Noches horribles, tangos arruinados por el sudor y el apuro, clones de colonia que en contacto con el miedo comienzan a despedir extraños olores, pasos practicados concienzudamente en horas y horas de soledad con tangos prestados e inadecuados y la ayuda de enseres domésticos que no se pueden reproducir en la ronda porque un objeto inanimado no no juega ni se comunica como el otro, desplazamientos laterales que terminan en empujón, codazo y puntazo al tobillo, soberbia, estilo y alicientes que se van al garete al entrar a bailar a la ronda con solo un mes de clases y la compra del primer cromo. Todos los elementos de una pesadilla recurrente que cualquier principiante experimenta una vez en la vida y que marcara su entrada al vértigo milonguero o un tachón en su empujon de una palabra amable dicha por los viejos milongueros. Pero hay quien ejerció ese menester de manera profesional, un ciudadano desinteresado que era capaz de amortiguar con su sabidur...