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LIBRO DE LAS MILONGUILLAS II(BUSCANDO A CLEMENCIO)

Es curioso como el ingenio del ser milonguero obtiene diversión de la torpeza ajena. Si a la primitiva costumbre de criticar de los patriarcas y matriarcas de  mesa y  vino le agregamos la innovación tecnológica, obtenemos algo similar a lo que ocurre en la única milonga de la inexistente ciudad japonesa de Kamorisu. Digo inexistente porque la ciudad es un plató de filmación abandonado en Italia,  un basamento real construido por encargo para  la animación virtual de una ciudad ideal creada por  diez mil hikikomoris que la habitan sin salir de su habitación. En esta imposible locación ha encontrado refugio una pequeña comunidad de milongueros que, haciendo uso de una de las salas principales han montado impunemente su milonga, bajo la dirección de dos parejas Argentinas con ansia y sin dinero.  Allí, todas las noches estos caraduras de catalogo, que malviven o sobreviven del turismo milonguero y los despistes entre las tablas y los cartones decorados, cobran precios que van desde la burla hasta el escarnio para tener el privilegio de bailar en una pista en forma de bandeja giradiscos hecha de material reflectante y decorada con las típicas paredes verdes de croma key. Con desechos e ingenio, estos atorrantes han sumado a la sala un mobiliario incomodo y desconcertante: Las mesas son bloques de plástico o poliestireno expandido con cubos mas pequeños donde sentarse. La Barra un contenedor de basura donde el sufrido bartender vende sus destilados artesanales. El baño una cabina plástica que  obreros inconscientes dejaron hace tiempo, sin preocuparse por el detallismo ni el orden de sus empleadores japoneses. Allí todos bailan como quieren sin respetar el sentido de la ronda y sin estorbarse, cosa que sí ocurre si el bailarín es bueno e incauto. Mas vienen y de muy lejos, los malos bailarines a divertirse en su insolente patadurismo. Todos enseñan y ninguno aprende. Abominan de los especialistas y los que quieren imponer su destreza inculcando códigos al prójimo. Nos regimos por nuestras ansias, nuestros apetitos y nuestras limitaciones, es el lema que cuelga de un cuadro con perros bailando. Si una pareja destaca sobre el mediocre resto la púa gigante del tocadiscos, a la que han agregado unas pinzas acolchadas en el extremo los caza por toda la pista y los atrapa como esas maquinitas grúas de monedas donde los niños pescan sus juguetes, para depositarlos al costado de la ronda donde deben soportar las chanzas de los asistentes y el robo de sus pertenencias y vestuarios.  A la cuarta infracción, muchas veces consentida y buscada por cierta especie de milongueros sin rumbo fijo que goza y se regocija en mostrar su desnudez y lascivia, los penalizados son lícitamente expulsados al afuera, donde deben divertir a quienes buscan el aire para fumarse nicotinas, tabacos y otras yerbas, cantando o reproduciendo películas tangueras que solo ellos conocen y mendigando el favor o la moneda para beneficio de la comunidad. Esta costumbre, que nada tiene que ver con la milonga es lo mas remarcable de este sitio de morondanga que ha empezado a hacerse famoso por su rareza. Y aunque la exportación e importación  de malos profesores —que no son tales— es motivo de orgullo en esta milonga, que se llama sugerentemente El ciruja, no es propiedad exclusiva del sitio. En otros lugares he visto comportamientos similares, aunque no tan vergonzosos. Según cuentan, en su reclusión auto impuesta, los hikikomoris perciben cambios en su ciudad ideal, distorsiones de la ronda que utilizan por diversión desde su hermetismo. Un avatar suplanta a cada milonguero linyera o a cada pareja que desde una consola simula ser un vampiro zombi. Como aquellas viejas maquinas Sega o Konami los hikikomoris disparan y aciertan a las figuras. Y cada tanto ese disparo tiene su eco real en la ronda. Pero no se trata de golpes del destino o calambres eléctricos suministrados desde las paredes. Son los efectos de los destilados de la barra que se ceban en esos millonarios capaces de pagar las escandalosas libaciones. La comunidad estable ya esta irreparablemente ida viviendo en una realidad paralela, que aunque más pobre no tiene nada que envidiarle a otros mundos virtuales que alojan otro tipo de buscavidas, incluso más soberbios"
                                             CLEMENCIO BERNAL- EL LIBRO DE LAS MILONGUILLAS.

