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espinas, rosas y poemas en la Milonga del Oriental

Estábamos en la milonga del Oriental, como cada viernes, esperando por un nuevo invento culinario de las cocinas del Chef Otilio Rivadavia "Pollo relleno asado  en costra de barro"  con ensalada de piña y chuleta sajonia  teriyaky, una ostentosa colaboración que había restado un cuarto de la parrilla del Uuguayo Pococho a los clásicos choripanes con chimichurri y algo de tierra en forma de pozo a esa imprecisa frontera-pasillo que contiene las mesas y delimita el predio compartido por Los muchachos del fútbol y los seguidores de los "Titanes de la Milonga" cuyos combates se han vuelto más esperpénticos, si es  eso posible.  La pista de tierra, casi pulida por la infinidad de rondas, estaba hasta los bordes y el personal estable hacia prodigios de amagues y traspiés para esquivar a las parejas conformando una suerte de coreografía improvisada cuyo único objetivo era proteger las bebidas y las viandas que se consumian.  Riquelme el organizador lo tenia claro: ninguno de sus empleados era un patadura a la hora de bailar. Oxidados los robots milongueros del rata Debeljuh, cuyo único objetivo era que nadie se quedara sin bailar, había que apelar al factor humano. Así que hasta el Chef Otilio podía - por contrato tácito - marcarse alguna tanda, si la ocasión lo requería. Pero ahora el chef estaba desaparecido y en la espera, degustábamos peligrosamente un chardonay helado y una bandeja de patatas fritas sin que nos llegaran noticias de los fogones.
En ese instante pude apreciar dos eventos aislados simultáneos que iban a cambiar la noche. Había dos mesas vacías al lado nuestro. A la primera llegó una pareja. Ella rubia, de esas rubias que parecen rusas, con pantalones cortos y una camiseta con la cara de Bowie. El, con la cabellera negra y llamativa y la piel quemada por largas siestas a la intemperie. Parecía uno de esos Playboys místicos, que han vivido muchas experiencias y no parecen mancharse nunca, impecables en su vestimenta blanca. Volviéndolo a mirar y por un gesto, nos dimos cuenta que aquel hombre al que juzgamos por  disoluto, nos era conocido. Muy conocido.  Era el Indio, nuestro amigo pampa, que en tantas aventuras nos había acompañado y que llegaba acompañado, sin lanza y sin caballo. Amablemente nos saludo y los dos fueron  a sentarse a la mesa en la que decía "Reservado, señor Martin".
 No supimos si era su nombre, u otra impostura.
El otro acontecimiento sucedió en la otra  mesa  vacía:  Llegaron cinco  bailarines novicios por la cara de arrobo con la que apreciaban todo el cuadro. Y con ellos una muchacha con un sencillo vestido negro en el que destacaba el detalle de una madreselva paralela a su larga trenza oscura, en natural caída al hombro izquierdo y  prefigurando un hecho comprobado: aquella mujer bailaba.  No me paso por alto que se pusiera unos zapatos de tacón bajo, adecuadisimos para la tierra apisonada y además con suela sin cromo. Salió a bailar enseguida con uno de sus acompañantes. Se movía con la gracia y la soltura de una cabra en las rocas,  modesta en adornos y precisa en el paso. Se veía que el compañero apenas dominaba los rudimentos básicos. Pero ella lo hacia sentir cómodo.
Salió como un borrón el chef, desde algún lugar bajo las parras donde estaba el pequeño cobertizo que hacia de cocina. Supimos por la cara que el prometido plato  gourmet no iba a ser gran cosa. Pococho, con la cara roja miraba ceñudo las bolas de periódico embarradas que llevaban en su interior el pollo nonato. Frente a a sus ojos  una bola exploto - literalmente - dilapidando su contenido de pimientos y cebolla sobre algunos seguidores de los "Titanes de la milonga" que ni se dieron cuenta. Era lógico.  Venia hacia el ring el campeón indiscutido de los Titanes: "Tito Busarda". Allí lo esperaba haciendo elongaciones el Pibe "Adornos" Horkheimer.
Lamentablemente  entusiasmado con la multitud fue a pisar  en el hueco de donde habían sacado el barro para los pollos y se esguinzó.
