Con todas las propuestas de fin de año desplegadas ante nosotros como una baraja ilustrada por Molina Campos y sin ningún compromiso adicional, decidimos con el Pibe Pergamino hacer un recorrido por el Festival de Tango de barcelona y el circuito milonguero Barcelona Underground, para milonguear tupido y ver como se desarrollaban los festejos y la noche, que prometía ser larga y con atenuantes.
Siempre hemos sido populares en gustos y tradicionales en las formas. Así que nos pareció buena idea pedir un menú "Gargantua y Pantagruel" en la "Milonga del Oriental", la milonga al aire libre de nuestro amigo Riquelme en la que tenemos mesa reservada desde que comenzamos con este humilde Blog.
Pero este año decidimos homenajearnos con un buen champan que llevaríamos a la batea en donde se hielan las botellas, custodiado por un cordel rojo y una suscinta nota en que se anoticiaba a cualquiera que era de nuestra propiedad.
Piton Pipeta era el encargado de comprarlo en una buena bodega.
Piton Pipeta se olvidó.
Salimos apresuradamente a buscar como despavoridos por los comercios de la zona, pakistanies o chinos de cava barato. Entiendase, muchas veces y en muchas fiestas ese cava ha entonado nuestras gargantas y la tertulia. Pero no era ese el que buscabamos.
Al fin, luego de caminar y caminar sin éxito dimos, como a las nueve de la noche con un pequeño colmado en el que había una botella casi helada de Veuve Cliclot.
Así, el orre batallon, integrado por Pipeta, Romulo Papaguachi, el indio, el profesor Maradona, El Pibe Pergamino y el uruguayo Pococho, nos fuimos como pudimos en busca de la puerta que une la ciudad Condal con la "milonga del Oriental", milonga atemporal que órbita en los lugares blandos del planeta, allí donde convergen los hilos que atenazan la realidad y a la que se accede por los suburbios decorados de fantasía.
Si no suena convincente pregunten a Coleridge. El caso es que con las prisas apenas vimos la puerta nos zambullimos sin dudar ignorando que había otra puerta igual, al lado. Por lo general detrás de la puerta se abre pasillo entre pisos y casas, en el que es posible ver escenas domésticas de diferentes años. Nunca nos detenemos y nunca nos preguntamos porque, tal es el ansia de milonguear que suspende la incredulidad. El caso es que en esta ocasión no había un pasillo, sino un sendero de piedra que discurría entre arboledas umbrías y en el que se adivinaban a lo lejos jolgorios varios. Subimos por un camino de tierra. Bajamos. topamos con escalones de piedra y el sendero fue a dar a una pequeña cala entre arboledas y una playa iluminada por dos grandes hogueras. Se escuchaban tangos muy rápidos, casi milongueados y un bullicio de tanda, inusual. A medida que nos íbamos acercando nos percatamos de tres hechos extraños. Uno, la playa estaba alfombrada de una lamina imposible de hierba apisonada que se metía en el mar y en la que se podía pivotar. Dos, hacia un calor de trópico. Tres, los que bailaban no pertenecían al genero humano.
Muchos relatos hablan de las rondas de las hadas y su desenfreno. Ninguno habla de las Hadas Milongueras. Las parejas estaban conformadas por seres de belleza inquietante semi enfundados en lo que podríamos llamar vestidos cortos, casi bikinis milongueros que apenas les alcanzaban para ocultar la contundencia de sus formas femeniles. Los espécimenes machos en cambio iban enfundados en vistosos trajes cruzados de variados colores, peinados los largos cabellos a la gomina y con la cornucopia engalanada. Todos troilieaban rápido, con lascivia y sin pudor, incluso acometiendose con violencia en las aguas del mar, que verdebrillaban. Aquello no era como las milongas de la playa de Sigtes o Tarragona en las que hay una pulsion sexual acumulada que a veces se derrama por las noches. Aquello era sexo bruto y primitivo, bailado y fascinante.
A un costado, en una larga mesa había fuentes y fuentes de suculentos manjares en las que se refocilaban ninfas de ardiente mirada y faunos voraces, bebiendo directamente de un manantial de rubio champán que bajaba de una vertiente y se perdía en las aguas.
Somos mundanos, acostumbrados a las fiestas esplendentes. No nos arredra el fasto, la pompa ni el oropel. Pero aquello superaba todo lo conocido.
Aquellas bellezas al vernos nos hicieron señas para que nos sumaramos a la ronda y para que comieramos y bebieramos lo que quisieramos. Ya me iba a ir a la ronda pero entonces recordé los viejos mitos al tiempo que Romulo - que hace tiempo perdio todo interés por el sexo desde que Olguita Filiber, cantante y bataclana lo desahucio emocionalmente - con voz estridente y casi histérica decía: No!!!! no se puede aceptar ningún presente de las hadas!, no se puede participar en las rondas porque no se puede dejar de bailar y te morís!.
