—La navidad cada día me resulta más insoportable— dice Piton Pipeta hamacándose en su silla de diseño mientras degusta un cóctel de Mamerces hijo en el bar Roñoso New Roñoso. Este «Establecimiento cultural de bajo presupuesto, pintoresquismo rustico y viandas suculentas regadas con aceites saborizados», según se lee en la Nueva guía de sitios marginales con posibilidades de aventura, una publicación que informa a los artistas locales y otros cazadores de antros, ávidos de emociones, nos acoge entre sus mesas mugrientas en la matiné obligatoria, antes de las sesiones milongueras en Milonga del Oriental.
Por los ventanales panorámicos vemos pasar chicos y chicas vestidos como Papa Noel, casi todos con cascos de moto en la mano y la consabida bolsa blanca llena hasta el tope. Pero no con regalos sino con alcohol barato.
—Martita se pone sentimental de tanto leer los mensajes que les mandan a su programa Rómulo. Sueña con El bazar de los juguetes que usted pone a cada rato. Hasta llega a creer en el espíritu navideño y todo—. Dice Pitón mientras pincha una papa frita saborizada especialmente por Cristino, el chef.
Porque además de Pitón, El Indio Martin y el filosofo Pelandrún tenemos con nosotros a Rómulo Papaguachi, que ha abandonado la ermita y degusta con ansiedad las incomibles viandas refritadas.
—Será el espíritu navideño.
Diógenes Pelandrún captura una guinda con palillos y se la lleva a la boca.
—Un espíritu es una manifestación fantasmal creada por el inconsciente colectivo para justificar gastos, excesos, malversaciones, errores y otras incapacidades propias. Cuando nadie se hace cargo es mas fácil achacárselo al espíritu. Cuando hay que vender es conveniente apelar al espíritu navideño y el de la tarjeta. Un espíritu puede ser visto en condiciones mentales alteradas como las que se dan por estas fechas. Pero hasta el momento, a pesar de los adelantos tecnológicos y la ansiedad de los caza fantasmas no hay pruebas concluyentes de actividad paranormal en horario comercial. Y menos actividad paranormal navideña.
—Eso porque no tiene familia numerosa. En reuniones con familia numerosa hay siempre sucesos inexplicables. Regalos que vuelan solos y otros milagros que en el resto del año no suceden.
—Sí. Todos quieren creer por calendario. Y harán lo que sea por creer.
—O sea que usted no cree en la navidad.
—Soy filosofo. La navidad es muy linda para comprar, comer y hacer como que todos somos buenos por unos días. Pero no muchachos ¿Adonde van corriendo si el año que viene todos vamos a estar más o menos en el mismo sitio? En los mismos ríos entramos y no entramos pues somos y no somos los mismos, como diría el compadre Heraclito.
—Martin, ¿Su tribu cree?
—Hace tiempo que dejamos de ser tribu. Ahora somos corporación. Influencia de la nación Seminola. Creemos en los poderes de las cosas simples y en la existencia de las creaciones complejas.
—Me refería a la navidad.
—Eso es más increíble que las historias de zorro, lobo, oso y vizcacha.
Rómulo Papaguachi se limpia una mancha de mayonesa que cae por sus tirantes de color rojo y acota.
—Navidades eran las de antes. Ahora cualquier tirifilo se calza el uniforme del gordo Noel y sale a asustar niños. Fíjense sino todos estos pibes que se ven afuera. Mal vestidos, mal entrazados, con ese disfraz que parece comprado en rebajas y sin las tradicionales botas ¿Adonde van con esta tormenta?
—No quisiera contradecirlo Rómulo, pero afuera hay sol. Son los cristales que los dioscuros no limpian nunca.
—Eh, que es polarizado natural—. saltan los dioscuros Castor y Pólux Gigena, eficientes camareros a apaga broncas del Roñoso, las manos ejecutoras de Mamerces padre, cuya única función en el negocio es quejarse y hacer cuentas bajo el mural con motivos milongueros que alguna vez pintó su hijo barman.
—Ah. Pero parece que truena y todo— dice Papaguachi.
—Son los papa noeles que se están subiendo a las motos. Una nueva moda, Ahora seguro darán vueltas a la manzana haciendo ruido ¡Si por lo menos fuera una protesta laboral!