Entre ayes y aplausos se llevaron a "Busarda".
En la mesa del indio Martin se desarrollaba una amena conversación.  Parecía que toda la parquedad de tantos años había dado paso a una locuacidad desbordante. Su voz de tenor, sus conocimientos y sus ocurrencias divertían a la rubia. y nos sorprendían. Se nos hacia raro compatibilizar ese hombre con el Indio noble, sufrido y presto a la acción.
 En la pista los milongueros esquivaban el calor con economía de recursos. Pocos había girando descontrolado y se agradecía la armonía, que invitaba a ver la belleza del baile por el baile.
Terminó la tanda y la mujer del vestido madreselva volvió, con el rostro enrojecido y los ojos brillantes. Sacó de su bolso una especie de libro encuadernado en hojas de árbol, que resulto ser un anotador y se puso a escribir en el.
Yo llevaba en las manos el libro electrónico en el que suelo anotar mis versos. La muchacha levantó la vista de sus anotaciones. Nuestras miradas se cruzaron. Sonrió y volvió a anotar algo en su diario.  Me dio un poco de vergüenza mi libro, como si hubiera traicionado una forma artesanal de escribir. Un pensamiento tonto: La palabra es palabra. En Pergaminos o en tabletas lo que importa es que haga vibrar a quien lee.
La desconocida  Animó a los suyos a bailar como debe hacer cualquier buen maestro ante sus alumnos, para que ellos experimenten el vértigo de la primera vez y vayan conociendo la diferencia entre las clases y la ronda.
Salieron todos.
Intuí que en ese gesto había una invitacion hacia mi persona.  Años de timideces y rechazo me han enseñado a confiar en las intuiciones. Y  a generar  actos impulsivos, muchas veces equivocados. Pero en ese momento estaba seguro. Deje la mesa y el pollo que llegaba por fin libre del barro y el papel, en una bandeja con papas fritas y en la forma de  dos bolas. No se veía ni olia bien. Arreglandome la chaqueta clara y el lazo rojo en forma de pajarita  me acerque a la desconocida.
-  Hola.
Iba a decirle no se que versos. Pero se me fueron de la cabeza.
- Hola - Tenia la voz cantarina y medio sonreia.
- Soy Catulo.
Miro a su interior y citó: "brillaron para ti, en otros tiempos blancos los soles" .  Lo sé señor Bernal. Soy Helena.
Le correspondi - "toda de blanco, vestida, toda blanca, sobre un ramo de violetas reclinada". Puedo sentarme?
- No.
Maldije mi intuición.
Debi quedarme un segundo confuso. Como esos que prescindiendo de cabeceo atraviesan toda la pista para sacar  y cuando reciben una negativa, no saben por donde desaparecer.
Tampoco me dio tiempo.
- era de esperar que un hombre de letras como usted no se fiara de un gesto vulgar  y viniera en persona a engalanar la invitacion con algún verso.
Hubo una pausa. Ningun la apuró.
 - Una gota en la flor, brilla. Y muchas, como las palabras pesan y la deslucen
  Levante la mano al encuentro de la suya en cortesana invitacion y  fuimos a bailar.
Principiaba la tanda. "Una vez" en la preciosa version Canariana. Me tengo por un bailarin modesto. Pero entonces sentí que cada movimiento que haciamos, se agigantaba y amplificaba. Mis pies parecian comprender perfectamente los espacios que dejaban los suyos. Mi abrazo se relajaba y sentia su mano calida en la espalda y en el brazo. Parecía  como esos raros abrazos de mujeres más altas, que te integran a su eje con los dedos y fundiendose en el espacio compartido. Sin presionar.
Bailamos tres tandas seguidas, contraviniendo los codigos y la rancia terquedad de los conservadores y puristas que hacen pesar sus maldiciones de letras mayusculas sobre los que solo quieren divertirse y no molestan al projimo con giros, cruces o comentarios.
Creo que habriamos bailado toda la noche, casi sin hablarnos si una de las parejas que habían venido con ella no hubiera chocado sin querer a uno de esos cascarrabias que nunca faltan. El tipo había retrocedido en un amague y los novicios no tuvieron tiempo ni recursos para  esquivarlo. Pero el hombre, un mostruo habitue del Oriental, que siempre tenia problemas con todos estaba a los gritos y con ganas de pelea.