Suena el móvil perturbando la quietud de una tanda de Disarli y el sol que me hace indigerible un par de franfurts mañaneros. Bajo la sombrilla en primer plano privilegiando las cuatro parejas que comienzan el día con algunos pasos veo en la pantalla la sonrisa pura de Nina, mi amor, allá lejos en donde todavía existe la rutina, la ciudad, la casa y el futuro que compartiremos. Intento que la videoconferencia no muestre demasiado la amplitud real del desenfreno gastronómico  en que nos movemos desde hace cinco días y dos tango maratones hiladas en una ruta que los milongueros acomodados llaman ya "La ruta del timbo gastado" Aunque inevitablemente se filtraran los gritos de jubilo de comensales abotagados y otros especímenes en felino derroche de endorfinas.
—Hola amor, vida, casa refugio, existencia versos que me quedan por decirte, calma quietud y esperanza.
—Que hombre más cursi. Por eso me encanta. Hola amor, tristeza y alegría, poemas en entradas viejas. ¿Cómo la están pasando?
—Bastante bien. Rómulo vive una segunda o tercera juventud, Pitón amenaza con volver a cada rato con Martita y Diógenes Pelandrún disfruta tergiversando pensamiento y comida. ¿Y vos?
—Contenta. Nos han dejado una fecha abierta para el gran festejo en el hostal milonguero.
—¿El hostal Milonguero de los señores Mawartz? En serio?
—Conociéndote querido, no se me ocurre mejor sitio para el festejo. ¿Estas?
—No .No. El sol, me hace picar los ojos. Y el vermut.
—Si seguro.
  —Quiero volver ya. Si no fuera por mi padre.
—¿Hay novedades?
—Siempre parece ir una tango maratón delante nuestro. Recopilamos noticias, tandas, algún comentario de esos exagerados que nunca faltan. Pero es difícil. Mi padre siempre fue muy celoso de su intimidad y su persona. Esto esta lleno de disfrazados. Pero lo intuyo cerca, muy cerca. Tengo que verlo.  O eso creo. Pero la travesía se me hace pesada. Llegamos, comemos, bailamos, partimos. Y siempre te extraño.
—Yo también. Espero que lo encuentren pronto. No por mi. Ni por Adolfo, que mira la puerta cada vez que escucha ruidos. Por vos. Por los dos.
—Lo que tenga que pasar pasará a pesar del caos. Es lo que dice Diogenes.
—Eso mismo. Cuídense. No te empaches a comida.
Apenas puedo colgar cuando una voz se escucha a mis espaldas.
—Pero bueno, ¡que sorpresa!¡Si es un Bernal!¡ el purrete Bernal retoño de mi queridísimo enemigo Clemencio!
Esta tapando el sol con su figura. Un tipo con salacot verde. Lleva una chaqueta de pana y pantalones cortos. Tiene gafas, el pelo de un rubio casi blanco y una cara redonda modelada a pasta. Su consistencia misma es pastosa. La boca es la tilde de la ñ y el latigazo de sus palabras cuando la abre, igual.
Amrico Caldo Nimbes. Critico de milongas. Toda su vida ha vivido del favor de los organizadores de milongas.  El típico elemento que disfruta con la desgracia ajena y contribuye con un comentario despectivo a destruir años de trabajo y pasión. A diferencia de mi padre incógnito, Amrico se hace notar para obtener un trato de preferencia. Los organizadores pagan para no estar en su Guía de las milongas mas malas del año. Un tipo vil que vive de la noche y se pasea buscando el infortunio.  Es parcial, vendido, rencoroso y no baila. Vamos por el buen Camino. Si anda por aquí Clemencio también. Mi padre es su objeto de odio favorito.
—¿Así que anda buscando a su padre? Yo también. Son muchas las cosas que me ha robado en estos años. Y las ideas no son las únicas. No .No...Me robo pasos.
—¿Pasos? ¡Si usted no bailo nunca!
—¡Que sabrá usted. Cuando yo descollaba en los salones usted apenas sabia decir la letra A.  Ahora no me hace falta bailar. Se lo dejo a esos mocosos soberbios que con tal de mostrarse venderían a su madre para pagarse una gira. Pero visto lo visto en algunas milongas y tango maratones estoy pensando seriamente en viajar por ahí enseñando.
—Como no sea la miseria o las partes con esos pantalones bombachudos y cortos que usa no creo que enseñe mucho. Aunque debo decir que la chaqueta de pana encima del conjunto le da un aire de distinción —acota Diogenes Perlandrun, que ha venido hasta nosotros con un vermut y una fuente de papas fritas grasosas.
—Ah. Otro comediante de la trouppe Bernal. ¿El viejo Clemencio contrata payasos guardaespaldas?
—No. Yo me represento a mi mismo. Diógenes Pelandrún, filosofo. Le ofrecería mis servicios pero seria una perdida de tiempo. Como una pizza con pasas.
—Filosofo ¿eh?  Con esas pintas. Si el finado Sócrates levantara la cabeza.
—Se volvería a caer. Es lo que tiene el mármol desnarigado. Entiendo que su limitada percepción del pensamiento le lleve a los tiempos de la toga. Pero las ideas son  materia viva. Hay quien las estimula con colorantes o conservantes. Pero no hay que abusar. Sobre todo de las pastillas azules. Le hacen tener sueños de grandeza que después se cumplen. Pero de forma trabajosa.
—Es una pena que el organizador haya accedido amablemente a no entrar en mi publicación. Me habían dicho que este lugar cumplía sobradamente con los estándares que salen en mis guías.  Al escucharlo a usted veo que no me han mentido.
—Este hombre es un prodigio. Además de pasear su estilo chantajista con desparpajo dice que ve el sonido.
  —He anotado mentalmente su nombre. Ya se arrepentirá de lo que dice cuando aparezca en mi guía.
—Si voy a estar  asegúrese de anotar también a mi amigo, Tortazo de Elea. 
—Hasta más ver.  Me voy a donde el aire sea puro.
—¿Y usted lo dice? que gracioso. ¿Lleva la tierra donde nació en los bolsillos como Chopin?¿ o es su natural perfume a viejo milonguero?
—No es mi olor. Aquí apesta a Bernales.
—¿Bernales?  ¿Qué esta diciendo? Mi padre está aquí?
—Entre nosotros hay un asunto pendiente. Si esta noche ve volar en la pista algo más que exaltados no diga que no le avise.
—Por eso siempre hay que asegurar con pegamento la dentadura.
-—Adios Bernal. Adios Payaso.
Nimbes se va atravesando la improvisada pista por el medio.
—El mundo esta muy mal cuando  un tipo que usa pantalones cortos, tirantes y chaqueta de pana acusa a otro vestido a la ocasión de payaso ¿Qué le pasa?  ¿Le cambiaron la medicación?
—No. Es así. Esa famosa guía de la que habla incluye las peores milongas que son siempre donde no lo dejan entrar. Y aun así tiene más seguidores que los libros de mi padre.
—La materia mas abundante del universo es la estupidez.
—Gran pensamiento. Tuyo?
—No por favor. Del maestro Frank Zappa. Vamos a comer que después hay que hacer la digestión para la matiné.

