La menor de la familia Albricias quiso ser trapecista. Incluso llegó a perseguir la caravana del circo Papelito para cambiar su suerte(a la edad de diez años). Efelio Papelito, director , buscavidas y artista en los ratos libres fue terminante:"Demasiado tengo yo con estos cinco gatos que apenas saben actuar para alimentar a otra infeliz".
Gladis Albricias no desfalleció. Hacia piruetas con las sillas y el sofa del comedor hasta que lo rompió. Tuvo que trabajar un año en la cocina de su tio Mateo para pagar el sofa. Sanidad, alertada por un soplo anónimo que en la cocina del Restaurant Boyita trabajaba una menor, cerró el establecimiento sin más. La familia de Su tio Mateo se vino a vivir a la casa de los albricias, hasta que consideraron pagada la deuda contraída por Gladis. Se marcharon y con ellos la fortuna.
Los albricias tuvieron que mudarse a un arrabal, en una casa semi derruida. Allí Gladis comenzó a codearse con el ambiente del tango y a odiarlo, como tantos otros niños que no quieren ser como sus mayores.
Tuvo, un amor, tuvo otro. Los dos le dejaron engaños y desengaños.
Gladis se hizo mujer. Comenzó a trabajar como cajera en un supermercado.
Un día un amigo la llevó a la milonga.
En ese ambiente de luces pobres de colores y olor a vino y camiseta sucia, Gladis vio a un milonguero que abrió sus ojos a la revelación. Pepin Carola se llamaba. Profesor de coreografías. Era odiado por igual en todas la milongas. Gladis le pidio que le enseñara.
Pepin le enseño coreografías y la hizo su amante.
Con el Gladis pudo por fin cumplir su viejo sueño: Hacer piruetas imposibles.
Una noche en una milonga del centro, mientras sonaba la variación de "Canaro en Paris" Gladis, sostenida por los brazos de Pepín, se elevo dos metros en el aire.
Fue bonito hasta que uno de sus tacos se enganchó en la cabeza de Don Talita, Guardabarreras jubilado.
Al ver que no se levantaba tuvieron que huir de la milonga y del país.
Pitón Pipeta, que además de amigo de alma es un fabulador extraordinario, me contó una noticia de ellos. Según él, están en Africa, enseñando milonga a una tribu de Watusis.
Pero no creo que saquen pa' los gastos...
Gladis Albricias no desfalleció. Hacia piruetas con las sillas y el sofa del comedor hasta que lo rompió. Tuvo que trabajar un año en la cocina de su tio Mateo para pagar el sofa. Sanidad, alertada por un soplo anónimo que en la cocina del Restaurant Boyita trabajaba una menor, cerró el establecimiento sin más. La familia de Su tio Mateo se vino a vivir a la casa de los albricias, hasta que consideraron pagada la deuda contraída por Gladis. Se marcharon y con ellos la fortuna.
Los albricias tuvieron que mudarse a un arrabal, en una casa semi derruida. Allí Gladis comenzó a codearse con el ambiente del tango y a odiarlo, como tantos otros niños que no quieren ser como sus mayores.
Tuvo, un amor, tuvo otro. Los dos le dejaron engaños y desengaños.
Gladis se hizo mujer. Comenzó a trabajar como cajera en un supermercado.
Un día un amigo la llevó a la milonga.
En ese ambiente de luces pobres de colores y olor a vino y camiseta sucia, Gladis vio a un milonguero que abrió sus ojos a la revelación. Pepin Carola se llamaba. Profesor de coreografías. Era odiado por igual en todas la milongas. Gladis le pidio que le enseñara.
Pepin le enseño coreografías y la hizo su amante.
Con el Gladis pudo por fin cumplir su viejo sueño: Hacer piruetas imposibles.
Una noche en una milonga del centro, mientras sonaba la variación de "Canaro en Paris" Gladis, sostenida por los brazos de Pepín, se elevo dos metros en el aire.
Fue bonito hasta que uno de sus tacos se enganchó en la cabeza de Don Talita, Guardabarreras jubilado.
Al ver que no se levantaba tuvieron que huir de la milonga y del país.
Pitón Pipeta, que además de amigo de alma es un fabulador extraordinario, me contó una noticia de ellos. Según él, están en Africa, enseñando milonga a una tribu de Watusis.
Pero no creo que saquen pa' los gastos...
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