Era viernes por la tarde y juntábamos pasos y vermut en la Previa a la Milonga del Oriental con Papaguachi, Piton Pipeta y El Profe Maradona en la mesa habitual del Bar "Roñoso". Al segundo el único ventilador del establecimiento se vino abajo impactando de lleno en el cuello del Uruguayo Pococho, ex dueño de un carrito de choripan en el asteroide Zappa y parrillero titular de la "milonga del Oriental". Estaba tan oxidado que al contacto con el cuero curtido a asados del uruguayo directamente se desintegró. No obstante, en el impacto un trozo de revoque del techo en el que el pintor Marsulio Mamerces había inmortalizado una imagen de Libertad Lamarque sosteniendo una botella de borgoña le dio de lleno en la cabeza, lo que provocó en Pococho una acentuada vacilación. Vimos como se le ruborizaba de sangre un costado de la cara. Se le doblaron las piernas, los ojos le bizquearon hacia oriente y manoteando con sus falanges gigantoides en busca de oxigeno se vino
abajo derribando en el empellón un antiguo expositor giratorio robado a alguna tienda , que Rudecindo el dueño tiene con polaroids llenas de grasa en donde apenas se distingue el paso de notables del baile, la canción o el desenfreno por las mesas bohemias del "Roñoso". Castor y Polux Gigena, los estrafalarios camareros-mozos reaccionaron prontamente improvisando un vendaje con un par de medias de mujer y una bolsa de zapatos olvidada. Rudecindo de rodillas oraba a los dioses de la milonga para que los salvaran de un homicidio simple por negligencia. Llegó a arrastrarse por el suelo e incluso a prometer que no engañaria más a los desengañados que a la madrugada llegan buscando consuelo en comestibles o vino barato. Luego de algunos minutos y un inédito lustrado humano del parquet, Pitón Pipeta tuvo la ocurrencia de agregarle a la cataplasma una estampita de San Finito Escabiadin y acercarle a la nariz un frasco con Chimichurri alto octano. Pococho despertó enseguida, aunque no manifestó ningún entendimiento lógico. Asentía a cualquier pregunta desde el "Estas bien?" " Te gusta Azúcar, pimienta y sal?" o "es verdad que tu tío es Charles Romuald Aznavour Gardes?" . Lo que nos llevó a pensar que algún fleje se le había movido en el cerebro. Rudecindo le hizo hasta 20 vales por esos correosos sanguches de milanesas que ni siquiera los que hacen turismo aventura gastronómico se comen, pretendiendo con eso eludir la responsabilidad o el juicio. Pero Pococho solo se mantenía mirando hacia adelante, con la misma sonrisa sostenida que se le pone a algunos cuando empeñosamente se toman la molestia de eludir el cabeceo y luego de atravesar toda la pista reciben un terminante "No".
La tarde se iba. Llamamos a Riquelme, el dueño de la milonga del Oriental avisándole que su parrillero titular había sufrido un percance. "Cualquier cosa llevenlo a Cadorna. Es un veterinario amigo, dijo. Y nada de hospitales." Había visto muchas películas de mafia y todas las de Gardel. Pudimos oír su voz desde el otro lado sopesando la posibilidad de sustituirlo por "Dalmiro el costillero cerrado" uno de los titanes de la milonga cuyo personaje no tenia mucho éxito. Desde el fondo de los vendajes Pococho se manifestó con una voz que parecía salir por dos canales a la vez. "Vamos, el trabajo me espera". Y aunque no nos gusta abrir la milonga y menos ir a los preparativos lo acompañamos por si le sucedía una recaída, recriminando al larval Rudecindo su poca humanidad.
La verdad es que no teníamos mucho por hacer. Los festivales veraniegos y el trajín nos habían dejado en baja forma. Particularmente la búsqueda de Helena me había generado ansiedad, angustia y versos malos. Y a nivel físico un ligero esguince. Así que cuando nos sentamos en nuestra mesa habitual, los muchachos se pusieron de cara a la pista viendo como se desenvolvía la clase de principiantes con el inasible Corchito Echesortu y yo con las piernas en una silla cachuza me dispuse a verificar que Pococho cumpliera con su labor parrillera sin desmayarse sobre el fuego.
Enseguida vi que no estaba bien. Iba y venia como quien abusa de amagues dudando al tocar el carbón. y limpiándose exageradamente.
