Estamos como cada viernes en nuestra mesa bajo el limonero y al pie de la terrosa pista del Oriental milonga, descampado, potrero futbolístico, ring para los Titanes de la Milonga y sala de ensayo a cielo abierto del barrio que alguna vez fue pampa y hoy una manzana agreste con nuevos edificios asomados detrás del bosque que el jardinero Japonés Cepito hizo crecer para darle un paisaje mejor a su cabaña rustica y al templo shintoista donde reza.
El Oriental está en modo hipérbole. Será que la concurrencia anda buscando aquellos perdidos carnavales de comparsa y mascarita que tanto gustan al amigo Romulo Papaguachi «porque se conocen inolvidables amores» suele decir, quien casi se pierde por la bataclana Olguita Filiber. El hombre está viniendo a milonguear seguido desde que volvió a dar clases el maestro del paso desvariado Corchito Echesortu. Y para no dejarlo solo hemos hecho comitiva El Indio Martin, Diógenes Pelandrún el filosofo y un servidor llamado Cátulo, poeta de la milongueridad y cada tantos. Pitón Pipeta tenía una cena de camaradería con los Boy Scout de paso flojo. Asociación de senderistas a trayecto corto que encubre a bebedores de cerveza.
Se respiran las ultimas fragancias del invierno. No es que haga frío. Riquelme, el organizador hizo hace tiempo un pacto en la montaña con los antiguos dioses primigenios para que el descampado se mantenga en unos ideales 16 grados. Aunque se sabe con esos tratados, se hacen difíciles de sostener y ha habido memorables noches milongueras con tromba de agua e inclemencias. En lo cotidiano todos comentan desde hace días lo maravillosa que es la película Roma. Sintiéndome discriminado la saqué en la biblioteca y me pareció fastuosa.
Se respiran las ultimas fragancias del invierno. No es que haga frío. Riquelme, el organizador hizo hace tiempo un pacto en la montaña con los antiguos dioses primigenios para que el descampado se mantenga en unos ideales 16 grados. Aunque se sabe con esos tratados, se hacen difíciles de sostener y ha habido memorables noches milongueras con tromba de agua e inclemencias. En lo cotidiano todos comentan desde hace días lo maravillosa que es la película Roma. Sintiéndome discriminado la saqué en la biblioteca y me pareció fastuosa.
No dejo de ver el desorden, la amalgama vital, los personajes exóticos de Fellini. Sin venir a cuento digo que habrá que ver esta del tal Cuarón
—Para no quedar mal o al menos excluido de las conversaciones.
Diogenes Pelandrun descabeza un chori pan de extremo.
—¿A quien le importa? Lo que quieras ver como real no es más que una recreación, una fabulación interior inexacta y no siempre verdadera. Si de verdad quiero saber lo que está pasando en el mundo me levanto a las tres de la mañana, camino por las calles vacías de mi barrio y me entero mucho más que si estoy conectado en las redes o en ese nefasto articulo que se ha vuelto de primera necesidad por el aburrimiento.
—¿A quien le importa? Lo que quieras ver como real no es más que una recreación, una fabulación interior inexacta y no siempre verdadera. Si de verdad quiero saber lo que está pasando en el mundo me levanto a las tres de la mañana, camino por las calles vacías de mi barrio y me entero mucho más que si estoy conectado en las redes o en ese nefasto articulo que se ha vuelto de primera necesidad por el aburrimiento.
—¿La televisión?
—No por favor. ¿Por quien me toma? ¿Por uno de esos condenados a muerte por las series o las realities? Me refiero al móvil. ¿No les pasa que cuando lo necesitan siempre se estropea? A mi si.
—Ustedes no se acuerdan pero antes había un teléfono cada cuatro casas y en provincias cada una calle. La noche que me premiaron por el programa Minutas milongueras vino a buscarme mi vecino Don José. Tuve que correr porque se trasmitía para todo el país por radio Nacional. Como no llegaba el conductor el conductor de la gala dio paso a uno que contaba chistes tangueros. Después se hizo famoso, un tal Neroncito —tercia Papaguachi dejando huérfana de mayonesa unas papas.
—¿Neroncito? Habia un Calígula con Silvio Soldán.