Tarde lo dijo. Pococho, Piton y el profesor Maradona ya estaban en la mesa, comiendo desenfrenadamente, bañandose en champan con el frenesí de aquellos a los que se le abre un paraiso de placeres como les pasaba a los Hassassin que adoctrinaba el "viejo de la montaña".Fue Tarde para Pococho, para Piton y para el profesor Maradona. Quisimos alcanzarlos antes de que entraran en la ronda pero fue tarde. Luego de atiborrarse en cinco segundos se fueron a bailar descontroladamente con tres hadas de grandes tetas y boca carnosa. Al pibe Pergamino las piernas le temblaban descontroladamente. El indio miraba, desconociendo a su compañero de correrias. Papaguachi y yo estábamos salivando y sudando profusamente, tratando de calmar una urgencia casi adolescente en la entrepierna, que solo pudimos cortar apretándonos fuertemente contra la botella de champán hasta que a los empellones pudimos quebrar el hechizo de aquellos seres y nos fuimos alejando, rompiéndonos las rodillas contra las piedras, pero intactos.
Seguimos y seguimos, sin mirar atrás, tambaleandonos de dolor físico y emocional, con lágrimas de tristeza e impotencia por haber dejado a los compañeros a los que esperaba la muerte soñada del milonguero: Cesar en una variacion para apagarse para siempre en una tanda y en una milonga.
Iban a morir de extenuación. Quise creer que al menos se irian desvaneciendo en la felicidad de las hadas, sin comprender que se morian.
Cruzamos la puerta, entramos por el familiar pasillo inconsistente de la otra, desembocamos al fin en la "Milonga del Oriental". Un sol tardío iluminaba los restos del festejo y había aun tres parejas
bailando. El reloj marcaba las seis. pero de la tarde. En los escasos minutos que pasamos en la playa de las hadas, se nos fueron 21 horas. habiamos perdido el menu, los festejos, el brindis. Habiamos perdido una parte entrañable e irreemplazable de nuestra alma.
Nos quedamos alli parados sin saber que hacer al borde del despues y del ya fue hasta que el indio junto algunas sobras del festín: mitades de chorizos, trozos comidos de lechón, porciones de piononos mordisqueados, algún pan tostado y tres o cuatro empanadas envueltas en una paquete que alguien había olvidado. Rescatamos cuatro vasos plásticos y abrimos la botella de champán, que todavía estaba fría. Acomodamos una mesa con un mantel que no estaba tan sucio hicimos nuestra cena de fin de año, sin ilusión, y sin fe mientras las parejas se caian al compas de Di Sarli.
Y luego del banquete, con los ojos llorosos brindamos por los viejos dioses, los amores perdidos, los amigos ausentes y por los que no volveríamos a ver nunca más.
Siempre hemos sido populares en gustos y tradicionales en las formas. Así que nos pareció buena idea pedir un menú "Gargantua y Pantagruel" en la "Milonga del Oriental", la milonga al aire libre de nuestro amigo Riquelme en la que tenemos mesa reservada desde que comenzamos con este humilde Blog.
Pero este año decidimos homenajearnos con un buen champan que llevaríamos a la batea en donde se hielan las botellas, custodiado por un cordel rojo y una suscinta nota en que se anoticiaba a cualquiera que era de nuestra propiedad.
Piton Pipeta era el encargado de comprarlo en una buena bodega.
Piton Pipeta se olvidó.
Salimos apresuradamente a buscar como despavoridos por los comercios de la zona, pakistanies o chinos de cava barato. Entiendase, muchas veces y en muchas fiestas ese cava ha entonado nuestras gargantas y la tertulia. Pero no era ese el que buscabamos.
Al fin, luego de caminar y caminar sin éxito dimos, como a las nueve de la noche con un pequeño colmado en el que había una botella casi helada de Veuve Cliclot.
Así, el orre batallon, integrado por Pipeta, Romulo Papaguachi, el indio, el profesor Maradona, El Pibe Pergamino y el uruguayo Pococho, nos fuimos como pudimos en busca de la puerta que une la ciudad Condal con la "milonga del Oriental", milonga atemporal que órbita en los lugares blandos del planeta, allí donde convergen los hilos que atenazan la realidad y a la que se accede por los suburbios decorados de fantasía.
Si no suena convincente pregunten a Coleridge. El caso es que con las prisas apenas vimos la puerta nos zambullimos sin dudar ignorando que había otra puerta igual, al lado. Por lo general detrás de la puerta se abre pasillo entre pisos y casas, en el que es posible ver escenas domésticas de diferentes años. Nunca nos detenemos y nunca nos preguntamos porque, tal es el ansia de milonguear que suspende la incredulidad. El caso es que en esta ocasión no había un pasillo, sino un sendero de piedra que discurría entre arboledas umbrías y en el que se adivinaban a lo lejos jolgorios varios. Subimos por un camino de tierra. Bajamos. topamos con escalones de piedra y el sendero fue a dar a una pequeña cala entre arboledas y una playa iluminada por dos grandes hogueras. Se escuchaban tangos muy rápidos, casi milongueados y un bullicio de tanda, inusual. A medida que nos íbamos acercando nos percatamos de tres hechos extraños. Uno, la playa estaba alfombrada de una lamina imposible de hierba apisonada que se metía en el mar y en la que se podía pivotar. Dos, hacia un calor de trópico. Tres, los que bailaban no pertenecían al genero humano.