Luego de un rato largo de estudio y meditación tuve un segundo indicio de anormalidad por parte del Uruguayo. Vi que acomodaba el carbón y la leña de cualquier manera. Pococho es uno de esos parrilleros cuyo método consiste en acumular yesca y madera chica debajo, para formar una especie de zigurat con los troncos grandes. Desdeño el papel de limpiar la parrilla. Desechó la grasa como combustible. Pidió papel nuevo y alcohol medicinal.
Cuando llegaron los primeros milongueros apenas salia un humo viscoso y una llama raquítica. Pococho traspiraba como los chorizos. La venta de picadas, empanadas y ensaladas se había disparado, lo que hizo venir a Riquelme enseguida. Al constatar que no estaba nada bien llamó a Dalmiro el costillero para que se pusiera al frente del fogón.
Sentaron a Pococho en una silla con una bolsa de hielo en la cabeza y una botella de Blanco en la mano. Parecia el Moises de Miguel Angel por pose y estatura.
Entrada la tanda de Biaggi mientras hacíamos esfuerzos por terminar los choripanes Dalmirianos y pedíamos una salvadora picada de milanesa y queso, Pococho se levantó de improviso y sacó a bailar a Marita Alceste cuyas larguisimas piernas y prodigiosos adornos a destiempo la han alejado de las pistas.
Nos sorprendió, porque Pococho no baila. Y Marita Tampoco. Pero en la pista se vio una conexion, armonía y hasta delicadeza. Contraviniendo las reglas se marcaron cinco tandas seguidas. "Se ha formado una pareja", comento Papaguachi, con cinismo. Riquelme se desplazaba arriba y abajo entre mesa y ronda gritando: "Si ya estas bien, volvé a la parrilla que Dalmiro me esta arruinando las achuras". Pococho no hizo caso. Parecía soldado a Marita. El explotador de Riquelme llegó incluso a acercar un balde a la pista para separarlos como se hace algunas veces con los perros. El "Lindo" Grassi lo detuvo aduciendo que iba a estropear la pista de tierra apisonada, transformándola en un barrial y haciendo hincapié en la blancura de sus zapatos.
En el intermedio entre quinta y sexta tanda sucedió lo inevitable. Mientras volvían a las mesas Marita lo abrazo y le dio uno de esos besos que buscan el labio como al descuido. Enseguida Pococho se revolvio y con voz fina y agitando mucho los brazos comenzo a cantar: "Dejame, no quiero que me beses por tu culpa estoy sufriendo la tortura de mis penas". Se fue hasta el medio de la pista y agarrándose al poste central siguió cantando "Besos Brujos" tal y como lo cantaría la mismísima Libertad Lamarque en crisis estomacal.
Era tan irreal que parecia la milonga una mala comedia musical.
Se necesitaron cinco hombres robustos "La China Hilaria" y la chaqueta del gordo Lasaña para despegarlo del poste y así poder reanudar la milonga.
Durante un rato se oyeron mas los gritos de la posecion Lamarquiana que la música del loquito Piazzolla. Hasta que llegó la ambulancia o el furgón. No vimos bien con la escasa luz.
Mientras Marita corría detrás del vehículo gritando y llorando Pococho cantaba con voz fina "El ultimo Puchito".
Marita no volvió.
Luego de un rato Pitón Pipeta comentó: "Que dúo haría Pococho con Osvaldo Malandra, el que se cree la reencarnación de Tita Merello".
Creo que lo decía en broma.
Pero al decirlo la voz le temblaba un poco.
La tarde se iba. Llamamos a Riquelme, el dueño de la milonga del Oriental avisándole que su parrillero titular había sufrido un percance. "Cualquier cosa llevenlo a Cadorna. Es un veterinario amigo, dijo. Y nada de hospitales." Había visto muchas películas de mafia y todas las de Gardel. Pudimos oír su voz desde el otro lado sopesando la posibilidad de sustituirlo por "Dalmiro el costillero cerrado" uno de los titanes de la milonga cuyo personaje no tenia mucho éxito. Desde el fondo de los vendajes Pococho se manifestó con una voz que parecía salir por dos canales a la vez. "Vamos, el trabajo me espera". Y aunque no nos gusta abrir la milonga y menos ir a los preparativos lo acompañamos por si le sucedía una recaída, recriminando al larval Rudecindo su poca humanidad.
