La milonga del Oriental nunca fue un refugio de profesores espontáneos. Entendiéndose como espontáneo a cualquier palurdo que esgrimiendo veterania en las pistas y pergaminos de esos que le dan a cualquiera que paga master class o clases con profesionales que vienen de lejos a dar lastima, mete su equivocado saber como una cuña entre tango y tango y va haciendo palanca con sus consejos a la pobre compañera que pensó que venia a bailar, y no a una clase, o al pobre desgraciado que arrobado por un adorno o por el porte y la belleza de una milonguera se metió a sacarla apenas dominando sus piernas. La milonga del Oriental, baluarte del bailongo al aire libre, con su terraplén, su sanja y su parrilla, con su suburbana pista que se perdía en la pampa, nunca toleró a los payasos ni a los consejeros. Y doy por bien empleado el genero, pues es bien sabido que por dos o tres consejeras mujeres hay en proporción una aplastante diferencia de cincuenta a uno de profesores hombres. Será el agua, el temperamento, el afán de figurar. El caso es que en "El Oriental" solía haber una pareja que ajustaba cuentas con estos botarates a zopapo limpio. Marulo Cayetale y Etelvia Surtille eran una pareja de milongueros que venían bailando juntos de chicos. Perfectamente compenetrados, sin misterio, aburridos. Se conocían tanto que para divertirse se dedicaban a ejercer modestamente la justicia en donde fueran a bailar.
Habitues de los viernes, Tenían una mesa reservada cerca de la parrilla y el olfato embotado. Marulo usaba taco francés terminado en acero. Etelvia era una mujer rustica y desconfiada. de esas que bailan con un bolso colgado al brazo. Los dos tenían Oído fino y vista aguda. Cuando localizaban un "maestro" se le acercaban y lo apercibían físicamente. Marulo boleaba bajo al tobillo y el acero hacia su labor. Se oia un siseo y luego un grito corto y estridente. Y allí solía acabar la "lección" de tango. El desafortunado intentaba increpar a Marulo, pero lo disuadía la estatura del hombre y su inocente sonrisa al decir "perdoneme, es que estaba hablando usted y no se dio cuenta que venia" o " lo lamento muchisimo, pero me distrajo su chachara didáctica y no vi que tenia justo su talón clavado en mi taco". Las mas de las veces eso solía funcionar, pero si el sujeto era recalcitrante hacia falta algo mas fuerte. Entonces y sin que viniera a cuento el bolso de Etelvia solía describir una media parábola perfectamente medida en la variación y se estrellaba en medio de la espalda del insolente que boqueando sin aire daba por interrumpida la cátedra y se iba alejando mientras Etelvia le gritaba; "Ve, no hay que comer sandia con vino, que hace mal" o "pobre, se comió una libélula enterita". Se dirá que un bolso de mujer no es oponente para una espalda curtida en ignorar las convenciones de la ronda. Pero si el bolso lleva en su interior como unico ocupante un medio ladrillo si podria decirse que el ejercicio del bolsaso da sus frutos.
Fue una labor ejercida con tesón y esmero mucho tiempo. Tanto que la fama de estos correctivos se difundió entre los profesores espontáneos y se fueron distanciando del Oriental, dejando la pista de tierra apisonada limpia de consejos y reconvenciones. Llegó a haber una pista paralela, en noches en que los muchachos del fulbo no comparecieran, donde los consejeros intentaban desfogar su sabiduría entre ellos. Pero ni eso duro. Al final aburridos de bailar y no hacer justicia. Esta singular pareja se fue buscando otros rumbos y otros profesores. O simplemente se cansaron y no volvieron a impartir su ley en las milongas. Sino miren a su alrededor y verán como a lo largo de cualquier ronda y de cualquier milonga recrudecen los profesionales del consejo. Y los golpes menudean, sin justicia, fortuitamente.
Habitues de los viernes, Tenían una mesa reservada cerca de la parrilla y el olfato embotado. Marulo usaba taco francés terminado en acero. Etelvia era una mujer rustica y desconfiada. de esas que bailan con un bolso colgado al brazo. Los dos tenían Oído fino y vista aguda. Cuando localizaban un "maestro" se le acercaban y lo apercibían físicamente. Marulo boleaba bajo al tobillo y el acero hacia su labor. Se oia un siseo y luego un grito corto y estridente. Y allí solía acabar la "lección" de tango. El desafortunado intentaba increpar a Marulo, pero lo disuadía la estatura del hombre y su inocente sonrisa al decir "perdoneme, es que estaba hablando usted y no se dio cuenta que venia" o " lo lamento muchisimo, pero me distrajo su chachara didáctica y no vi que tenia justo su talón clavado en mi taco". Las mas de las veces eso solía funcionar, pero si el sujeto era recalcitrante hacia falta algo mas fuerte. Entonces y sin que viniera a cuento el bolso de Etelvia solía describir una media parábola perfectamente medida en la variación y se estrellaba en medio de la espalda del insolente que boqueando sin aire daba por interrumpida la cátedra y se iba alejando mientras Etelvia le gritaba; "Ve, no hay que comer sandia con vino, que hace mal" o "pobre, se comió una libélula enterita". Se dirá que un bolso de mujer no es oponente para una espalda curtida en ignorar las convenciones de la ronda. Pero si el bolso lleva en su interior como unico ocupante un medio ladrillo si podria decirse que el ejercicio del bolsaso da sus frutos.
Fue una labor ejercida con tesón y esmero mucho tiempo. Tanto que la fama de estos correctivos se difundió entre los profesores espontáneos y se fueron distanciando del Oriental, dejando la pista de tierra apisonada limpia de consejos y reconvenciones. Llegó a haber una pista paralela, en noches en que los muchachos del fulbo no comparecieran, donde los consejeros intentaban desfogar su sabiduría entre ellos. Pero ni eso duro. Al final aburridos de bailar y no hacer justicia. Esta singular pareja se fue buscando otros rumbos y otros profesores. O simplemente se cansaron y no volvieron a impartir su ley en las milongas. Sino miren a su alrededor y verán como a lo largo de cualquier ronda y de cualquier milonga recrudecen los profesionales del consejo. Y los golpes menudean, sin justicia, fortuitamente.
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