INVENTOS PARA SIMPLIFICAR EL TANGO BAILADO EN PANDEMIA
LA MENTE NO DESCANSA IMAGINANDO INVENTOS PARA BAILAR SEGUROS Y CONECTADOS.
«Uno de esos locos inventores asegura tener la solución al problema de la seguridad en las milongas, deje de darle lustre a los pasillos con tanta clase virtual y vaya a verlo».
La voz del jefe tácito Puan Hiriart salia como siempre del busto de Gardel, luego de un graznido conminatorio. Me desperecé en el sillón peluquero del profesor Maradona que hace de sofa en las oficinas Lusiardo y buscando una mascarilla —que no encontré— me dispuse a entrevistar a un tal Efimio Panzetti, inventor y milonguero en ratos perdidos, según la escueta ficha personal que el excentísimo —exento de presencia— tuvo a bien descargarme al móvil. Sin dinero para procurarme protección improvisé una mascarilla: rescaté del cajón de objetos perdidos en la peluquería el babero de un niño con un bordado de ositos que desinfecté con un poco de ron del que se usa para cocinar y subiendo a mi Musetta negra fileteada por los malandras del barrio me fui; uno más en la creciente marea de ciclistas y deportistas de ocasión.
El lugar del encuentro «Bar pizzeria El loco Pipi», establecimiento que en el pasado parece haber sido usado como mercería o tienda de animales. Cual si al pasillo largo de una casa con vestíbulo le hubieran agregado dos escaparates de metro y medio a los lados.
Al fondo, en penumbra inducida, la barra; un horno de barro endurecido por el tiempo, el gigantesco pizzero y un camarero que practica atletismo corriendo desde la caja a la plaza donde han puesto tres mesas, ocupadas. Los dos hombres del escaparate izquierdo rumian tras el cristal una fugazza sin mucho queso mientras observan en postura maniquí la plaza. El hombre de la derecha, con una camiseta verde, pantalones náuticos blancos y una visera-mascarilla transparente sujeta por un elástico a su cara flaca es Panzetti. Lo sé por los libros desparramados en la mesa, su abundante cabellera blanca y unas letras que dicen Panzetti Invention´s sobre unos círculos rojos pintados con esmalte que protegen sus ojos del fulgor del verano.
Con semejantes pintas ni se fija en mi babero mascarílla. O no ve nada.
Apenas traspaso el vestíbulo —luego de atar la bicicleta con dos candados a un soporte de la plaza— el camarero, con mascarilla estilo ninja abre la vidriera a requerimiento de Panzetti. Temo, por un momento, que me encierre. Deja el cristal apenas entreabierto.
Enseguida el inventor me ofrece, amigable, un trozo de su pizzetta de caballa.
—Esto es arte. Los sabores que hay aquí no los tienen en ningún lado —dice haciendo crujir el delicado espinazo del pez, que el pizzero ha espolvoreado por arriba cual si fuera orégano. Acepto agradecido aunque no muy entusiasmado y le doy un bocado, rechazando un trozo mayor. No tiene mal sabor, pero tampoco enloquece.
Ojeo el menú buscando algo que me saque media espina clavada en la encía: Pizzaiola de berberechos a la bechamel, napolitana de mejillones, alcachofas fritas con puntas de calamar, fideos a lo que salen con ajo al pan.
—La loca Pipi, mujer del creador, es pescadera —comenta Panzetti babeando caballa—. Aquí siempre hay genero de calidad.
Descarto «Las locuras del loco»: el calzone con mermelada de osobucco y la balsa de garbanzos en compota. Pido una pizza de queso solo y una jarra de cerveza a descontar del vale de comida Lusiardo.
El camarero me mira con lástima por no apreciar los sabores gourmet. Por suerte trae pronto la cerveza en un frasco reciclado, posiblemente de los famosos garbanzos en compota.
—La loca Pipi, mujer del creador, es pescadera —comenta Panzetti babeando caballa—. Aquí siempre hay genero de calidad.
Descarto «Las locuras del loco»: el calzone con mermelada de osobucco y la balsa de garbanzos en compota. Pido una pizza de queso solo y una jarra de cerveza a descontar del vale de comida Lusiardo.
El camarero me mira con lástima por no apreciar los sabores gourmet. Por suerte trae pronto la cerveza en un frasco reciclado, posiblemente de los famosos garbanzos en compota.
Hace calor y me siento como un pollo cociéndose a fuego lento a la vista de todos.
—¿Entonces?
—¿Entonces que?
—Cuénteme un poco de su invento.
—Ah, Si. Si. El invento. Tanto tiempo encerrado sin contacto me hace perder la perspectiva. Cada vez que salgo me parece que voy a un encuentro de amigos. ¿Puedo contarle una experiencia personal?
