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UN METODO MILONGUERO INFALIBLE/ Por Cátulo Bernal.


 

Cuesta volver a la rutina del encuentro. Después de la no aventura en la tierra del Go, ese extraño más allá de película estilo Manuel Romero donde ahora vive mi padre Clemencio y de la que volvimos, frustrados, concertamos por fin una noche en Milonga del Oriental, en la mesa a pie de pista bajo nuestro amado limonero; los zapatos nuevamente lustrados, el hambre intacta y el ansia por milonguear desmesurada. 

Saben, los que siguen estas crónicas, que El Oriental, mítico potrero donde han gastado piernas grandes, chicos, anónimos, principiantes y princesas del baile, siguió adelante, furtivo en la pandemia, ayudado por su característica principal: ser la única milonga estable al aire libre con temperatura invariable y una topografía poco accesible para cualquiera que no venga a bailar o intente colarse desde la calle. Una milonga oculta por el terraplén ferroviario, ligustrinas, un barrio privado y la sanja que era antes el único punto desde donde se podía ver a las parejas en la pista. Sanja que el jardinero Japonés Sepito(セぴと, en nuestra ignorancia confundimos la Se por la Ce, inexistente en el silabario hiragana japonés), ha adornado con una barrera de zarzamoras que vienen bien para la confección de los postres de la milonga y bloqueado la mirada indiscreta.

Si no vienes a milonguear, si no conoces, podrás pasar delante de la puerta sin encontrar jamás el sitio. Hasta el sonido de las orquestas se pierde en esta extraña geografía ignota.

Por suerte el Oriental es visible virtualmente como un punto en el mapa en la excelente aplicación Bailo.app de Marcelo y Tash, apasionados tangueros, donde figuran las mejores milongas del mundo. Y eso hace que se acerquen a milonguear algunos aventureros del baile, de paso por negocios o turismo.

Entre los bailarines que disfrutan el Caló-Berón que suena, una pareja sobresale como un relámpago que investiga el maizal sin incendiarlo. La mujer lleva un vestido de raso negro con volados de encaje carmesí que ocultan el movimiento felino, etéreo, casi espectral de sus piernas. El hombre viste una chaqueta color cielo de granizo; el pelo fino, renegrido, atado con un moño que tira para atrás un gesto detenido, de muñeco. Cada pierna hace al desplazarse un movimiento laborioso, como si el hombre llevara en cada pie un zahir borgeano de imposible peso.

 El paso de ella es un rictus y el de él, la cadena que ata el fantasma a la tierra, al mundo de penurias claroscuras.

 El filosofo Diógenes Pelandrún que ha estado viendo su derivar por la pista mientras mordisquea sin ganas la picada campera dice:

—He ahí una pareja perfectamente conectada por oposición. Ella es una cometa al viento y él, bueno... no es que él se caiga en cada paso, como les pasa a algunos principiantes, Se tira con rotundidad hasta el fondo. 

—¿Sabe quienes son aquellos dos? —pregunto a Mocito Taura, nuestro camarero, que se acerca con una fuente generosa de papas, fritas pero no bronceadas.

—Se hacen llamar el Conde y la Condesa Cañoncito. 

—¿Es broma? ¿Condes?

—Deben ser de verdad. Nadie usaría de apellido un diminutivo así. 

—Los Condes dicen  tener un método infalible para la difusión del buen tango en cualquier milonga

—¿Ehhh? ¿Eso que bailan es buen tango? —reacciona Pitón Pipeta mientras deja caer un par de papas con mucha aceite en superficie. Yo no sé mucho, pero no se ve lindo.

—Deben ser como esos desinteresados paracaidistas que cada tanto vemos en algún bailongo. Esos que vienen a enseñar a los barbaros, el tango verdadero.

—No sean malévolos. Muchos grandes maestros no bailan lindo. Importa que enseñen con pasión y que los alumnos bailen en conexión y armonía.

—Seguro que a las buenas gentes que no saben mucho de milonguear les hacen una difusión ajustada con buenos precios —Suelta Pitón Pipeta. 

—No. Ustedes se confunden con los condes —El organizador Riquelme, que está pendiente de lo que ocurre entre las mesas  y siempre sale en defensa de los clientes V.I.P. niega enfático—. Los condes tienen un método científico, matemático. ¡Eh, Señores condes! —Se anima a gritar apenas termina el último tango de la tanda—, les presento a estos amigos, habitués de esta sencillo reducto de buen bailar y buen comer. Aquí el biógrafo oficial de la milonga, el literato Cátulo,  querría saber en que consiste su método para la difusión del buen tango.

