Bruno Pureschef era un bailarín malo y lo sabia. Le apodaron ALLANDA una contracción lingüística que expresaba sus innegables falencias para el baile y su situación en la pista porque siempre bailaba como al fondo y en el centro de un circuito extraño que recorría media ronda con prisa y casi tropezando. Su baile no Era. Un hecho irrefutable que prescindía de factores externos. No se trataba de indolencia, desidia, enciclopedismo, soberbia o malos profesores. A pesar de sus 4834 clases tomadas y sus 5000 tandas ALLANDA no mejoraba ni entendía el elemental fuego de cobertura que la música debe dar al paso. Ante sus pies se abría el abanico infinito de posibilidades y como intentaba desplegarlo todo junto solo se lo veía como un borrón, una no-sucesión compacta saltando lejos del compás y sutileza. Que en los ratos libres del trabajo farmacéutico, entre las lecturas de Mecánica popular y Lupines el hombre creara pasos ayudado por una escoba no ayudaba. "Si voy por acá y h...