Muchos relatos hablan de las rondas de las hadas y su desenfreno. Ninguno habla de las Hadas Milongueras. Las parejas estaban conformadas por seres de belleza inquietante semi enfundados en lo que podríamos llamar vestidos cortos, casi bikinis milongueros que apenas les alcanzaban para ocultar la contundencia de sus formas femeniles. Los espécimenes machos en cambio iban enfundados en vistosos trajes cruzados de variados colores, peinados los largos cabellos a la gomina y con la cornucopia engalanada. Todos troilieaban rápido, con lascivia y sin pudor, incluso acometiendose con violencia en las aguas del mar, que verdebrillaban. Aquello no era como las milongas de la playa de Sigtes o Tarragona en las que hay una pulsion sexual acumulada que a veces se derrama por las noches. Aquello era sexo bruto y primitivo, bailado y fascinante.
A un costado, en una larga mesa había fuentes y fuentes de suculentos manjares en las que se refocilaban ninfas de ardiente mirada y faunos voraces, bebiendo directamente de un manantial de rubio champán que bajaba de una vertiente y se perdía en las aguas.
Somos mundanos, acostumbrados a las fiestas esplendentes. No nos arredra el fasto, la pompa ni el oropel. Pero aquello superaba todo lo conocido.
Aquellas bellezas al vernos nos hicieron señas para que nos sumaramos a la ronda y para que comieramos y bebieramos lo que quisieramos. Ya me iba a ir a la ronda pero entonces recordé los viejos mitos al tiempo que Romulo - que hace tiempo perdio todo interés por el sexo desde que Olguita Filiber, cantante y bataclana lo desahucio emocionalmente - con voz estridente y casi histérica decía: No!!!! no se puede aceptar ningún presente de las hadas!, no se puede participar en las rondas porque no se puede dejar de bailar y te morís!.
Tarde lo dijo. Pococho, Piton y el profesor Maradona ya estaban en la mesa, comiendo desenfrenadamente, bañandose en champan con el frenesí de aquellos a los que se le abre un paraiso de placeres como les pasaba a los Hassassin que adoctrinaba el "viejo de la montaña".Fue Tarde para Pococho, para Piton y para el profesor Maradona. Quisimos alcanzarlos antes de que entraran en la ronda pero fue tarde. Luego de atiborrarse en cinco segundos se fueron a bailar descontroladamente con tres hadas de grandes tetas y boca carnosa. Al pibe Pergamino las piernas le temblaban descontroladamente. El indio miraba, desconociendo a su compañero de correrias. Papaguachi y yo estábamos salivando y sudando profusamente, tratando de calmar una urgencia casi adolescente en la entrepierna, que solo pudimos cortar apretándonos fuertemente contra la botella de champán hasta que a los empellones pudimos quebrar el hechizo de aquellos seres y nos fuimos alejando, rompiéndonos las rodillas contra las piedras, pero intactos.
Seguimos y seguimos, sin mirar atrás, tambaleandonos de dolor físico y emocional, con lágrimas de tristeza e impotencia por haber dejado a los compañeros a los que esperaba la muerte soñada del milonguero: Cesar en una variacion para apagarse para siempre en una tanda y en una milonga.
Iban a morir de extenuación. Quise creer que al menos se irian desvaneciendo en la felicidad de las hadas, sin comprender que se morian.
Cruzamos la puerta, entramos por el familiar pasillo inconsistente de la otra, desembocamos al fin en la "Milonga del Oriental". Un sol tardío iluminaba los restos del festejo y había aun tres parejas
bailando. El reloj marcaba las seis. pero de la tarde. En los escasos minutos que pasamos en la playa de las hadas, se nos fueron 21 horas. habiamos perdido el menu, los festejos, el brindis. Habiamos perdido una parte entrañable e irreemplazable de nuestra alma.
Nos quedamos alli parados sin saber que hacer al borde del despues y del ya fue hasta que el indio junto algunas sobras del festín: mitades de chorizos, trozos comidos de lechón, porciones de piononos mordisqueados, algún pan tostado y tres o cuatro empanadas envueltas en una paquete que alguien había olvidado. Rescatamos cuatro vasos plásticos y abrimos la botella de champán, que todavía estaba fría. Acomodamos una mesa con un mantel que no estaba tan sucio hicimos nuestra cena de fin de año, sin ilusión, y sin fe mientras las parejas se caian al compas de Di Sarli.
Y luego del banquete, con los ojos llorosos brindamos por los viejos dioses, los amores perdidos, los amigos ausentes y por los que no volveríamos a ver nunca más.
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