Salgo de la pizzeria luego de verificar que mis nuevas creaciones Parmenides con anchoas, Platon de Bufala y Discepolo con pistachos, se hornean adecuadamente. Subo al tangomovil, exorcizado de su anterior dueño cura por muchas tandas de Darienzo-Echague y me dirijo al Oriental, la milonga a cielo abierto. Como todos los viernes.
En la entrada de ligustrina Bradbury cuenta el cambio y me da el numero habilitante. Alguna vez Riquelme estiro su generosidad de organizador sorteando una mesa servida para cuatro personas. Los que ganaron, Integrantes del ballet Soga flaca comieron para las generaciones venideras. Ahora, si hay sorteo, es para ver en primera fila a los Titanes de la milonga cuyo publico selecto se compone de apostadores compulsivos. Cátulo Bernal colecciona números y cuando esta inspirado escribe versos cortos detrás para regalar a las muchachas que no le hacen caso.
Ahora todos los números son para Nina, su nuevo amor.
Llego temprano. La mesa bajo el árbol de limones tiene nuestro cartel de reservada. El resto de la barra Lusiardiana debe venir del bar Roñoso donde pierden las tardes indignamente.
Calcio y Siniscalco, los discípulos del poeta destacan en la pista cuando aun es temprano para ver alguna pareja que baile de verdad. Pido a Mocito Taura, nuestro camarero de cabecera, mi copa, el cabernet Dellacasa cosecha 17 que sustituye al Delacasa 15 embotellado y adulterado a pie de pista. Me repantigo mirando algunos giros y veo venir la picada inicial y a Pitón Pipeta, con la cara roja y el peinado hecho a jabón de hotel. El matrimonio Pipeta es infiel por turnos: A Pitón corresponden las tardes y a Martita turno noche en una FM. donde ya no trabaja.
Pipeta casi tapa la voz de Ángel Vargas con sus gritos:
En la entrada de ligustrina Bradbury cuenta el cambio y me da el numero habilitante. Alguna vez Riquelme estiro su generosidad de organizador sorteando una mesa servida para cuatro personas. Los que ganaron, Integrantes del ballet Soga flaca comieron para las generaciones venideras. Ahora, si hay sorteo, es para ver en primera fila a los Titanes de la milonga cuyo publico selecto se compone de apostadores compulsivos. Cátulo Bernal colecciona números y cuando esta inspirado escribe versos cortos detrás para regalar a las muchachas que no le hacen caso.
Ahora todos los números son para Nina, su nuevo amor.
Llego temprano. La mesa bajo el árbol de limones tiene nuestro cartel de reservada. El resto de la barra Lusiardiana debe venir del bar Roñoso donde pierden las tardes indignamente.
Calcio y Siniscalco, los discípulos del poeta destacan en la pista cuando aun es temprano para ver alguna pareja que baile de verdad. Pido a Mocito Taura, nuestro camarero de cabecera, mi copa, el cabernet Dellacasa cosecha 17 que sustituye al Delacasa 15 embotellado y adulterado a pie de pista. Me repantigo mirando algunos giros y veo venir la picada inicial y a Pitón Pipeta, con la cara roja y el peinado hecho a jabón de hotel. El matrimonio Pipeta es infiel por turnos: A Pitón corresponden las tardes y a Martita turno noche en una FM. donde ya no trabaja.
Pipeta casi tapa la voz de Ángel Vargas con sus gritos:
—¡CÁTULO SE CASA! ¡CÁTULO SE CASA!
Se le cae la baba. Detrás suyo, El indio Martin montado en su caballo Corsini va tirando al aire granos de maíz usados para marcar los tantos en el truco.
—¿Qué pasa? ¿Están de heraldos? ¿No consiguieron pétalos de rosa para gritar la novedad?
El indio me mira y responde con la voz ronca que no usa cuando esta en plan conquista.
—Mi gente es del maíz. Somos pocos ahora de mi raza. La gente de la soja pisa fuerte. Yo esparzo a mis hermanos por la tierra esperando que crezcan y vuelvan encarnados a la tribu. Este se cruzó adelante, porque es un metido.
—¿Quién les dijo?
—Él mismo. Cuando Nina volvió de sus vacaciones vio una declaración de amor en verso tipo rompecabezas hecha con los números de la milonga, y al gato Adolfo que traía una canastita con un casette de los viejos. Catulo se apareció con un grabadorcito y a medida que se escuchaba la cinta él mismo repetía el pedido de matrimonio.