—Encantado de conocerlos señores —dice el Conde, con una voz que me recuerda vagamente a un graznido—. Nuestro método es sencillo en su concepción, aunque trabajoso en la ejecución y acabado. Se encuentra aún en la fase de recolección.

—De datos dice usted. Trabajo de campo.

—No, No. Mi marido se refiere a la recolección de muestras biológicas —agrega la condesa, con un timbre cercano a la estridencia—. Hemos tenido mucho tiempo mara meditar y desarrollar un plan de acción durante este confinamiento de pandemia.

—¿Muestras biológicas?

—Si. Fluidos esenciales de los mejores bailarines de la actualidad para desarrollar un, diríamos, una especie de concentrado, un destilado, una esencia.

—¿Ehh.? No entendí bien. Quieren muestras biológicas de los mejores, como aquel profesor  que buscaba el ADN. de la milongueridad...¿Cómo se llamaba? 

—No. Nosotros queremos utilizar nuestra experiencia en crear un compuesto. Un elixir, o una vacuna(Todavía no sabemos que irá mejor a nuestros propósitos) que será como esos complejos vitamínicos que suplementaran la docencia(lejos de proponer, por supuesto que la gente deje de tomar clases) y que habrá de suministrarse Como último recurso a todos aquellos seres  adoquines impermeables a la enseñanza clásica. Piénsenlo ¿Quién no pagaría por bailar como Naveira, tomándose unos comprimidos orales? No les digo más porque tenemos muchos enemigos que quieren robarnos las ideas. Y ahora, si me permiten. Cuando suena algún Tanturi no podemos estar sin bailar.

Se van con una zancada antinatural hacia la pista y vuelven a bailar.

—Seres adoquines. Tiene gracia que lo comente, con esa cadencia tan...robusta.

—Es un método científico en toda regla —acota Pelandrún con su característica sorna—. ¿Quién no pagaría, por unos inyectables para bailar mejor en la milonga? No estamos hablando ahora de los profesores de tres al cuarto que con un año de baile se viene para estos lados a difundir. Estos caraduras están a otro nivel. 

—¿Fluidos biológicos? ¿Saliva, orina. lágrimas? ¿sudor y calcetines? ¿Ustedes piensan que alguien podrá prestarse a eso?

—¿Por que no? Los condes se ven gente seria, que sabe lo que hace. No como estos sacamuelas que nos han tenido  a todos encerrados.

—¿Pero que dice, Riquelme? ¿Para usted tienen más credibilidad estos Condes, que no conoce de nada, que voces científicas acreditadas? ¿Y las estadísticas?

—Infórmense señores, infórmense. Una vez excluido lo imposible, lo demás, por improbable que parezca y se vea, debe ser una conspiración. Lo dice el doctor Crasinsky. 

—Me sonaba mucho a Conan Doyle, pero si lo dice Crasinsky...

—Oiga, vaya a avisarles a los científicos que ahí tienen para sacar muestras biológicas. ¿Querían grandes?, Ahí están. Dos tremendos bailarines: Berra y Achaval.

Riquelme sufre lo que podría denominarse un estremecimiento total, que le infla la chaqueta y va a perderse en una sonrisa tamaño parque de diversiones. 

—¡Sebastián, Cecilia. Ahora estoy con ustedes!¡Ay, Ojalá me inviten al bautismo de la criatura!

—¿Qué dice?

—Seguro lo leyó en el face. Estaba debajo de un poema suyo Cátulo. Cecilia y Sebastián van a ser padres.

—Van a ser padremadres, dirá. ¡Que bueno! Como me alegro por ellos. La criatura tendrá ADN milonguero de sobra. Déjese de supositorios o grageas milongueras...

—Oiga, Riquelme, ¿Van a comprar enseñanza inyectable, bebible o por descarga directa para El Oriental?

—¡Cállese ignorante! ¡Pipistrela! ¡Zorro gris! ¡Mesas a mi!¡Pronto! ¡el mantel de las visitas!

—Este hombre está cada vez peor. Un día de estos nos deja sin limonero y sin mesa. 

