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MODESTO DEPROFUNDIS - Un milonguero del renacimiento

Bailarín, cantante, actor, poeta, músico, pintor, seductor, aventurero,  humorista.
Todas estas disciplinas se aunaban en la figura del milonguero que nos toca semblar, un tal Modesto Deprofundis, de mentas en neta inconsonancia con su forma de ser. Un personaje cuyas mil facetas presentaban a la luz de la critica inspirada defectos y hasta groseras fisuras.
 Modesto se vendía como un diamante en neto pero apenas llegaba a trozo de carbón.
Hubiera hecho falta para transformarlo la presión insoportable de un dios acostumbrado a lidiar con lo imposible para que esa mutación llegara a lo probable. Y aun así habría que agregar a la intención la necesidad de rodear a Modesto de prójimos comprensibles.
De joven, conoció y amó la forma de ser de los grandes genios italianos. Leonardo, Miguel Angel,  Nicola Di Bari.
Se propuso trasladar esa sapiencia a los ámbitos milongueriles. Con paciencia y tesón se fue moldeando, sin mentores, asiendo sabiduría de aquí y de allá,  forjándose en la fragua de los que lejos de influencias, se hacen a si mismos.
Lamentablemente Modesto se hizo mal.
Por todos lados le colgaban flecos. Si bailaba parecía un simio con hipo. Su cantar era similar al cortejo nupcial de la hiena. Frecuentemente olvidaba la letra suplantándola por versos de su invención o injurias ajenas. Tocaba la flauta dulce con espantable facilidad para la falta de ritmo —no conocía los silencios— y la estridencia. Pintaba fuera de todo manejo de la perspectiva o la armonía. En obras de teatro dirigidas por el mismo sobre actuaba con naturalidad y sin esfuerzo. De sus afanes donjuanescos estaban hartos y hartas las muchachas de la milonga, las milongueras avezadas y los doncellos
En sus tarjetas de presentación, bajo la enumeración de todas sus habilidades llamaba la atención el apartado de aventurero urbano, que había añadido luego de flirtear con el peligro de resultas de atravesar en dos ocasiones los barrios de malvivientes por culpa de una huelga de transportes que lo agarró en traspié y medio ebrio. En ambas ocasiones salió corriendo luego de dejar su chaqueta a los elementos criminales y en ambas lo alcanzaron, contra prestándole a cambio una biaba sin remordimientos y la billetera vacía de la perniciosa perversión del dinero.
Como humorista no tenia par. Y si lo hubiera habido los hubieran condenado a ambos a morir bajo la aspiración lenta de un oso hormiguero.
Y si en todos estos campos Modesto descollaba en negativo arrastraba el agravante de su condición social : sus pobres ingresos fruto del trabajo semanal en una zalamería no le alcanzaban para pagar el favor de la corte de adulones con la que se suelen rodear los sin talento pudientes.
Al final de su vida se propuso escribir sus memorias para las generaciones venideras. Escribió tres paginas en un cuaderno de tapa dura y falto de memoria e inspiración lo fue postergando hasta la noche en que quiso probar en la gastronomía comenzando por deglutir un carpaccio de pulpo pero con el animal entero y viviente.
De todos sus desvelos para esquivar el olvido solo se recuerda la expresión Hacer un Modesto que los milongueros viejos utilizan para referirse a un tipo demasiado chambón.

Comentarios

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