Ir al contenido principal

Algunas reflexiones milongueras con boliche vacío y bollo que se estira. Por Diogenes Pelandrun

FILOSOFÍA PARA LA MILONGUERIDAD EN EL ENCIERRO
El filósofo milonguero concibe el aislamiento como una parte necesaria del acto de pensar. Se abstrae del ruido y deja que la idea se escape lejos.  En casos como el mío, la asistencia regular a la milonga es, además, una ocasión de exaltación y goce. Es trabajo de campo, de un seguidor y admirador del denostado maestro Epicuro. Por eso mis ideas llegan lejos. Saben que me distraigo y no me esperan.

Hay gente que llena su respetuoso metro de distancias con soberbia. Se expanden como globos buscando que su ego nos contacte. Necesitan que su influencia se mantenga siempre en el aire. y cuando uno cree que una palmada basta para alejarlos, ese ego pegajoso, sucio como los globos de cumpleaños después de la merienda, se queda ahí, desagradando ese aire nuestro, que ahora valoramos necesario.

En estos meses aquellos que no tienen pareja instituida, que no practicaron regularmente sus pasos con su núcleo familiar, se han vuelto adictos al contacto por culpa de la ausencia. Cualquier cosa que intentan les sale. Hacen prodigiosos avances en la técnica. Sus pies buscan la perfección como el cuchillo el plato.
Pero nos sigue faltando el tenedor.

Bailaremos hasta que la pandemia nos separe, con la misma pareja o similar destreza emparejada. Y a modo de oficiante, el organizador nos casará en la ronda. Para garantizar el compromiso ella me pondrá el guante y yo lo pondré a ella..
Abundaran las infidelidades de gancho y sanguchito. Y los divorcios.

Todo es cíclico. Aunque concibo el eterno retorno como un envase de vidrio, una reencarnación barata e industrial, en la que a veces, tenemos la conciencia de haber vivido pasados que no han sido más que una mugre mal limpiada por las gastadas escobillas del destino.
Así, el tango bailado volverá  —ya ha vuelto— al ámbito privado. Al coto clandestino, al territorio de amigos, conocidos e insinuados. Como era antes que se pusiera moda, de tanto firulearse por París.

¿Tendremos que dejar nuestros zapatos de bailar en las milongas para que nos esperen?  ¿Servirán unos tacos descartables? ¿Habrá una bolsa de milonguero/as disponible para quien no venga en compañía a la milonga? ¿Se podrá dar en la noche, cambio, segunda oportunidad o re enganche como en algunos juegos de naipes?
¿Cúal es el sentido de la vida?
¿Nuestra estupidez es solo un reflejo? ¿o una imagen y semejanza de lo divino?
Las respuestas son menos importantes que la curiosidad.


Con tanta inacción obligatoria han florecido como hongos artistas espontáneos. Gente que ha descubierto su oculta vocación y su destino. Por lo menos hasta que comprendan que por el arte nunca   paga mucho. Y la paciencia de la familia y conocidos es tan corta como sus donaciones.

No solo adivinaremos en los ojos de la prójima o el prójimo el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando la intención. Con la boca guardada detrás de la máscara viviremos para el momento del beso sanitario, cociendo deseos con nuestras emociones sin destapar el guiso.

El Tango te está esperando. Y como lo sigas interpretando así con el pianito eléctrico  de tu sobrino, te va a bajar todos los dientes en la esquina.

En cada pista vendría bien poner el nombre de festivales diseminados a razón de metro por el suelo. Una forma de viajar por todo el mundo sin salir ni siquiera del compás.
No me pises la Roma.

Con el auge de la clase virtual algunos aprovechados habrán quedado de maestros por comodidad o porque el alumno de tanto probar fiascos se quedó esperando ese algo más que nunca llega. Los buenos hacen clases selectas compartiendo su saber sin exponerse. Y los mediocres anuncian sus clases de rebaja, agitando pelucas de colores.

Detrás de lo que vemos hay una trama oculta. La vengo pisando desde que nací. Por eso es que soy tan mal bailado. Existe en contra mío una conjura.

Siempre hay una conspiración en marcha. Y un traidor. Y uno que mira lejos, pero lo justo. Y uno que vende el guion, el libro, la película y la serie.
Pero aquel que sabe y tiene los derechos de la trama ya está en otro complot. 

Con un poco de suerte y a este paso llegaremos a completar la tanda sin recibir codazos, ganchazos ni abrazos.