—Estos son unos pobres diablos disfrazados y desganados. No sienten los colores como los Navideños del infierno ¡Si nos habremos agarrado a bollos con esos rojos cuando éramos jóvenes!
—¿Ustedes? ¿quienes? ¿Fanáticos de los reyes magos?
—No. No. ¡Que reyes ni que reyes! Era la época de las bandas callejeras. Nosotros éramos los Budas del budín. Salíamos a cascarnos con otros dementes milongueros todos los fines de semana.
—¿Los budas del budín?— Miro la barriga de Rómulo abultando los tirantes, el bigote blanco, la melena despeinada. Le pega más la imagen de un Papa Noel en horas bajas.
—Si. Repartíamos con honor y alegría. Nos fajábamos sanamente y con códigos. Y después nos íbamos a milonguear. Los rojos navideños eran de Tanturi, a diferencia de Los caños zurdos, que seguían todos a Pugliese. Por eso no nos juntábamos nunca en los bailongos. Tuvimos nuestros momento de gloria con los Budas. Pero pasó un caso.
—¿Qué pasó Rómulo? Cuente, cuente.
—Elegimos mal la orquesta.
—¿D' Arienzo? ¿Troilo?
—No. Guerducherlo.
—¿Quien?
—Guerducherlo. Tengan en cuenta que en aquella época salían músicos y orquestas bailables a patadas. Y nosotros nos hicimos fans de Guerducherlo.
—¿Pero que tangos tocaban?
—Tangos saltaditos. Recias composiciones de la dupla de violinistas Falbrian-Escote. Estrenaron en el Armenonville grandes éxitos como Luna de Cabaret, El garraman y nuestro himno el gran hit: Budas con budines bailan mal con pibas rubias.
—Raro para un tango, ¿No?
—Y... Éramos rebeldes. Después la orquesta se fundió y no toco más. No se si habrá grabaciones. Busqué y busqué pero no encontré nada. Una pena. Tenían potencial. Si hubieran trascendido ya iban a bailar esas cosas flojas de La noche que te fuiste con esos compases de Caló al final que por optimistas afean el dolor del tipo. Tangos saltaditos. Eso hace falta.
—Al tango le falta rocanrol.
—Y el cantante era buenísimo. Atilio Cangrela Manguito. Pero se dio a la bebida y a las drogas. Terminó mal.
—¿Cómo Tanguito, el creador de la Balsa?
—No se quien es ese. Manguito Cangrela era un personaje. Le decían así porque siempre estaba pidiendo plata para comer. Che, ¿no tenes un manguito para un sanguche? decía. Y después se lo gastaba en drogas y en milonga. Che, ¿no me prestas los zapatitos para bailar tres tangos? me salió un laburito. Y después cuando se los pedías te decía; Uy, me los olvide en Córdoba. Pobre pibe.
Anda a saber si no los vendía para comprar merca.
—Ahí tiene material para sus escritos, Cátulo— dice Pitón.
—Sí, sí. Lo estoy anotando para que no se pierda el testimonio. Pero, ¿Qué pasó con su banda de rebeldes, Rómulo?
—No era mía. Todos éramos iguales, como los integrantes de la Hermandad de la costa.
—Eso porque no tiene familia numerosa. En reuniones con familia numerosa hay siempre sucesos inexplicables. Regalos que vuelan solos y otros milagros que en el resto del año no suceden.
—Sí. Todos quieren creer por calendario. Y harán lo que sea por creer.
—O sea que usted no cree en la navidad.
—Soy filosofo. La navidad es muy linda para comprar, comer y hacer como que todos somos buenos por unos días. Pero no muchachos ¿Adonde van corriendo si el año que viene todos vamos a estar más o menos en el mismo sitio? En los mismos ríos entramos y no entramos pues somos y no somos los mismos, como diría el compadre Heraclito.
—Martin, ¿Su tribu cree?
—Hace tiempo que dejamos de ser tribu. Ahora somos corporación. Influencia de la nación Seminola. Creemos en los poderes de las cosas simples y en la existencia de las creaciones complejas.
—Me refería a la navidad.
—Eso es más increíble que las historias de zorro, lobo, oso y vizcacha.
Rómulo Papaguachi se limpia una mancha de mayonesa que cae por sus tirantes de color rojo y acota.