—Calígula tenia buenos chistes y era gracioso. Neroncito fue el precursor. Sabía que era malo pero a algunos salames le gustaba su humor de intermedios sobre todo porque se metía con los músicos de las orquestas.
—¿No trascendió?
—Era malo. Y lo retiraron cuando estaba en la cúspide los muchachos de la Sonora Seis luces.
— Tampoco la conozco.
—Cuando se fugaron del presidio la banda se disolvió.
—¿Pero de hace cuanto estamos hablando Rómulo? ¿Cuánto lleva su programa en el aire?
—Iba a cumplir 50 años en Mayo, la mitad de Billiken. En Marzo me levantan.
—¡No me diga! ¿Y que va a hacer?
—Esas cosas de jubilado. Comer. Viajar. Perfeccionar las pocas clase que tome con Rino Praupa. Dejarme ver por las milongas. Vivir. Que se yo.
—¿Y Martita sigue como operadora?
—¿Martita? ¿qué Martita?
—Martita. la pareja de Pitón. La que hace teatro.
—¿Pitón? ¿Quién es Pitón?
—Pitón Pipeta ¿Se acuerda? Estaba con nosotros en cuando fuimos al Torneo Intergaláctico de Truco.
—No se de que me hablan. Cuando estaba de moda el tango Canaro en Paris," había una Martita que trabajaba conmigo. Pero la echaron cuando se puso de moda Este es el Rey.
—Martita. la pareja de Pitón. La que hace teatro.
—¿Pitón? ¿Quién es Pitón?
—Pitón Pipeta ¿Se acuerda? Estaba con nosotros en cuando fuimos al Torneo Intergaláctico de Truco.
—No se de que me hablan. Cuando estaba de moda el tango Canaro en Paris," había una Martita que trabajaba conmigo. Pero la echaron cuando se puso de moda Este es el Rey.
Nos miramos preocupados en la mesa. Pitón sigue creyendo que su mujer va a la radio. Y Rómulo... es imposible que después de tantas aventuras no se acuerde de Pitón.
El Indio se ha bajado medio tarro de chimichurri con galleta esperando las entrañas que MocitoTaura trae cantando paso mi vida entre sonrisas y alegrías. Paso mi vida en una eterna vibración.
—¿Será verdad la asociación del paso flojo?
Mocito Taura sirve y a cada nuevo comensal de la mesa y de las mesas vecinas repite el tango en un loop obsesivo.
El Indio se ha bajado medio tarro de chimichurri con galleta esperando las entrañas que MocitoTaura trae cantando paso mi vida entre sonrisas y alegrías. Paso mi vida en una eterna vibración.
—¿Será verdad la asociación del paso flojo?
Mocito Taura sirve y a cada nuevo comensal de la mesa y de las mesas vecinas repite el tango en un loop obsesivo.
—Pero ¿Qué le pasa a este?
—Hablando de tangos de moda.
—Hablando de tangos de moda.
—Sin duda son estas palabras, algunas que repite y ha aprendido de un amo desdichado a quien persigue la fortuna fatal y cuyo estribillo triste fuera "Nunca más, Nunca Más".
—Bueno, si es Riquelme será «Hay que comer muchachos, Hay que comer» O «Plata, quiero plata"».
—Pero ¿dónde está de moda ese tango?
—Querrá decir donde está de moda de nuevo ese mismo tango. Que yo sepa hay muy pocos tangos nuevos. Y no tienen la difusión masiva como para idiotizar a uno que sirve en las milongas y se supone curtido en tendencias.
—Son tendencias.
—Si es verdad que hay tendencias —Pelandrún atrapa un trozo de vacío y lo mastica con ganas—. La tendencia mas duradera es la estupidez. Hay verdaderos cazadores de pavadas tangueras que reponen de moda tal o cual tango, según la pareja que lo baila, el uso horario, la costumbre regional o la cantidad de crédulos por metro cuadrado de pista dispuestos a pagar por la novedad.
—Igual resulta un poco molesto que cada vez que Mocito Taura sirve un chorizo venga acompañado de cortina musical.
—Por ahí Riquelme les exige temas de presentación a sus camareros.
—Nadie está tan loco.
—Insoportable.
—Por ahí es un mantra casero.
—Por ahí Riquelme les exige temas de presentación a sus camareros.
—Nadie está tan loco.
—Insoportable.
—Por ahí es un mantra casero.