—¡Que va! ¡Imposible! Ahora que se están vendiendo tan bien los Cuentos de milonga y madrugadas(a la venta en las milongas y por Amazon), la milonga se ha hecho famosa por sus crónicas, Cátulo.

—Tampoco es para tanto. Solo describo las noches un poco mejor de lo que pasaron. O como me hubiera gustado que pasaran. Puedo escribir que ahora,  los bailarines harán una ligera, aunque notable pausa a la altura de la mesa del visitante ilustre para ser vistos. Pero queda mejor anotar algo como: De pronto, al detectar la presencia principal de... las parejas fueron un campo irregular de girasoles meciendo levemente su baile a un sol terreno. Siempre será mejor que poner, es un ejemplo: Se les quedaron mirando como papanatas sin saber si mostrarse, felicitarlos, pedirles clases o invitarlos un vino. Aunque no faltaron quienes se acercaron a la mesa solo por figurar u obtener alguna bebida de rebote. 

—Es el síndrome del  miremen.

Con lo sencillos que son los dos.

—Si habrán visto, si habrán bailado...Puff. Hasta aburrirse. Por eso vienen acá, buscan el detalle insólito de esos que...

 —Muchachos, ¿no es rara la postura de los Condes? Se han parado completamente.

—¿Me parece a mi o están olfateando el aire como los grandes predadores?

—Es el misterioso sentido milonguerico. Ahora vendrán seguramente a la mesa a contarles a los dos de su método científico, mostrarán frasquitos o jeringas, y, como quien va a sacar a una mesa ingrata, confiado en sus fuerzas y le dan pasaporte, se retiraran dejando sobre el mantel la infaltable tarjeta de presentación y triste adiós.

—Pero no se pueden quedar parados ahí en medio de la pista, ¡que falta de milongueridad che!

—Hay que ver...Suerte que los habituales son gente curtida en la pavada y la exhibición imprevista. Los habitués esquivan con arte. Y cuando la ocasión lo requiera son capaces de meter un ganchazo corrector. 

—Insisto en la pose de...no se. Los sentidos y lo sentido me engaña. A la luz amarilla de la ristra de leds me parece ver los...los colmillos vampirudos de esas películas tipo Crepúsculo.

—Usted esta muy mal Diógenes. No me diga que estuvo viendo...

—Y Barry Poty también...

—Que raro. A mi también me parece ver los colmillos, como en esa película de Robert Rodríguez. No me dirá que... sí ¡están corriendo!

—Si a eso le llama correr...parece que estuvieran pataleando en el hielo como en esa película de Nícolas Cage...

—¡Atájenlos! ¡Atájenlos, que van hacia los principales! ¡A mí, empleados!¡Los artistas no se tocan!—Riquelme grita ordenes inútiles, como casi siempre. Los camareros están en la cocina o en la parrilla, buscando viandas. Tampoco hay reacción desde la pista. Faltando  tres compases para cerrar el tango no puede haber más que pose.

Es Pitón Pipeta, quien reacciona, tirando en dirección a los dos un frasco de chimichurri de la casa, que impacta de lleno en la condesa y salpica de refilón al Conde. El hombre resbala y va  dar con toda su gravedad y la boca abierta en el canto de la mesa. La Condesa grita mientras restriega desesperada sus ojos. El menjunje produce en contacto con el frio de la noche vapor, pero no humea. El conde, desdentado, agarra a su pareja y sin parar de bufar como gatos, ambos se pierden en la oscuridad del bosque del fondo, donde los borrachos cultos de la milonga, dicen que ven Yokais, Onis y otras criaturas de la mitología japonesa.

 En la mesa los chicos miran la dentadura de colmillos plásticos, clavada, ridícula. Pipistrela y Mocito Taura limpian la salpicadura del chimichurri bendito. Pitón dice:

—De tanto repetirlo en la madrugada, me acordé que suelen ponerle mucho ajo a este menjunje. Es corrosivo.

—Hay que ver con el método científico. Estos dementes creían en su locura que podían transformarnos a todos en vampiros milongueros.

—Pero buenos bailarines.

—Buenos vampiros milongueros bailarines.

—Y... Con tal de bailar bien, la gente es capaz de inventar cualquier cosa...


Comentarios

Unknown ha dicho que…
Super,tengo que utilizarlo y obviamente recomendarselos a los interesados del baile tanguero de mi comunidad (Juárez Mex. El Paso Tx. Gringolandia)
Pd. Para que dejen de pagar demasiadas clases...

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