—Navidades eran las de antes. Ahora cualquier tirifilo se calza el uniforme del gordo Noel y sale a asustar niños. Fíjense sino todos estos pibes que se ven afuera. Mal vestidos, mal entrazados, con ese disfraz que parece comprado en rebajas y sin las tradicionales botas ¿Adonde van con esta tormenta?
—No quisiera contradecirlo Rómulo, pero afuera hay sol. Son los cristales que los dioscuros no limpian nunca.
—Eh, que es polarizado natural—. saltan los dioscuros Castor y Pólux Gigena, eficientes camareros a apaga broncas del Roñoso, las manos ejecutoras de Mamerces padre, cuya única función en el negocio es quejarse y hacer cuentas bajo el mural con motivos milongueros que alguna vez pintó su hijo barman.
—Ah. Pero parece que truena y todo— dice Papaguachi.
—Son los papa noeles que se están subiendo a las motos. Una nueva moda, Ahora seguro darán vueltas a la manzana haciendo ruido ¡Si por lo menos fuera una protesta laboral!
—Estos son unos pobres diablos disfrazados y desganados. No sienten los colores como los Navideños del infierno ¡Si nos habremos agarrado a bollos con esos rojos cuando éramos jóvenes!
—¿Ustedes? ¿quienes? ¿Fanáticos de los reyes magos?
—No. No. ¡Que reyes ni que reyes! Era la época de las bandas callejeras. Nosotros éramos los Budas del budín. Salíamos a cascarnos con otros dementes milongueros todos los fines de semana.
—¿Los budas del budín?— Miro la barriga de Rómulo abultando los tirantes, el bigote blanco, la melena despeinada. Le pega más la imagen de un Papa Noel en horas bajas.
—Si. Repartíamos con honor y alegría. Nos fajábamos sanamente y con códigos. Y después nos íbamos a milonguear. Los rojos navideños eran de Tanturi, a diferencia de Los caños zurdos, que seguían todos a Pugliese. Por eso no nos juntábamos nunca en los bailongos. Tuvimos nuestros momento de gloria con los Budas. Pero pasó un caso.
—¿Qué pasó Rómulo? Cuente, cuente.
—Elegimos mal la orquesta.
—¿D' Arienzo? ¿Troilo?
—No. Guerducherlo.
—¿Quien?
—Guerducherlo. Tengan en cuenta que en aquella época salían músicos y orquestas bailables a patadas. Y nosotros nos hicimos fans de Guerducherlo.
—¿Pero que tangos tocaban?
—Tangos saltaditos. Recias composiciones de la dupla de violinistas Falbrian-Escote. Estrenaron en el Armenonville grandes éxitos como Luna de Cabaret, El garraman y nuestro himno el gran hit: Budas con budines bailan mal con pibas rubias.
—Raro para un tango, ¿No?
—Y... Éramos rebeldes. Después la orquesta se fundió y no toco más. No se si habrá grabaciones. Busqué y busqué pero no encontré nada. Una pena. Tenían potencial. Si hubieran trascendido ya iban a bailar esas cosas flojas de La noche que te fuiste con esos compases de Caló al final que por optimistas afean el dolor del tipo. Tangos saltaditos. Eso hace falta.
—Al tango le falta rocanrol.
—Y el cantante era buenísimo. Atilio Cangrela Manguito. Pero se dio a la bebida y a las drogas. Terminó mal.
—¿Cómo Tanguito, el creador de la Balsa?
—No se quien es ese. Manguito Cangrela era un personaje. Le decían así porque siempre estaba pidiendo plata para comer. Che, ¿no tenes un manguito para un sanguche? decía. Y después se lo gastaba en drogas y en milonga. Che, ¿no me prestas los zapatitos para bailar tres tangos? me salió un laburito. Y después cuando se los pedías te decía; Uy, me los olvide en Córdoba. Pobre pibe.
Anda a saber si no los vendía para comprar merca.
—Ahí tiene material para sus escritos, Cátulo— dice Pitón.
—Sí, sí. Lo estoy anotando para que no se pierda el testimonio. Pero, ¿Qué pasó con su banda de rebeldes, Rómulo?
—No era mía. Todos éramos iguales, como los integrantes de la Hermandad de la costa.