Naturalmente Helena le salio al paso excusando a sus alumnos. Y yo con ella.
Pero el tipo aquel no entendia explicaciones. Le gritaba a Helena y la estaba haciendo cargo de su mal baile. Hasta su eventual pareja se alejó, mirandolo reprobatoriamente.
Si hubieramos estado en invierno podria haber procedido de otro modo. Pero hice lo único que se me ocurrio.
 Me saque el zapato derecho, y en gesto dramatico le cruce la cara con el calcetin.
- Acompañado venga usted con sus padrinos - Me salió con voz clara y firme -  Allí en el ring, elegire arma...
No me dio tiempo a más. Senti un golpazo en la nariz y el suelo vino a verme.
Entonces se oyó otra voz como la de Jupiter Tonante - cabeceala melón. Era  el Indio.
Desde abajo, vi venir algo. Impacto de lleno en la cabeza del retrogrado y lo dejo insconciente. Con el calor la bola que albergaba El fallido plato del chef Otilio se habia solidificado.
Con la misma soltura con que esquivaban a los bailarines, el personal estable cargo con el tipo y lo deposito al otro lado del terraplen ferroviario. Riquelme le habia sacado una foto con el movil y enseguida elaboro un cartel en el que se leia: Persona non grata.
Helena estaba inclinada sobre mi. Del reves me resultaba su sonrisa lo mas bello en mucho tiempo.
- No es por nada, pero como un favor, te pediria que no te hagas el Pushkin, batiendote a duelo por los cafetines.
-  Era un riesgo calculado. No creo que supiera que el afrentado elige. Iba a elegir sifon y soda.
- Los gestos heroicos a veces salen mal.  En todo caso espera un poco. Hasta la proxima vez que nos veamos.
Me besó y desaparecio de mi campo visual.
No paso ni un minuto.
Me levante lo más rápido que pude. El grupo de Helena se marchaba. Corri.
El mismo pozo inoportuno que habia fastidiado el pollo y el combate Busarda-Horkheimer me vino a ver en el tobillo.
Sentí un dolor agudo y gritando de frustracion me fui arrastrando como pude hacia  donde estaban los muchachos.
La milonga volvia a sus cauces normales.  Concordia, paz, pasos y armonía.
No me importaba.
Alguien trajo el caballo del Indio. Nos dedico un saludo. Montó a pelo y dandole la mano a la chica Bowie, se la llevó en la grupa perdiendose en la pampa.
En la mesa el pollo en costra estaba casi intacto. El recubrimiento de papel de periódico no  resulto.  Ya habia al lado  una fuente con milanesa picada y papasfritas.
 Somos gentes de costumbre.
- El Indio Martin - dijo Piton Pipeta - quien lo hubiera dicho.
 Repeti  como en un sueño los versos de Poe Adolescente "Helena, tu belleza es para mi como esas remotas barcas níceas que, dulcemente, sobre un mar perfumado, traian al cansado viajero errabundo de retorno a sus playas nativas".
Que lo parió.
Se me habia dado vuelta la mano ganadora.
- Metele que se enfria, dijo Romulo Papaguachi.
Miré a la mesa vacía. Uno de los muchachos estaba recogiendo los restos. Me fije mejor y me apresure a arrebatarle de las manos el diario que Helena habia dejado a proposito.
Busque en las paginas amorosamente escritas.  Poemas, billetes de metro, de tren, recortes e impresiones.
En la ultima página, en una anotacion apresurada habia un verso del romano al que debo mi nombre.
"Desgraciado Catulo, deja de hacer locuras
y lo que ves perdido, por ello..."
Termine el poema. El impulso me hizo tachar mentalmente la palabra correcta "dalo", por un esperanzador "buscalo".
Un poco mas abajo y casi ilegible habia un numero de movil.
Creo que esa noche el único que le agradecio el pollo asado en costra al frustrado Otilio fui yo.

Luego con la panza y el corazon henchidos me fui a llamar.
Por el camino del antes y el despues ninguno me reto a duelo.

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