—¡Que romántico! —digo con voz grave.
—Ahora son pareja y cuidan del gato Adolfo. ¡Nina le dijo que si! Voy a contarle la novedad a las buenas gentes de la milonga. —Pipeta parece una comadre a punto de estrenar vestido nuevo.
—¡BERNAL SE CASA! ¡BERNAL! ¡CÁTULO BERNAL SE CASA! —dice rodeando las mesas hasta llegar al lado de la parrilla donde el uruguayo Pococho añora a su perdido hijo que vino de las estrellas. A los que son sensibles les gusta el humo lloriquero.
—A este hombre el matrimonio libre no le hace bien. Cada vez esta más bobo. Me voy a ver si hago algo de provecho —dice el Indio Martin y prosigue su silencioso rito.
Las muchachas que bailan con los discípulos del poeta vienen hacia la mesa, pataleando su enojo.
—Pero, ¿Cómo que Bernal se casa? ¡Los poetas no se casan! Tienen amores que siempre los engañan o sufren en silencio por mujeres esquivas. Como en los tangos. Pero no se casan.
—No veo porqué —digo mientras manoteo los pedazos menos quemados de la milanesa picada—. Toda persona tiene derecho a fracasar en cuotas. Y algunos matrimonios son fracasos diferidos. ¿Qué importa lo que haga mientras a sus versos los lea quien los necesite? Se casará, colgará sus poemas en las redes, preferirá comprar una lavadora en cuotas y unos individuales para no manchar la mesa de la cocina con comida mediocre, a perder la actitud y el tiempo en la milonga. Se le irán los versos, el pelo, el bigote. Será una anécdota o un recuerdo. Paseará en soledad y cada tanto asomará su imagen legendaria por aquí donde era feliz en su desventura. Mucho más que algunos que solo tienen plata.
—Pero Bitio, ¡Nos trajiste a la milonga para ver un poeta, un perdedor verdadero! ¿Y ahora nos salen con estas? —grita la otra, que lleva un bolso hecho con tapas plastificadas de libros de Coelho en bandolera— ¿Qué motivación vamos a tener en el taller?
Algunos que bailan la miran reprochando.
—Hubieran venido cuando estaba el tren turístico de la milongueridad. Había más ambiente maquillado. Además la oficina del poeta abre cuando quiere y la del filósofo cuando se le ocurre una cosa mirando otra.
—Vámonos Leti, en esta milonga no hacen pizzas —dice la del bolso, que es ostentosa hasta para irse. Los muchachos corren para alcanzarla.
Leti no hace caso. Se queda, me mira y dice.
—Pero los poetas... Los poetas tienen amores con mujeres poetas...
—O con hombres, da igual. Y esas juntadas entre poetas y egos siempre acaban mal. Gente con gente es mas adecuado.
—Y se aman, se pelean y se vuelven a encontrar con versos.
—Para después pelearse para siempre y escribir la partida con frases que no sirven. Lo típico. Se van a África, venden armas o se hacen matar en alguna revolución. Se mueren de hambre o triunfan y ponen un puestito donde venden firmas. Se graban a modo de protesta durmiendo sin roncar y piden pizza para mojarla en absenta. ¿Quién ha visto un poeta que parezca poeta, sin ser un maniquí? Muchacha...
—No soy Muchacha...
—¿Vos crees que todos estos que bailan en la pista y se abrazan como si fuera la ultima vez son personajes de tango?
—A su manera. Sí. Y no. Todos somos Shakespeare a la hora de leerlo. Como escribía Borges.
—Si todos fuéramos todo el tiempo gente sabia con solo citar por ahí el mundo seria mejor. Pero ya ves, hay tanta gente vacía que se vive citando como si hubiera pensado mucho... Uno es cuando no quiere y cuando quiere no es. La presencia no siempre garantiza el momento inolvidable.
—Pero es que Bernal parece un hombre interesante. Si viniera al taller...
—Esta milonga es un ámbito interesante. Pero el interés lo pone uno. La gente en general es siempre menos interesante que su obra, según dijo otro por ahí. A no ser que la obra sea la actitud y su pose. Todos estos que bailan dejan colgada en la puerta su vida cotidiana y juegan a ser tangueros y milongueros de leyenda. Se cambian el es por otro es acorde a su misterio. Algunos vienen por necesidad, otros por gusto. Juegan a parecer Cecilia Berra y el Pebete Godoy como si estuvieran en una exhibición. Pero saben que no lo son. Y disfrutan igual. Y entonces...¿Qué? Me pregunto. Pero nunca suelo contestarme. La filosofía no busca respuestas. Vive buscando preguntas que no puedan resolverse para encontrar los engaños que den lugar a otras preguntas.