—Hermandad de la Costa, ¿otra banda?
—No, no. Habla de los piratas. Pero de los de verdad.
— Gracias Catulo. Después de la disolución de la orquesta fuimos dando vueltas de acá para allá. Abandonamos la tradicional blusa budista y nos trajeamos sin juntarnos con otras bandas. Íbamos sin dueño, normales a milonguear. Como Ronins. Y de pronto pasó el tiempo de las peleas callejeras. Esas gloriosas grescas en las que llegaron a juntarse hasta doscientos tipos de diferentes bandas defendiendo los colores de su orquesta decayeron. Después, sencillamente desaparecimos. Nos pasaron por encima las obligaciones, el matrimonio y otros males menores de la existencia— una especie de gemido quedo sube desde sus costillas
—No llore Rómulo.
—Tome un poco de vino.
—Gracias muchachos. Me tragué un cigarro con la milanesa.
—¿Y no queda ninguna banda?
—Los bebes Evangelistas de Rodríguez, Las cuchilleras de Canaro, Las viudas de Moran. Todos se han perdido. A veces me junto con Otilio Guillermin, el único Buda que permanece y nos emborrachamos tarareando Budas con budines bailan mal con pibas rubias, fruta abrillantada por besos de cabernet. Esos eran tangos, ¡carajo!
Afuera los pibes dan vueltas y mas vueltas con sus motos y sus disfraces baratos de Papa Noel. Hacen ruido para nada y sin llegar a ningún lado. Rómulo se toma de un trago el vaso mellado lleno de cabernet.
—Yo les voy a enseñar a estos payasos lo que es una buena pelea. ¡Budas con Budines!— grita y sale afuera.
Tropieza en el escalón y se cae.
Salimos a auxiliarlo. Se duele del golpe tocándose el costado. Mientras Diógenes Pelandrún va a buscar su tango móvil y El Indio revisa las alforjas de Corsini para ver si hay alguna untura, Rómulo grita de dolor y rabia.
La convención de navideños desganados nos ignora. Siguen dando vueltas sin finalidad hasta que se les agote el combustible o el alcohol.
Contradiciendo a Heraclito y bañándose siempre en el mismo río.
—No, no. Habla de los piratas. Pero de los de verdad.
— Gracias Catulo. Después de la disolución de la orquesta fuimos dando vueltas de acá para allá. Abandonamos la tradicional blusa budista y nos trajeamos sin juntarnos con otras bandas. Íbamos sin dueño, normales a milonguear. Como Ronins. Y de pronto pasó el tiempo de las peleas callejeras. Esas gloriosas grescas en las que llegaron a juntarse hasta doscientos tipos de diferentes bandas defendiendo los colores de su orquesta decayeron. Después, sencillamente desaparecimos. Nos pasaron por encima las obligaciones, el matrimonio y otros males menores de la existencia— una especie de gemido quedo sube desde sus costillas
—No llore Rómulo.
—Tome un poco de vino.
—Gracias muchachos. Me tragué un cigarro con la milanesa.
—¿Y no queda ninguna banda?
—Los bebes Evangelistas de Rodríguez, Las cuchilleras de Canaro, Las viudas de Moran. Todos se han perdido. A veces me junto con Otilio Guillermin, el único Buda que permanece y nos emborrachamos tarareando Budas con budines bailan mal con pibas rubias, fruta abrillantada por besos de cabernet. Esos eran tangos, ¡carajo!
Afuera los pibes dan vueltas y mas vueltas con sus motos y sus disfraces baratos de Papa Noel. Hacen ruido para nada y sin llegar a ningún lado. Rómulo se toma de un trago el vaso mellado lleno de cabernet.
—Yo les voy a enseñar a estos payasos lo que es una buena pelea. ¡Budas con Budines!— grita y sale afuera.
Tropieza en el escalón y se cae.
Salimos a auxiliarlo. Se duele del golpe tocándose el costado. Mientras Diógenes Pelandrún va a buscar su tango móvil y El Indio revisa las alforjas de Corsini para ver si hay alguna untura, Rómulo grita de dolor y rabia.
La convención de navideños desganados nos ignora. Siguen dando vueltas sin finalidad hasta que se les agote el combustible o el alcohol.
Contradiciendo a Heraclito y bañándose siempre en el mismo río.
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