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LA BALADA DEL TANGO CHICLE - Comentarios de libros por A.Gurrietes Borges

Confieso que había perdido las expectativas y la perspectiva con Editorial El Croto. Hasta una dilatada trayectoria de infamias puede de vez en cuando dar alguna perla, como sucedió con Peter Pantango y Las milongas del más allá (Ver comentario en este mismo blog). Pero eso no significa que Dalmacio Ganci, el editor irresponsable haya madurado, haya aprendido o simplemente haya adquirido con el tiempo un criterio critico atinado. En una editorial de amigos y parientes tapadera de gente bien con ínfulas culturales cada tanto hay una recomendación equivocada. Y de esta recomendación sale después un libro bueno. No es este el caso de La Balada del tango chicle, obra que parece una redacción de tercer año de secundaria. Quien firma en esta ocasión es un/a tal Carrie Macarry. Y no puedo pensar en los motivos que tiene alguien para usar un seudónimo así. Chiste  interno de un sábado con fiesta y alcohol, como suele suceder con los libros de El Croto. Normal,
¿Y que es exactamente La balada del Tango Chicle? me preguntaran ansiosos.
El critico está acostumbrado a leer entre líneas. Pero cuando el espacio entre cada línea parece una pista sobre un arrozal en la que baila una mala pareja, ahí la cosa cambia. Intenté encontrar algún sentido en esta historia, algún tipo de principio, nudo y desenlace.  Pero si hay un nudo es mas bien uno corredizo, del tipo horca del que cuelgan con los pies sucios todos los intentos literarios del o de la autora. Por hacer un símil tanguero digamos que La Balada del tango Chicle es como una milonga en la que el musicalizador no tuviera en cuenta las tandas y se dejara llevar por su antojo dejando que los bailantes entren y salgan cuando se les cante.
Todo de corrido, lento con rápido. Vals con milonga y tango nuevo.
 ¿Cuántas obras habrás ignorado, ignota/o Carrie Macarry, hasta qué, buscando algún párrafo decente topaste con  la inmortal y sufriente Carson McCullers en la biblioteca y dejándote llevar por las marcas a lápiz de estudiantes antiguos trazaste tu edificio tan en ruinas y tan cerrado como el café triste?
Puedo creer que Carrie Macarry, quien quiera que sea, imaginó esta obra enferma entre idas y venidas al baño de la biblioteca. Y olvidó releer lo escrito en cada nuevo retorcijón de estomago.
 Pueden poner o no comas entre «obra» y «enferma». Al caso es lo mismo.
El arte es metáfora, alusión y omisión. Pero si de tanto aludir se omiten cosas pasa esto: Una lista de deseos con tachas y anotaciones al margen. Un entusiasmo que se hace carga y termina antes de comenzar. Un condensado sin ganas del Reader´s Indigest.
Voy a intentar darle una continuidad temporal a las fichas de estudio de Carrie Macarry ya que no se sabe si lo que sucede ya sucedió, sucederá o solo está un baúl polvoriento dentro de algún compartimiento cerrado con llave de su cerebro debilitado por las juergas de Artistas.
Hay un pueblo muerto que alguna vez tuvo una milonga que alegraba sus noches rutinarias.  Una vieja casona de campo que apenas se sostiene. Una especie de Tambito cagado de palomas, humanos y despreciado hasta por los gatos. Detrás de las ventanas tapiadas se adivina furtiva actividad, una victrola con  esos tangos que nadie baila por ahora, mientras el criterio cretino de algunos musicalizadores no se enfoque a esas obras justamente olvidadas. Un alambique con oxido, un hogar sin fuego en el invierno. Mesas rusticas hechas con cajón enviado. Una pista de cemento pintado que no se usa, una mujerona almacenera profesora de estilo orillero que cura el mal de ojo a castigadas. En algún momento aparece bajo una capa solida de mugre un cantante contrahecho y calvo que cuenta anécdotas de memorables actuaciones por pueblos de provincia. Cabe suponer que la llegada de este personaje habilita la pista y la acción. En la confusión que sigue vemos que la casa ahora es bar bailable o siempre lo fue. Con el gangueante estilo de Macarry no se sabe. Hay un comité de sabios milongueros unidos por el canyengue y el destilado de hierbas casero. Afuera, patos que solo bailan con Troilo. ¿Patos que bailan con Troilo? Y adentro, la famosa empanada humeante de chicharrón y cecina, solo digerible si se acompaña con el vino patero que pisan los dos únicos niños del pueblo: Sansón y Delio. 
El tiempo se estira y hace globos en la imaginación de Macarry, igual que el tango chicle del titulo: pegajoso más que cerrado. Un amasijo que cuesta sacar de los pies, que se  baila mal a conciencia para que ninguno en ese pueblo de seres solitarios y perdedores sienta que es más desgraciado que otra/o. Tango chicle que se clava y eterniza en la pista como esa casona que es ruina, realidad y un confuso potencial. 
Hay un divagar de frase sacada de la puerta de la nevera, colgada del almanaque de aforismos para quedar bien cuando hay visitas. Como fuera del cuadro en el teatro, todos los personajes esperan. Primero la orquesta tópica «Los rejunaos, formación de violín, banjo, flauta y serrucho. Animamos milongas, fiestas infantiles, bodas, bautizos, despedidas y sepelios.5667789889». 
Lo segundo que se espera —pienso luego de buscarle alguna vuelta al incompleto giro de la acción—  es un ex marido malandra y lloricón que se escapó de la cárcel cuando llegue la orquesta. El tiempo verbal es literal. Y me pregunto si Carrie no es uno de esos autores extranjeros abusados por un traductor rencoroso o solo una de las múltiples personalidades de Ganci.
 Por fin, luego de varios retazos que quieren ser poéticos pero están mal cosidos, se puede intuir que los personajes esperan una tanda bailada entre la mujerona y el malandrín, seres en conflicto. Entre sí y en sí. Como agitando las manos al costado de una trama que no resuelve, Macarry intenta mostrarnos los preparativos de ese duelo-baile que nunca se da o siempre. Un baile insidioso y fastidiante en el que todos se chocan y ninguno baila.
En ese largo pasillo polvoriento que es el pueblo con una sola milonga todos esperan, igual que los lectores, esa tanda buena que la noche prometió al principio.
Y al final, que no es más que la interrupción de la música y de la mezcolanza solo está la palabra fin.
Y nos quedamos esperando que Macarry vuelva de su incursión al baño y termine de una vez o empiece.
Un libro que quiso ser milonga y solo es practica de principiantes alargando un paso mientras se va la noche.
Maestro: ¿A cuanto tiene el kilo de escribir?

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