—¡Ah, vos sos el famoso filosofo! Pelandrún, ¿verdad?
—¿Famoso? A veces. Pero no por mis obras, sean pizzas o inquisiciones. Sí. Suelo ser ese que sale en los escritos del poeta. No tengo la apariencia, la toga, el abrigo con anotaciones, la capa, la vela, el carácter y el atributo del filosofo. ¿Y que? Aquí vengo a comer y ya he comido. Vengo a pensar. Y ya he pensado. Y ahora quiero bailar. Te parece bien este Di Sarli?
- Por que no? tampoco he bailado nunca con un filosofo - me dice la muchacha que no es muchacha mientras vamos a la pista.
La ronda es joven y la milonga abre sus brazos para tomar impulso. Algunos hombres hacen versos, otros tienen amores y otros siguen bailando sin cuestionarse mucho la parte que les toca.
Cualquiera suele ser poeta y filosofo si la ocasión se lo manda. La gente busca la felicidad y los sabios solo la alegría, como pueden. Lo que sea será. Y sin tantas vueltas.
Los dejo Pelandrunes. Además de bailar hay otras cuestiones que sin ser filosóficas son profundas. Y no veo porque tendría que compartirlas con ustedes. ¡Hasta la próxima amiguitos!
DIOGENES CATULO PELANDRUN BERNAL (EL FILÓSOFO DE LOS MACETEROS)
Se le cae la baba. Detrás suyo, El indio Martin montado en su caballo Corsini va tirando al aire granos de maíz usados para marcar los tantos en el truco.
—¿Qué pasa? ¿Están de heraldos? ¿No consiguieron pétalos de rosa para gritar la novedad?
El indio me mira y responde con la voz ronca que no usa cuando esta en plan conquista.
—Mi gente es del maíz. Somos pocos ahora de mi raza. La gente de la soja pisa fuerte. Yo esparzo a mis hermanos por la tierra esperando que crezcan y vuelvan encarnados a la tribu. Este se cruzó adelante, porque es un metido.
—¿Quién les dijo?
—Él mismo. Cuando Nina volvió de sus vacaciones vio una declaración de amor en verso tipo rompecabezas hecha con los números de la milonga, y al gato Adolfo que traía una canastita con un casette de los viejos. Catulo se apareció con un grabadorcito y a medida que se escuchaba la cinta él mismo repetía el pedido de matrimonio.
—¡Que romántico! —digo con voz grave.
—Ahora son pareja y cuidan del gato Adolfo. ¡Nina le dijo que si! Voy a contarle la novedad a las buenas gentes de la milonga. —Pipeta parece una comadre a punto de estrenar vestido nuevo.
—¡BERNAL SE CASA! ¡BERNAL! ¡CÁTULO BERNAL SE CASA! —dice rodeando las mesas hasta llegar al lado de la parrilla donde el uruguayo Pococho añora a su perdido hijo que vino de las estrellas. A los que son sensibles les gusta el humo lloriquero.
—A este hombre el matrimonio libre no le hace bien. Cada vez esta más bobo. Me voy a ver si hago algo de provecho —dice el Indio Martin y prosigue su silencioso rito.
Las muchachas que bailan con los discípulos del poeta vienen hacia la mesa, pataleando su enojo.
—Pero, ¿Cómo que Bernal se casa? ¡Los poetas no se casan! Tienen amores que siempre los engañan o sufren en silencio por mujeres esquivas. Como en los tangos. Pero no se casan.
—No veo porqué —digo mientras manoteo los pedazos menos quemados de la milanesa picada—. Toda persona tiene derecho a fracasar en cuotas. Y algunos matrimonios son fracasos diferidos. ¿Qué importa lo que haga mientras a sus versos los lea quien los necesite? Se casará, colgará sus poemas en las redes, preferirá comprar una lavadora en cuotas y unos individuales para no manchar la mesa de la cocina con comida mediocre, a perder la actitud y el tiempo en la milonga. Se le irán los versos, el pelo, el bigote. Será una anécdota o un recuerdo. Paseará en soledad y cada tanto asomará su imagen legendaria por aquí donde era feliz en su desventura. Mucho más que algunos que solo tienen plata.