Seguramente mis primeras impresiones de la milonga El Ciruja habrán movilizado no pocos elementos milongueros que siempre están buscando algo más que un buen baile y un buen abrazo. Los imagino ahí, en su mesa, leyendo estas paginas e imaginando esa milonga libre donde todos los pecados —y perdónenme el término cristiano— tienen cabida, aceptación y la virtud esta en el despropósito, en la exaltación del Carpe Diem.   Los veo con su copa casi llena, la mano temblequeante, el rictus y la baba asomando a los labios, la mirada perdida en la imagen de cuerpos sudorosos y desnudados, bailando en desenfreno y buscando conexión sexual cual mítico aquelarre. No se equivoque. No busque en los mapas. No saque conclusiones ni pasaje. Esto no es como aquella película con Di Caprio que se llamaba La playa Si va para El ciruja vera que aquellos milongueros fueron jóvenes, pero hace tiempo. Aunque en su concepción ilusoria sigan siendo los pibes que ayer ya treinta años fueron. Viven así, sin otra realidad que su presente. Y no le harán participar de su presente, que aunque roñoso, les pertenece enteramente. Usted, con sus buenas maneras, su baile y sus posturas milongueras bien planchadas solo será para ellos un recuerdo del futuro de quien burlarse. Le harán pagar por todo y verá como en pocas horas se cumple contundente el tiempo y se pianta la vida del muchacho calavera. Porque lo más fuerte que se le queda pegado a uno después de visitar ese lugar es el olor acre del cuerpo mal lavado, la juventud perdida y los sueños que hace mucho tiempo que van durando una noche. 

                                             Clemencio Bernal.  LIBRO DE LAS MILONGUILLAS

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