Editorial El Croto acaba de editar esta pésima pieza del costumbrismo milonguero, en el que se cruzan los afanes de baile de una cáfila de adoradores de los bailes de salón y la pretensión milenarista de los escritores amante de porquerías tales como El secreto.
Sin abundar en detalles gráficos (el libro parece haber sido diseñado por el hijo de cinco años del editor) paso a comentar esta pretenciosa basura de estercolero.
La historia es simple y está mal escrita. Un milonguero veterano repasa en su lecho de muerte los momentos estelares de su vida recordando su traición a los bailes de salón y su poca gracia a la hora de cerrar los tangos. Aunque aprende con maestros y grandes bailarines, el hombre no puede cerrar a tiempo y acaba haciendo un firulete donde no va o poniendo una «pose de lánguida seducción»( encomillado extraído directamente del libro) cuando el tango hace dos segundo que ha acabado. Esta actitud se trasmite a toda su miserable vida, una vida plagada de demoras y frases sin ocurrencia (porque el tipo las piensa tanto que se le ocurren a los diez minutos).
Previsiblemente el libro acaba con el milonguero falleciendo dos páginas después de la página en la que el autor, un tal Perico Alesso, ha escrito el consabido FIN, recurso relamido y apenas adecentado por la editorial, que se dedica a difundir los cascajos intelectuales de gentes de clase alta, señoritingos aburridos, que no tienen otra cosa que hacer que escribir tonterías para que después las consuma la gringada.
Transcribo párrafos escogidos:
«¿Donde vas, milonguero crepusculiano, si se acabó la milonga hace rato y los muchachos ya se refocilan en los catrerios cercanos, con o sin compañía? Hijo del cordón desatado tenias que ser»
—¡Pucha che! que destino de contradanza, si me acabo de engominar recién nomas acaballado a los zapatos de charolais para danzar con el muleterio. Ansi no voy a conseguir casalito nunca».
Este párrafo nos pone en antecedentes. Alesso es un hombre de muchas lecturas, todas ellas del genero pirateril o del oeste a las que ha adosado una superficial patina gauchesca. Se nota que ha leído el Martin Fierro en su versión finlandesa. Su lunfardo es hijo de su ignorancia o le han ayudado unos juerguistas que todavía se deben estar riendo. Da la impresión de frecuentar esas milongas de carnaval o ese ambiente criollo tipo Gilda en el que Glenn Ford se hace el gaucho sin haber experimentado la deglución de un cacho de asado directamente de la parrilla.
Transcribo otro párrafo en el que Alesso aventura su particular visión de la milonga, visión típica de un endrogado consumidor del opio que pidió material de referencia y le han prestado Moulin Rouge.
«Las puertas vaivén se entreabrieron revelando un submundo arcano. La noche prometía. los musiqueros de la acordeona seguían al alegre zumbar de las armónicas mientras las parejas revolucionaban en la pista. Las capas de los hombres semejaban esos yuyos indinos que, protectores, guardan los secretos del milonguero de tierra adentro, cuando tiene que internarse a hacer sus fisiologías. Las mujeres mostraban el poderío de sus torneadas pantorrillas, estirando a toda su extensión las polleritas tubo. En las mesas corría el pernod y la camaradería. El guardamás cuidaba los trabucos, vigilando celoso la concordia, cupido de alquiler todo de rojo.
Faustino Soria se dijo esta es mi noche. Si llego a tiempo por atrasarme un día, podre cerrar por fin un tango en condiciones».
Esto es todo lo que mi pudor me deja transcribir. Este tipo de bazofias consume la industria cultural para luego devolvérnosla, regurgitadas por los caletres granujientos de cuatro o cinco guionistas que se llenan de dinero a costa de hacer películas con el esfínter. Ya veo el film, incordiado por Gwinnent Patrol haciendo de milonguera escanciadora de absenta y Silvestre Stallone como Faustino Soria, alias el Chino Negro.
Se me estremece el píloro pensando en el improbable tango que pueden bailar esos dos, abriéndose paso a mamporro limpio por una pista llena de chusma asombrerada, mientras de fondo suena un tango italiano.
Así que recomiendo encarecidamente este libro para utilizarlo en la misma función de esos yuyos indinos que servían a los milongueros de tierra adentro.
Esto es, lisa y llanamente, limpiarse el culo.
Comentarios
Además yo no le di permiso a nadie para andar contando que no podia cerrar un tango en condiciones. Por eso me pase a los bailes de salon. Nadie sabe cerrar nada y con hacer cuatro aspavientos con los brazos parece que estas bailando...