El señor "Sacadita" es uno de esos hombres que siempre huele a perfume. Quizá porque su propio aroma corporal recuerda a casas con cuadros de niños llorando, payasos tristes y sofás destrozados por los gatos. En un pasaje interrumpido al fondo por un edificio gigantesco - de manera tal que su salida al otro lado parece solo un mini callejón sin puertas - entre otros edificios y el vértigo de la gran ciudad turística, a una cuadra y un cuarto de la Sagrada Familia, vive y trabaja el señor "Sacadita", en la casa del fondo, de una hilera de casas antiguas como el mismo pasaje, reparando muñecos de anticuarios, que cuando sale lo esperan, durmiendo en banquitos de madera. Barcelona le ha ido creciendo alrededor y las diez casitas sobreviven como coelacantos, orgullosas en su chatura y modestamente erguidas, aunque la primer se haya quemado y la segunda, que antes albergaba un ateneo popular, este tapiada. Todas las noches el señor "Sacadita" atraviesa las diez puertas y dando vuelta a la esquina, se sube en su coche Isard Royal 700 blanco y rojo, aparcado en la parte ciega del pasaje, maldiciendo al arquitecto del edificio, que no fue capaz de ponerle una abertura secreta de comunicacion, una entrada disimulada a la magia, que lo contaminara apenas con la modernidad y el tráfago, el vulgar sueño de riqueza del hombre moderno, y mientras se encamina a la milonga escucha un viejo magazine de Corsini bamboleandose en el mismo vaivén que la figura de Buster Keaton, que cuelga del espejo.
Cuando el señor "Sacadita" ingresa a la milonga parece que llegara uno de esos curas especialistas en exorcismos que llevan en una maleta de mano la biblia, agua santificada, algún amuleto poderoso, y un trabuco de perdigones de plata (porque no vaya a ser...). Pero nuestro protagonista no tiene nada de eso, solo un bolso marrón con los zapatos, un par de pañuelos y saquitos cosidos con lavanda del campo. Se encamina hacia el fondo con su copita de guindado o grand Marnier, deja el sombrero de ala requintada en el perchero, inspecciona su pajarita acorde con su terno diplomatico y cabeceando a alguna mujer cercana, por cortesía, distancia y afinidad se mete en la ronda, luego de consultar su reloj de cadena y darle una palmada y comenzar a caminar, con precisión, elegancia y tomándose el tiempo exacto par interpretar los silencios.
Entonces, justo cuando suena la variación del tango el hombre ejecuta hasta cuatro sacadas en rápida sucesión, precisas, perfectas y vistosas en su modestia. Su pie izquierdo apenas roza la pierna de la compañera. Su abrazo cerrado se relaja para volver a acunar el pecho palpitante de la compañera que parece dormitar como un pájaro caído de su árbol, que alguien recogiera del suelo y siguiera con su sueño de sol y cielo sin que para el hubiera sucedido perturbacion ninguna. Y cuando termina la tanda de precisas sacadas, el señor "Sacadita" acompaña gentilmente a la mujer y vuelve a consultar su reloj, asintiendo complacído.
Conversará y bailará con fluidez y sin trascendencia, como conviene a toda conversacion ingeniosa y toda tanda inolvidable, y se irá siempre unos minutos antes del final - para no cerrar la milonga y mundanizar el aura de misterio que lo envuelve - solo o acompañado ejecutando una especie de cabriola al estilo Gene Kelly y encajandose el sombrero para salir al frío o al calor. Parara en un mercado abierto las 24 horas y allí abastecerá su despensa y su nevera para no exponerse al sol enemigo, al chillido, al ruido y al acontecer.
Y luego de cenar un huevo frito con rodajas de pan y medoc, se ira a dormir acompañando a su mini barriada, que antes se llamaba "el poblet" con una sola calle llamada Carrer de en peus, antecesora de este pasaje que ahora se llama Conradi, y compartirá la paz y la armonía de aldea de las diez casuchas,un arquetipo o solo un vestigio de una raza mas pura, que se va perdiendo como una caminata a compás sobria y sin estridencias en el acorde de una nota de piano sostenida.
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