La verdad es que no teníamos mucho por hacer. Los festivales veraniegos y el trajín nos habían dejado en baja forma. Particularmente la búsqueda de Helena me había generado ansiedad, angustia y versos malos. Y a nivel físico un ligero esguince. Así que cuando nos sentamos en nuestra mesa habitual, los muchachos se pusieron de cara a la pista viendo como se desenvolvía la clase de principiantes con el inasible Corchito Echesortu y yo con las piernas en una silla cachuza me dispuse a verificar que Pococho cumpliera con su labor parrillera sin desmayarse sobre el fuego.
Enseguida vi que no estaba bien. Iba y venia como quien abusa de amagues dudando al tocar el carbón. y limpiándose exageradamente.
Luego de un rato largo de estudio y meditación tuve un segundo indicio de anormalidad por parte del Uruguayo. Vi que acomodaba el carbón y la leña de cualquier manera. Pococho es uno de esos parrilleros cuyo método consiste en acumular yesca y madera chica debajo, para formar una especie de zigurat con los troncos grandes. Desdeño el papel de limpiar la parrilla. Desechó la grasa como combustible. Pidió papel nuevo y alcohol medicinal.
Cuando llegaron los primeros milongueros apenas salia un humo viscoso y una llama raquítica. Pococho traspiraba como los chorizos. La venta de picadas, empanadas y ensaladas se había disparado, lo que hizo venir a Riquelme enseguida. Al constatar que no estaba nada bien llamó a Dalmiro el costillero para que se pusiera al frente del fogón.
Sentaron a Pococho en una silla con una bolsa de hielo en la cabeza y una botella de Blanco en la mano. Parecia el Moises de Miguel Angel por pose y estatura.
Entrada la tanda de Biaggi mientras hacíamos esfuerzos por terminar los choripanes Dalmirianos y pedíamos una salvadora picada de milanesa y queso, Pococho se levantó de improviso y sacó a bailar a Marita Alceste cuyas larguisimas piernas y prodigiosos adornos a destiempo la han alejado de las pistas.
Nos sorprendió, porque Pococho no baila. Y Marita Tampoco. Pero en la pista se vio una conexion, armonía y hasta delicadeza. Contraviniendo las reglas se marcaron cinco tandas seguidas. "Se ha formado una pareja", comento Papaguachi, con cinismo. Riquelme se desplazaba arriba y abajo entre mesa y ronda gritando: "Si ya estas bien, volvé a la parrilla que Dalmiro me esta arruinando las achuras". Pococho no hizo caso. Parecía soldado a Marita. El explotador de Riquelme llegó incluso a acercar un balde a la pista para separarlos como se hace algunas veces con los perros. El "Lindo" Grassi lo detuvo aduciendo que iba a estropear la pista de tierra apisonada, transformándola en un barrial y haciendo hincapié en la blancura de sus zapatos.
En el intermedio entre quinta y sexta tanda sucedió lo inevitable. Mientras volvían a las mesas Marita lo abrazo y le dio uno de esos besos que buscan el labio como al descuido. Enseguida Pococho se revolvio y con voz fina y agitando mucho los brazos comenzo a cantar: "Dejame, no quiero que me beses por tu culpa estoy sufriendo la tortura de mis penas". Se fue hasta el medio de la pista y agarrándose al poste central siguió cantando "Besos Brujos" tal y como lo cantaría la mismísima Libertad Lamarque en crisis estomacal.
Era tan irreal que parecia la milonga una mala comedia musical.
Se necesitaron cinco hombres robustos "La China Hilaria" y la chaqueta del gordo Lasaña para despegarlo del poste y así poder reanudar la milonga.
Durante un rato se oyeron mas los gritos de la posecion Lamarquiana que la música del loquito Piazzolla. Hasta que llegó la ambulancia o el furgón. No vimos bien con la escasa luz.
Mientras Marita corría detrás del vehículo gritando y llorando Pococho cantaba con voz fina "El ultimo Puchito".
Marita no volvió.
Luego de un rato Pitón Pipeta comentó: "Que dúo haría Pococho con Osvaldo Malandra, el que se cree la reencarnación de Tita Merello".
Creo que lo decía en broma.
Pero al decirlo la voz le temblaba un poco.
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