—Mejor hable de su invento.
—Tiene razón. Disculpe. Mis amigos han quedado al otro lado de...
—Su invento.
—Si.Sí. Verá, mi invento es de una complejidad muy simple.
—¿Complejidad simple? ¿Como los grandes productos de la tele tienda?
—Yo no llego a tanto. Esa gente llevan mucho tiempo perfeccionando el arte de vender cosas que no funcionan. Si mi invento se populariza debería servir, debería servirnos a los milongueros. Se trata de un resguardador de fluidos personales volátiles. un desfluidizador.
—¿Un qué?
—¿Entonces?
—¿Entonces que?
—Cuénteme un poco de su invento.
—Ah, Si. Si. El invento. Tanto tiempo encerrado sin contacto me hace perder la perspectiva. Cada vez que salgo me parece que voy a un encuentro de amigos. ¿Puedo contarle una experiencia personal?
—Mejor hable de su invento.
—Tiene razón. Disculpe. Mis amigos han quedado al otro lado de...
—Su invento.
—Si.Sí. Verá, mi invento es de una complejidad muy simple.
—¿Complejidad simple? ¿Como los grandes productos de la tele tienda?
—Yo no llego a tanto. Esa gente llevan mucho tiempo perfeccionando el arte de vender cosas que no funcionan. Si mi invento se populariza debería servir, debería servirnos a los milongueros. Se trata de un resguardador de fluidos personales volátiles. un desfluidizador.
—¿Un qué?
—Es un artilugio que impide que sus fluidos personales se mezclen con el de la persona con la que baila. A su vez preserva a los otros participantes de la ronda sin que sea necesario respetar la distancia obligatoria de un metro o dos entre pareja y pareja, depende a que practimilonga vaya. Porque por el momento todo son practimilongas.
—Es verdad. Es lo que hay.
—Es verdad. Es lo que hay.
—Hay por todos lados brotes verdes. Milonguitas con poca gente que aparecen como fantasmas, con parejas de hecho o parejas armadas y testeadas con certificado de garantía. Eso se está viendo ahora, pero el papel del organizador pasa a tener una carga de autoridad y vigilancia que muchos espíritus libres y rebeldes no están dispuestos a acatar. Cosa que no debería ser así si se pone en practica mi maravilloso invento y retomamos la buena senda.
—Pero, ¿es un artilugio para llevar?¿Se enchufa en algún lado para descontaminar el ambiente?
—Pero, ¿es un artilugio para llevar?¿Se enchufa en algún lado para descontaminar el ambiente?
—No. No. ¿Usted dice algo como los «disuade alimañas Rombert»? No. Mi invento es de uso personal. Mire, se trata básicamente de una cúpula aislante. Por cuestiones de marketing y mal gusto le cambié el nombre original, que era más abarcativo y contenía en si propio la explicanción.
—Explicación.
—No.No. Explicanción. El jingle de promoción. Soy diseñador de juguetes infantiles y muchas de mis obras las presento con la explicanción. Como esta:
«Ahi viene la diversión,
con el monito de la cabeza loca
todos querrán frotarle la melena
al monito cabezon»
Tras el babero la mandíbula se me mueve perceptiblemente por la publicidad y el desafinado.Temo que después del confinamiento comiencen a verse patologías más serias que la de Panzetti por la calle.
—Dice que le cambió el nombre a su invento por mal gusto ¿Como se llamaba antes?
—Le había puesto —no se ria por favor— «El chorizo bailarín del profesor Panzetti». Me pareció con mucho gancho en su momento.
El camarero oculta mi carcajada trayendo oportunamente mi Pizza de queso solo. Es una pizzetta con un mar de tomate en el que flotan cosas rodeando una isla de queso hirviendo. Mientras veo como explota cual un pequeño volcán Krakatoa salpicando hacia el tomate el loco se pone a cantar.
«Es el chorizo bailarín,
Panzetti, Panzetti
Con el chorizo milonguearás sin fin
Panzetti, Panzetti»
—Que pena. Si es pegadizo y todo. Pero ahora comprendo que suena un poco chusco, de mal gusto. Como la silbochicha esa que venía en una revista para pibes, ¿se acuerda?. En los bocetos primitivos era una especie de traje personal que llegaba hasta los pies. Pero pensándolo mejor me pareció un poco incomodo para moverse por la pista. Al final opté por la forma de un cuarto de chorizo desplegable. Es como un vaso telescópico sin la rigidez. Se abre como un paraguas hacia abajo y tiene un par de mangas para los brazos del usuario. Se coloca encima de la cabeza y por medio de filamentos o radios flexibles permite que no se caiga mas allá de los hombros. Habia pensado en sujetarlo a la barriga, pero me pareció más efectivo que cayera por el cuello. Hay contacto, pero con el material aislante de alcohol en gel de las mangas no puede haber contagio.