Comencé a estirar un bollo de pizza hace tres meses. Lo dejaba levar sabiendo que la masa madre que está en su corazón resiste el cambio. Lo ponía a enfriar un día o dos. Lo volvía a sacar y desplazaba un poco de territorio por la mesa para volverlo otra vez a la nevera.
Y ahí anda la pobre masa, queriendo ser pizza sin todavía tener los ingredientes.
Igual que las milongas que tendremos.

Habremos de cambiar los códigos por los protocolos. Y cuando el consejo oculto de sabios milongueros sanitarios nos de las directivas haremos lo de siempre: buscarle la interpretación que mas convenga a nuestra rebeldía.

Nosotros, los que bailamos, les sacamos el refugio a los tangueros ocasionales. Esos que cuando sienten la angustia en los calzones cantan un tango por no llorar, y andan babeando el vaso con sus penas. Así que muchachada milonguera en receso: si vamos a usurpar parcelas de penuria no me vengan otra vez con «Los mareados». Que se note que somos afligidos con frondoso catalogo. Cantemos juntos por videoconferencia: «Barro», «De barro» o «Fangal».
Y que baile el que pueda.

En los tiempos de antes íbamos a la milonga. Nos cambiábamos de vida junto con los zapatos, bailábamos, comíamos, conversábamos y después nos íbamos. En las milongas que vendrán todos se darán cuenta que somos nosotros.
La mascarilla nos delata.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Incidente en el cielo milonguero - Una parábola con implicaciones parabólicas(Por Cátulo Bernal)

 —Eso que los creyentes, llaman el cielo, no es una locación imperturbable —dije mirando a los demás lusiardianos, huérfanos del «Oriental» la milonga al aire libre que ahora solo existía en nuestro recuerdo. Era una noche triste de sábado en que no había una sola milonga en la ciudad condal. Estábamos en la semi penumbra del bar «Roñoso» compartiendo licores de garrafa a la mortecina luz de un par de quinques de kerosén, rescatados del almacén del decrépito establecimiento, luego de que un vendaval de agua cortara toda posibilidad de luz eléctrica en cinco manzanas a la redonda.  En la cocina tres espitas con espetones que mantenían caliente un caldero lleno de aceite para las habituales frituras y otras excrecencias alimenticias, completaban la siniestra iluminación de la taberna, con su característico mural en que se recreaban los bailongos de las cuatro edades del tango: la de oro, la de plata, la de bronce y la nuestra, que nuestro filósofo de cabecera había bautizado com...

A PROPOSITO DEL PIBE JACINTO

El misterio del pibe Jacinto Bailaba feo, pero nadie bailaba como él. El Pibe Jacinto fue el mito más extraño y fascinante de las milongas. La primera vez que lo vi, fue en los confines de aquella efímera milonga de Pocho y Beba, que anduvo desangrando noches inolvidables durante cinco años hasta que ya no fue. Yo paseaba la mirada por la ronda desde una mesa a la que se acercó para cambiarse los zapatos uno de aquellos viejos milongueros con un bolso de cuero al hombro, donde seguramente había un frasco de colonia, un par de pañuelos,   medias y algún libro ajado, además de algunos otros implementos útiles, porque siempre se sabe donde empieza la noche, pero nunca donde se acaba. Aquel hombre, se estaba calzando los zapatos cuando miró a la ronda, divisó algo, puteó entre dientes y, con el mismo empeño que había puesto para calzarse, se volvió a poner los mocasines de calle y se fue sin decir palabra. Miré a la pista. Una pareja avanzaba entre las armoniosas figuras siempre v...

ANOCHE VINO ZOTTO

  Siempre hemos tenido una relación un tanto extraña con el «Nene»   Desencanto.  Desde aquella vez en que el Pibe   Pergamino  me lo presentó en uno de esos eventos con milonga suburbana y compartimos el autobús de vuelta y algunas media lunas pegoteadas en la madrugada tardía. En este verano caluroso lo estoy viendo como un calco de ese ayer, mientras se esmera por sacar a las pibas principiantes en la  Milonga de la Fuente .  La chaqueta arrugada, la camisa negra    blanqueada de sudor, los bajos del pantalón    manchados con puntazos y voleas mal encajadas, el pelo en desorden,  Las puntas de los pies ardidas    de pisar un canyengue mal hecho, los ojos semi cerrados, aunque con el fiero brillo — en la mirada y en la ropa— del milonguero superviviente de otras épocas. Con todo lo bueno y lo malo que esa pertinencia conlleva. Desencanto  proviene de otro mundo, en el que está bien visto que una dama o, en su c...