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LA LEYENDA DEL MILONGUERO "INTOCABLE"

Los mayores lo recordaran como un hombre bien vestido,  casi siempre con ropas claras que no aparecía mucho por la milonga, pero que radiaba luz en cada ocasión en que lo veían venir. Incluso hay quien dice que el "intocable" no era un hombre, sino una mujer de vestidos vaporosos e insondable blancura que, con la misma cualidad etérea de una virgen, prestigiaba cualquier ambiente milonguero solo con caminar unos pasos por la ronda. No se conoce su nombre ni su procedencia, empero siempre hay quien los recuerda y en casi todos los bailongos del mundo, lo que hace que sus apariciones tengan casi la misma categoría de un mito urbano. En ese difuso territorio en que se pierden sus datos personales se encuentran también sus señas particulares, con la excepción de una mirada siempre baja y con algún destello, como la ultima hoja verde de una enredadera pronta a secarse. Tampoco hay precisión en cuanto a sus voces,  aunque parece que las pocas cosas que decían(el, ella, o ...) impactaban profundamente en quien las oyera. En lo que  todos coinciden es en la imposibilidad cierta y comprobada de toparlos en la ronda. En las peores y mas descontroladas tandas, en aquellas donde hasta a los mas expertos les resulta difícil no rozarse con alguien o no recibir un codazo, puntazo o una macula en los bajos del pantalón - que además indica la calidad del que baila siendo la cantidad de manchas inversamente proporcional a la cantidad de tangos que uno ha bailado en su vida - aquel ser esquivaba y mantenía perfectamente arreglada su apostura repeliendo incluso hasta el polvo residual que algún novato entusiasta elevara a la altura de las rodillas.
Los contadores mas exagerados de esta leyenda nos hablan incluso de otra particularidad: Cuando el hombre o la mujer bailaban sus mismos movimientos amansaban cualquier disturbio o posibilidad de choque. Incluso esa cualidad se difundía a toda la ronda. Damos algunos testimonios.
Roberto - "Se aparecía siempre cuando alguna milonga estaba revuelta. Era increíble, Le decíamos "Marinero Miguelin", porque andaba derecho y sin despeinarse cuando había tempestad  de taconazos y codazos. En algún momento dejó de venir porque las rondas cada vez están peor. Miguelin se lo puso el pequeque, por un  tío que tenia"
Marta N . - "Me sacó una vez a bailar.  pero no recuerdo casi nada. Fue como si me hubiera dormido en sus brazos, no tenia conciencia de movimiento ni de la ronda, ni de los otros, solo estaba como hipnotizada por su abrazo. Luego me acompaño a mi mesa. Alguien que pasaba volcó una copa llena de vino manchandonos a todos. Pero a el no. Fue como si su misma ropa inmaculada repeliera el tinto. Me lo acuerdo patente-patente."
Marcos T. - "Habíamos hecho una apuesta con los muchachos, cuando viniera íbamos a salir todos a la pista, porque se decia que era imposible encajarle un puntazo. Hasta que apareció pasaron dos meses, pero eramos pacientes y cuando lo vimos venir con su traje blanco casi complotamos a todos los que conocíamos en la milonga - que eran muchos - para que trataran de sacudirle a la canilla. Creo que fue en la tanda de Firpo que el "intocable" se largo a bailar. Pero aquello parecía Pugliese. Nos cruzamos, nos chocamos, tratamos de pegarle duro, exactamente en los primeros cinco compases. Después se nos olvido todo y nos dejamos llevar por la música. Creo que el tipo ese nos hipnotizo y nos hizo olvidar de todo porque ni siquiera me acuerdo cuando se fue."
Maruca - "Cuando era joven se contaba mucho esa historia y aquella otra, la de la milonguera fantasma que te hacia bailar una milonga y te enloquecías.  Yo nunca lo vi, aunque cada tanto hay uno que cuenta alguna historia. Tengo ahora 70 años, así que es imposible que el mismo tipo siga todavía por las rondas, seguro que es un mito. Tambien oi que su presencia no es buena, sino todo lo contrario, porque cada vez que aparece se muere alguien. Pero son habladurias de los que no bailan."
T: "oí esa historia en Grecia. Y después en Italia. Creo que no existe. Nadie dura tanto en la ronda sin que le arreen. Aunque he visto algunas mujeres que me enamoraron, ninguna me conmovió, como dicen que hace "La madonna". Creo que es un invento de los milongueros viejos para que la gente baile mejor" 
Pato - "Era una mujer, pero una mujer de verdad, nada de virgen, buena figura, buenas piernas y ese vestido como de otro mundo.  La saque a bailar una sola vez y enseguida me arrepentí porque no le llegaba ni a los talones. Pero ella siguio bailando como si nada.  Ahora hasta las mas pataduras a veces te dicen que no o te dicen gracias al segundo tango. "
Ramiro, un amigo de Pato - "En aquel tiempo no eramos amigos con este, solo conocidos y ya lo tenia  entre ojos. Queria encajarle un codazo en medio del bigote o darle de lleno en el tobillo, porque ademas de mal bailarin y creido se habia ido una noche con una piba que le dije que me gustaba, y no le importó. Cuando sacó a bailar a "la virgencita" me le acerqué todo lo que pude y dale gancho y sacada y voleo. Nada, che, no hubo forma.No me acercaba ni a medio metro. Con la bronca que tenia se me ocurrio esperarlo a la salida de la milonga para bajarle todos los dientes. En eso veo que la puerta se abre y sale "La virgencita". Me produjo un sentimiento...no se como explicarlo, como si al verla irse se fuera algo de mi con ella. me anime a decirle: "quiero verte una vez más". Ella dijo: me veras algun dia, pero todavia falta."
Por un momento pensé que ella era la muerte. no sé porque se me ocurrió.
 Un poco mas tarde salió Pato. Creo que se dio cuenta que estaba raro.Al final terminamos la noche tomando cervezas y comiendo pizzas en una panadería cercana. Luego nos enteramos que El Ardiles se acostó a dormir despues de la milonga y ahi se quedó. Quiza ella vino a buscarlo para decirle al oido :ultima tanda".
Hasta aquí los testimonios. La leyenda,lejos de terminarse aquí, sigue viva, entre aquellos que invocan la figura mítica del "intocable" o la "virgencita"  para alejar toda la frustracion que producen los encontronazos, los malos bailarines, los irrespetuosos o la impotencia de no poder bailar con la soltura de un Cristo deslizandose por las aguas tumultuosas del codazo, esquivando la granizada de voleazos traidores y quienes esperan la llegada del  mensajero blanco que se los lleve a bailar, para susurrarle al oido las fatales palabras que cierren para siempre su propia milonga.

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