La milonga del Oriental nunca fue un refugio de profesores espontáneos. Entendiéndose como espontáneo a cualquier palurdo que esgrimiendo veterania en las pistas y pergaminos de esos que le dan a cualquiera que paga master class o clases con profesionales que vienen de lejos a dar lastima, mete su equivocado saber como una cuña entre tango y tango y va haciendo palanca con sus consejos a la pobre compañera que pensó que venia a bailar, y no a una clase, o al pobre desgraciado que arrobado por un adorno o por el porte y la belleza de una milonguera se metió a sacarla apenas dominando sus piernas. La milonga del Oriental, baluarte del bailongo al aire libre, con su terraplén, su sanja y su parrilla, con su suburbana pista que se perdía en la pampa, nunca toleró a los payasos ni a los consejeros. Y doy por bien empleado el genero, pues es bien sabido que por dos o tres consejeras mujeres hay en proporción una aplastante diferencia de cincuenta a un...