
En todos sus años de existencia "Milonga del oriental" nunca ha cerrado por las condiciones climáticas. Bastó que se cambiara el toldo, que se modificara un elemento de la encantada atmósfera, para que en una hora, al estilo del "Perjurio de la nieve" - notable cuento de Bioy - se anunciara tormenta en lontananza y cayera, como nunca había sucedido, un aguacero diluvial.
Riquelme alborozado levantó el mando remoto y desplegó el toldo. Enseguida vimos que no servía para nada. Ondeaba en las alturas como la vela descontrolada de un viejo Navío. Apenas alcanzaba a cubrir las partes centrales de la ronda. Hacia calor, y en principio las parejas se solazaban en la novedad de la lluvia, siguiendo el compás de Donato con alborozo, pero cuando los vientos racheados alcanzaron una velocidad estimable arrojando a la cara y a los vestidos mojados gotas de esas que pican, además de aflojar la perenne pista de tierra que se iba ablandando y en consecuencia succionando los zapatos, los charoles y los tacos, toda esa visión idílica se desvaneció y se produjo la gran desbandada.
Todo era confusión. Los tangueros de diseño corrían en todas direcciones, sin lugar para guarecerse. los Baños quimicos alojaban a cuatro o cinco personas amenazando caerse y se apagaban las bombitas eléctricas de colores con el agua. Pococho el Parrillero y Galimberti, su ayudante, improvisaron un vivac con un palo tendedero de ropa y un mantel de hule, en un vano intento por proteger los chorizos centrales y el pan, pero alrededor el agua les apagaba las brasas produciendo un humo blanco. Aun así siguieron en su puesto, disuadiendo a los aprovechadores, que intentaban llevarse de la batea de bebidas algún vinacho . El loquito Piazzolla manoteo el cablerio y la maquina como pudo y se mando mudar. No nos quedó otra que meternos debajo del tablón de nuestra mesa, con las copas de vino y la picada. A la luz de los relámpagos vimos en la mesa de enfrente un grupito de chicas con las que brindamos a la distancia. Como una fuerza de la naturaleza El indio manoteo un puñado de sal, y con un cuchillo comenzó a hacer cruces en el aire, para cortar la tormenta. En tanto todo el descampado se había vaciado, con excepción de algunos que como nosotros se guarecían bajo los tablones y diez fanáticos de la lucha, que seguían las alternativas de los Titanes de la milonga, "Trompito Calcaterra" versus "El vengador Volea" en el barro(ver "Lucha Libre en la milonga del Oriental").
Calado hasta los huesos, Riquelme permanecia mirando inmóvil el toldo inútil amenazándolo con un chorizo seco. Garza Robles, alcoholizado, sujetaba una moneda contra el poste y parafraseando a Ahab gesticulaba como un loco "¡este doblón de Oro, es para quien me traiga a la ballena blanca, la maldita ballena blanca que me quitó la milongueridad!"
No se si fue por la magia del Indio o simplemente por decurso. La lluvia ceso como vino. La pista toda estaba hecha un barrial, La comida y libaciones abandonadas inservibles. Fuimos saliendo como bichos atontados por el sol, desde abajo de los tablones. El escritor Cabrejos aparto el agua de la mesa y restablecio la picada y el vino, de pie sobre el desastre, extrapolando la escena para su "Todo apesta, segunda parte". Un foco amarillo de los grandes habia sobrevivido en las alturas, difundiendo una intima luz tuberculosa. Alguien trajo guitarra y violín y se puso a musiquear . Varias parejas volvieron a la pista, tratando de secarse la ropa con el calor corporal y el abrazo. Pococho calentaba el pan mojado en la parrilla y Doña Martita hizo café con coñac, para templar el alma. La bolsa roja, sin zapatos, flotaba derivando hacia la sanja que venia subida. Nos remangamos los pantalones, nos descalzamos e invitando a las muchachas de enfrente nos fuimos para la pista, a chapotear por primera vez el barro del Oriental, con la alegría de la infancia y la despreocupación de la madurez.
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