—Es mucho mejor que si cantara Las mujeres son tremendas cuando se quieren casar. En un mes lo escuché como diez veces en milongas distintas. Después lo volvieron a matar.
—El problema de los tangos de moda es que muchas veces vienen en paquetes. Tango, secuencia, vestimenta, explicación, el tutorial online y ejercicios autocorrectivos.
—Si se fijan en la pista hoy verán que hay muchos alumnos viejos que se auto corrigen con indulgencia.
—Hablando de autocorrección. Debería existir algo similar en cuanto a la forma de vestir. Fíjense en ese muchacho. Lleva una camisa con implicaciones cariocas estampadas a mano pero con los cinco dedos.
—A ese en la milonga de antes no lo dejaban entrar —continua Papaguachi—. Hubo una milonga cajetilla que exigía modales y buen vestir. Una milonga bien. Eso fue en la época que estuvo de moda Chiqué.
—Yo no lo veo mal. Si no hay esmero tampoco habrá perfume ni disfrute.
-No. Esta milonga era muy finolis. Club Bientó se llamaba y se murió de lujo. El finado Cindor Gramsci se presentó una noche a milonguear con chaqueta de visón y camisa de raso color lila. Parecía Liberace en un vídeo que me mandó el otro día el amigo Federico Herrera. Estuvo haciéndose el marques en la pista, floreándose con el tapado mientras exageraba ochos y tarareaba tangos al oído a las muchachas . Lo que pasa que Cindor las cantaba como las había aprendido en la cárcel. Se puso pesado y lo echaron.
—¿Lo echaron?
—Y encima le robaron todo en la puerta. Después los malandras se dieron cuenta que el visón era un cubrecama a la importancia y la camisa un mantel del Ilustre restaurant Ilustre. A Gramci siempre se le dio bien la costura de contingencia. Eran otras épocas.
A pesar del despliegue de colores y la fingida alegría carnavalera, la milonga se va apagando por la melancolía del musicalizador, que lleva tres o cuatro tandas sin que se escuche un solo tango picadito.
Mocito Taura sigue cantando su mantra y cuando Pipistrela se acerca a retirarnos los platos escuchamos que canta La quiero así, con su cara de muñeca.
Pasan las modas, pasan las ilusiones. Pero a ese tango no hay forma de ponerlo de moda.
—Si se fijan en la pista hoy verán que hay muchos alumnos viejos que se auto corrigen con indulgencia.
—Hablando de autocorrección. Debería existir algo similar en cuanto a la forma de vestir. Fíjense en ese muchacho. Lleva una camisa con implicaciones cariocas estampadas a mano pero con los cinco dedos.
—A ese en la milonga de antes no lo dejaban entrar —continua Papaguachi—. Hubo una milonga cajetilla que exigía modales y buen vestir. Una milonga bien. Eso fue en la época que estuvo de moda Chiqué.
—Yo no lo veo mal. Si no hay esmero tampoco habrá perfume ni disfrute.
-No. Esta milonga era muy finolis. Club Bientó se llamaba y se murió de lujo. El finado Cindor Gramsci se presentó una noche a milonguear con chaqueta de visón y camisa de raso color lila. Parecía Liberace en un vídeo que me mandó el otro día el amigo Federico Herrera. Estuvo haciéndose el marques en la pista, floreándose con el tapado mientras exageraba ochos y tarareaba tangos al oído a las muchachas . Lo que pasa que Cindor las cantaba como las había aprendido en la cárcel. Se puso pesado y lo echaron.
—¿Lo echaron?
—Y encima le robaron todo en la puerta. Después los malandras se dieron cuenta que el visón era un cubrecama a la importancia y la camisa un mantel del Ilustre restaurant Ilustre. A Gramci siempre se le dio bien la costura de contingencia. Eran otras épocas.
A pesar del despliegue de colores y la fingida alegría carnavalera, la milonga se va apagando por la melancolía del musicalizador, que lleva tres o cuatro tandas sin que se escuche un solo tango picadito.
Mocito Taura sigue cantando su mantra y cuando Pipistrela se acerca a retirarnos los platos escuchamos que canta La quiero así, con su cara de muñeca.
Pasan las modas, pasan las ilusiones. Pero a ese tango no hay forma de ponerlo de moda.
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