—Pero Bitio, ¡Nos trajiste a la milonga para ver un poeta, un perdedor verdadero! ¿Y ahora nos salen con estas? —grita la otra, que lleva un bolso hecho con tapas plastificadas de libros de Coelho en bandolera— ¿Qué motivación vamos a tener en el taller?
Algunos que bailan la miran reprochando.
—Hubieran venido cuando estaba el tren turístico de la milongueridad. Había más ambiente maquillado. Además la oficina del poeta abre cuando quiere y la del filósofo cuando se le ocurre una cosa mirando otra.
—Vámonos Leti, en esta milonga no hacen pizzas —dice la del bolso, que es ostentosa hasta para irse. Los muchachos corren para alcanzarla.
Leti no hace caso. Se queda, me mira y dice.
—Pero los poetas... Los poetas tienen amores con mujeres poetas...
—O con hombres, da igual. Y esas juntadas entre poetas y egos siempre acaban mal. Gente con gente es mas adecuado.
—Y se aman, se pelean y se vuelven a encontrar con versos.
—Para después pelearse para siempre y escribir la partida con frases que no sirven. Lo típico. Se van a África, venden armas o se hacen matar en alguna revolución. Se mueren de hambre o triunfan y ponen un puestito donde venden firmas. Se graban a modo de protesta durmiendo sin roncar y piden pizza para mojarla en absenta. ¿Quién ha visto un poeta que parezca poeta, sin ser un maniquí? Muchacha...
—No soy Muchacha...
—¿Vos crees que todos estos que bailan en la pista y se abrazan como si fuera la ultima vez son personajes de tango?
—A su manera. Sí. Y no. Todos somos Shakespeare a la hora de leerlo. Como escribía Borges.
—Si todos fuéramos todo el tiempo gente sabia con solo citar por ahí el mundo seria mejor. Pero ya ves, hay tanta gente vacía que se vive citando como si hubiera pensado mucho... Uno es cuando no quiere y cuando quiere no es. La presencia no siempre garantiza el momento inolvidable.
—Pero es que Bernal parece un hombre interesante. Si viniera al taller...
—Esta milonga es un ámbito interesante. Pero el interés lo pone uno. La gente en general es siempre menos interesante que su obra, según dijo otro por ahí. A no ser que la obra sea la actitud y su pose. Todos estos que bailan dejan colgada en la puerta su vida cotidiana y juegan a ser tangueros y milongueros de leyenda. Se cambian el es por otro es acorde a su misterio. Algunos vienen por necesidad, otros por gusto. Juegan a parecer Cecilia Berra y el Pebete Godoy como si estuvieran en una exhibición. Pero saben que no lo son. Y disfrutan igual. Y entonces...¿Qué? Me pregunto. Pero nunca suelo contestarme. La filosofía no busca respuestas. Vive buscando preguntas que no puedan resolverse para encontrar los engaños que den lugar a otras preguntas.
—¡Ah, vos sos el famoso filosofo! Pelandrún, ¿verdad?
—¿Famoso? A veces. Pero no por mis obras, sean pizzas o inquisiciones. Sí. Suelo ser ese que sale en los escritos del poeta. No tengo la apariencia, la toga, el abrigo con anotaciones, la capa, la vela, el carácter y el atributo del filosofo. ¿Y que? Aquí vengo a comer y ya he comido. Vengo a pensar. Y ya he pensado. Y ahora quiero bailar. Te parece bien este Di Sarli?
- Por que no? tampoco he bailado nunca con un filosofo - me dice la muchacha que no es muchacha mientras vamos a la pista.
La ronda es joven y la milonga abre sus brazos para tomar impulso. Algunos hombres hacen versos, otros tienen amores y otros siguen bailando sin cuestionarse mucho la parte que les toca.
Cualquiera suele ser poeta y filosofo si la ocasión se lo manda. La gente busca la felicidad y los sabios solo la alegría, como pueden. Lo que sea será. Y sin tantas vueltas.
Los dejo Pelandrunes. Además de bailar hay otras cuestiones que sin ser filosóficas son profundas. Y no veo porque tendría que compartirlas con ustedes. ¡Hasta la próxima amiguitos!
DIOGENES CATULO PELANDRUN BERNAL (EL FILÓSOFO DE LOS MACETEROS)
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