El queso hirviendo ha dejado de salpicar para todos lados. Trato de cortar porciones con el cuchillo romo que me han dado. Debe ser a propósito para que el menjunje se enfríe un poco más. Naturalmente bajo el babero y lo uso como babero. La pizza tiene gusto a sal de anchoa. Me cuesta deglutir.
—O sea, si no he entendido mal, que el desfluidizador es una especie de campana con mangas...
—Algo así. El diseño, y eso es lo que lo hace diferente a todo, contiene un mini aspirador a batería con filtro en forma de boca, justamente a la altura de la boca. Si se produce expectoración o saliveo que contenga carga nociva, inmediatamente queda almacenado en el filtro, que además es intercambiable y personal. La persona humana lo ajusta a la cúpula y cuando termina la tanda se lo lleva para neutralizarlo con alcohol gel en una cubeta pequeña que viene con el invento. También puede limpiarlo con la escobilla adjunta mientras suena una tanda que no le interesa bailar, o llevar dos filtros aspiradores para ir cambiándolos. ¿Le queda más claro?
—Me hago una idea de su idea. ¿No es un poco caluroso?
—¡Que va! Como el material es el mismo que el de los enfriadores de vino antes de ir a la milonga puede dejarlo en el congelador. Le quita las mangas, que son con cierre y lo deja unas dos horas enfriando. Así, hasta el sudor le saca mi invento. ¿No es ingenioso?
—¿Tiene por casualidad un prototipo?
—¡Por supuesto! Además tengo confianza en que al ver mi maravilloso invento les hable a los patrocinadores de LusiardoTango.Club para que mi creación tenga un lugar preferente en su catalogo de verano.
—Patrocinadores. Eso es lo que le hace falta al blog. Patrocinadores. Ingenieros y redactores tenemos de sobra. Pero no hay platita.
Parece un poco decepcionado. Como un chico al que le dicen que le pagaran con un helado la limpieza de un cuarto vacío.
—Ya veo... Si terminó su pizza se lo muestro en la plaza. Exige un poco de espacio.
—No tengo mucho hambre. Vamos.
El sol del mediodía es una fuerza poderosa. Panzetti abre una maleta de madera tipo viajante y deja ver algo parecido a una de esas pantallas de papel que se usan como lámparas baratas. Solo que está hecho con retazo de plástico del tipo que llevan las pelotas inflables para la playa. El filtro aspirador, esta pintado como una boca gardeliana, con el mismo esmalte de uñas que la mascarilla protectora del inventor. Extrae el filtro para mostrarme el pequeño aspirador. No creo que el juguete aspire mucho.
Saca también un cubo, de esos que se utilizan para enfriar cervezas. Y una botella con un liquido color rojizo que echa en el cubo. Parece enjuague bucal. Después despliega un par de mangas del tipo abrazaderas de silicona para horno y las une a la capucha que se coloca ajustando los radios, unas tiras finas pegadas con adhesivo. El loco se coloca todo el aparataje en cinco minutos y lo muestra orgulloso. Creo que tendrá más utilidad en una película sobre cuentos de Lovecraft.
—Vea, vea, amigo mío. La amplitud es justa. Con estas mangas puede mantener el abrazo sin problemas.
Las veo un poco cortas. Pero no se lo digo. Está entusiasmado.
—¿Tendrá algún tanguito descargado en el móvil? Así le hago una demostración completa.
Pongo El Adios versión Donato. Panzetti comienza a bailar abrazando el aire. No lo hace mal. Si el invento prospera nuestras milongas serán como un cortejo de calamares gigantes.
Luego de un minuto Panzetti hace un gesto y me pide que me acerque.
La voz suena atenuada por las capas de aislante.
—El aspirador. Me olvide de conectar el aspirador. Dele al botoncito —dice, señalando un botón verde encima del artilugio.
Al acercarme huelo el desfluidizador. Seguramente lo puso a enfriar al lado de un recipiente con estofado. El tacto es frío, pegajoso.
El ruido que hace el aspirador es el mismo de un torno odontológico. Lo imagino multiplicado por dos en la pista. Y luego por treinta, si la pista se llena.
Sumando el natural murmullo de las conversaciones aquello será una bola de ruido insoportable.
A Panzetti no parece preocuparle mucho. Baila parando apenas en el compás. Lógico.
Una de las chicas de la terraza se suma al baile. Panzetti, sorprendido, la abraza. Es igual a una película de Ed Wood.
Nadie me hace caso mientras desato mi bicicleta escapando a todo pedal.
Con el ruido que hace el aspirador Panzetti ni siquiera se da cuenta que ya no hay tango.
Aunque a muchos, sin aspirador mediante, les pasa lo mismo bailando.
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