milonga. Tipos que incluso muertos te fastidian y te sacan a bailar las minas que habías elegido.
Eso si que es inquietante".
La estancia había ido oscureciéndose. Solis, absorto en el relato no había encendido las luces del bar. En las mesas fronteras los ojos de los parroquianos eran como ajos agrandados por la transgenia. La penumbra dificultaba ver con claridad la inocente blancura de los porotos. El vino tenia la apariencia de un mensaje de sangre escrito por un sicópata en la tabla mugrienta. Solo se escuchaba el deglutir desesperado de las gargantas salivosas y crédulas.
Romulo que había estado atusandose el bigote se aclaró la garganta con anis y despues de carraspear afirmó con filosofica contundencia:
- vos también... te lo pensás mucho para sacar las pibas! Como no te van a ganar de mano los muertos esos!
para agregar más tarde:
- Che Solis, hacete un par de familiares de milanesa que este truco no termina más!
- He visto a Otilio! He visto a Otilio! gritaba Piton y entonces nos contó que al doblar una esquina se topó de lleno con Otilio Rivarola, que llevaba finado un lustro más o menos.
" Fue ayer noche, como a las diez. Iba a comprar unos felipes para acompañar un arrollado que me había quedado jame-jame cuando al llegar a la cuadra del boliche Leoneli me topé de lleno con El difunto. Tenia la ropa de la ultima milonga y la bolsa de los zapatos colgandole del hombro. No me hizo reverencia. Ni siquiera un segundo vaciló, como Diria Cortazar, hablando como Poe. Me pareció tan inquietante que decidí seguirlo a ver a donde iba. Me condujo por callejuelas que nunca había visto(yo que conozco el barrio desde que era chiquito) en un itinerario alumbrado por luces amarillas y faroles en el que crepitaba la llama del candil. En las veredas negocios imposibles bajaban sus persianas a nuestro paso e incluso llegue a oír en lontananza la tartajosa voz de un sereno que anunciaba una hora avanzada que no correspondía a mi reloj de cadena.
Contra una vidriera unos muchachones practicaban un tango y aquello si que me pareció raro porque era como la celebre foto, pero en directo.
Por fin llegamos a un galpón de puerta verdinosa. Rivarola entró sin llamar.
Yo esperé diez segundos y me colé también. Adentro, las luces de afuera entraban por las claraboyas mugrientas del galpón polvoso, visiblemente abandonado.Y en el centro Tinieblas, nada más.
Yo no soy hombre de miedos ni de sustos. Ha atravesado camposantos y frecuentado sitios de mala fama en busca del resquemor, un resquemor que no he experimentado.
Pero en ese galpón solitario y tenebroso sentí algo.
Ya me estaba volviendo por la puerta cuando el eco de un tango fantasmal salido de la nada me hizo volver sobre mis pasos. Ahora parecía que una claridad preternatural iluminaba la estancia. Me pareció ver a los costados sillas ocupadas por milongueros y pebetas que antaño frecuentaban la milonga. La música sonaba ahora más clara: una versión aberrante e infinita de "Dame la lata" ejecutada con violín, guitarra y mandolina, desafinados todos. Vi como los milongueros del pasado se ataban los cordones y como las esbeltas glorias del ayer se ajustaban las hebillas.
Pero en todo el tiempo que estuve allí ninguno salio a bailar. Solo se ajustaban los zapatos repitiendo una y otra vez la misma ceremonia.
Pero lo que me pareció mas inquietante y lo que me decidió a salir disparado de aquel lugar infame fue reconocer entre los bailarines a tipos que he visto ayer nomás en la "Milonga del oriental", monstruos que me han topado e incluso pisado en la milonga. Tipos que incluso muertos te fastidian y te sacan a bailar las minas que habías elegido.
Eso si que es inquietante".
La estancia había ido oscureciéndose. Solis, absorto en el relato no había encendido las luces del bar. En las mesas fronteras los ojos de los parroquianos eran como ajos agrandados por la transgenia. La penumbra dificultaba ver con claridad la inocente blancura de los porotos. El vino tenia la apariencia de un mensaje de sangre escrito por un sicópata en la tabla mugrienta. Solo se escuchaba el deglutir desesperado de las gargantas salivosas y crédulas.
Romulo que había estado atusandose el bigote se aclaró la garganta con anis y despues de carraspear afirmó con filosofica contundencia:
- vos también... te lo pensás mucho para sacar las pibas! Como no te van a ganar de mano los muertos esos!
para agregar más tarde:
- Che Solis, hacete un par de familiares de milanesa que este truco no termina más!
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