El martes, en la coqueta milonga de Caro y Ceci, la del Aquelarre, a mano derecha y pasando la barra había un hombre sentado, sólidamente sentado, de tal manera que no creo haberlo visto de pie en ningún momento en las dos horas que pasamos, acodados en el piano con el Pibe Pergamino y Raul - el pibe mas bien tenia allí su base de operaciones y su cerveza - y no recuerdo ni siquiera haberlo visto irse. Fue mas bien una presencia tangible y se esfumo como a veces se esfuman los recuerdos o los amores o algunas personas en las que dejamos de pensar y parecen volver a la vida cuando volvemos a recordarlas o hacemos ese ejercicio verbal que comienza con un "que sera de la vida de...".
El hombre que les digo llevaba sombrero. No era un funyi, ni un sombrero de ala corta, ni respondía a ningún arquetipo de la milonga o el variete. por su sombrero no asomaba ni una lágrima embozada, y no le hubiera quedado bien a Gene Kelly. Era un sombrero vasto, que no llegaba a mejicano por escrúpulos y adornos, que no era abiertamente de cow-boy pero no hubiera desmerecido en una de esas películas de Peckinpah que marcan el fin de los espacios abiertos, y del oeste y de la amistad; en la cabeza de un figurante de esos que mueren terrible y sentidamente en camara lenta y que se olvido su sombrero titular. Un sombrero que era una cruza exacta entre el sombrero de Jackaroe, un personaje de historieta que era un apache rubio y Cocodrilo Dundee.
No se que hacia ahí el hombre o el sombrero. Al caso es lo mismo. Estaba ahi, clavado en su asiento y en su cabeza. orgullosamente erguido, perfecta y anacrónicamente ubicado o desubicado. Hubo festejos de cumpleaños de Juancito Aparicio, el Camilo de Camilo Tango Show y de Jorge Talquenca que se baila el alma en el tango o en la zamba. Y el del sombrero no se movió, ni hizo ninguno de esas gracias que dan cúspide a una broma prolongada. Ni se quito el sombrero, cohibido o respetuoso. Impermeable al comentario de mas de uno, que dijo que se habia equivocado de evento o de ocasion. Estaba simplemente ahí.
Y me dio por pensar que a veces en ese incierto vericueto que es el tango que llamamos destino, vamos engalanados en ropa y pensamiento con algo que los demás creen que es equivocado y nosotros persistimos y nos mantenemos firmes, inamovibles e inquebrantables, con una fe ciega en eso que llevamos y hasta el destino recula y se amolda a nuestra esperanza y el sombrero mismo sin cambiar se va transformando de a poco en Gardeliano aunque sea un sombrero de mosquetero con una pluma de avestruz tintada en azul.
Y eso, señores, es voluntad.
El hombre que les digo llevaba sombrero. No era un funyi, ni un sombrero de ala corta, ni respondía a ningún arquetipo de la milonga o el variete. por su sombrero no asomaba ni una lágrima embozada, y no le hubiera quedado bien a Gene Kelly. Era un sombrero vasto, que no llegaba a mejicano por escrúpulos y adornos, que no era abiertamente de cow-boy pero no hubiera desmerecido en una de esas películas de Peckinpah que marcan el fin de los espacios abiertos, y del oeste y de la amistad; en la cabeza de un figurante de esos que mueren terrible y sentidamente en camara lenta y que se olvido su sombrero titular. Un sombrero que era una cruza exacta entre el sombrero de Jackaroe, un personaje de historieta que era un apache rubio y Cocodrilo Dundee.
No se que hacia ahí el hombre o el sombrero. Al caso es lo mismo. Estaba ahi, clavado en su asiento y en su cabeza. orgullosamente erguido, perfecta y anacrónicamente ubicado o desubicado. Hubo festejos de cumpleaños de Juancito Aparicio, el Camilo de Camilo Tango Show y de Jorge Talquenca que se baila el alma en el tango o en la zamba. Y el del sombrero no se movió, ni hizo ninguno de esas gracias que dan cúspide a una broma prolongada. Ni se quito el sombrero, cohibido o respetuoso. Impermeable al comentario de mas de uno, que dijo que se habia equivocado de evento o de ocasion. Estaba simplemente ahí.
Y me dio por pensar que a veces en ese incierto vericueto que es el tango que llamamos destino, vamos engalanados en ropa y pensamiento con algo que los demás creen que es equivocado y nosotros persistimos y nos mantenemos firmes, inamovibles e inquebrantables, con una fe ciega en eso que llevamos y hasta el destino recula y se amolda a nuestra esperanza y el sombrero mismo sin cambiar se va transformando de a poco en Gardeliano aunque sea un sombrero de mosquetero con una pluma de avestruz tintada en azul.
Y eso, señores, es voluntad.
Comentarios
Un papafrita, bah.