Ir al contenido principal

LOS SEÑORES MAWARTS Y SU HOSTAL MILONGUERO - por Amancio Polinya

Los señores Mawarts pertenecen a un antigüo linaje aristocrático del imperio Austro-húngaro, aunque su anhelo secreto es ser solo una pareja de buhoneros magiares vendiendo objetos raros en aldeas del bosque.  
Viven en un hostal para tangueros arriba de una colina llena de vizcacheras desde donde se ve en lontananza las luces titilantes de una milonga que abre todas las noches, una de esas milongas llenas de gente jaranera y alegre, que sufre en silencio su alegría, pensado que los otros, los demás, los que no son ellos, respetan demasiado el tango para permitirse una carcajada o un alborozo fuera de lugar. Y así van contenidos de tristeza fingida, encorsetados en un simulacro de melancolía y al salir, gozosos blanden palmas a la nada y ríen con sorna demente a los espectadores Mawarts, que no necesitan fingir que son, porque son, asomados a la ventana de su salón, que es inclinado para favorecer el baile del señor, que es mucho mas bajo que la señora. Y acaso mas complejo.


Los señores practican el tango canyengueado, que vieron en sus viajes al Uruguay —que es un país y también un estado de animo—  en su inclinado salón de parquet venerable, parquet de tablas de barco superviviente de naufragios y espuma en el que bailan quienes están en el hotel hospedados, al compás del piano de la señora, que toca con sus manos grandes  valses criollos, tangos y milongas al estilo de Brahms, acompañada por el violín del  recepcionista que parece Grapelli luego de cuatro grapas. Pasan las tandas y, en los intermedios, la señora misma complace a los huéspedes con canapés de vieira y vinos especiados, mientras su marido, que sueña con ser un malevo de Borges, cuenta aventuras imposibles y hazañas incoherentes, paseándose por el salón con zancadas cortas y un cordial que a veces derrama sobre quien no lo escucha.
Si alguien se queja por la inclinación del piso o rehúsa los canapés o los vinos, los señores Mawarts abandonan el salón en silencio  y se van a un estanque cercano, donde ella llora y el insulta en gaélico, hasta que el mayordomo y un mono araña vestido con chaleco los van a buscar.
 Ella es además de hostelera modelo de pintores impresionistas. 
El quiso ser espartano, pero no lo favoreció la época, ni la austeridad de la sopa negra.  Es poeta, pero solo los miércoles y en horario nocturno, luego de su ronda por los pasillos llenos de habitaciones, donde recarga agua fresca en jarra y pastelitos de hojaldre y membrillo, por si alguno tiene hambre al venir de la milonga o simplemente entre sueños. 
El mono vestido de chaleco lo acompaña, pues aunque simula el paso de coraje del hombre acostumbrado a la violencia, el señor Mawarts teme encontrar en la oscuridad  algún fantasma firuletero o  algunas animas en Pugliese perpetuo.
La cena, consistente en consomé y tostadas con patés diversos, se sirve en este hostal a las ocho en punto. Y si el huésped no esta sentado a esa hora a la mesa gigante comunal en la que se comparte vianda, borgoña, vivencias y  tangos olvidados cantados con voces olvidadas, el señor Mawarts es capaz de traer al despistado o al dormido de los pelos o asiéndolo de una oreja, marcándole en un curioso cartón un sello rojo con la palabra «impugnado». Se le niega el jarro de agua y el pastelito y se le impide el acceso al bailongo inclinado.
Dos veces a la semana bajan a la milonga en un landó fileteado con escenas del tango de prostíbulos  tirado por caballos ruanos. La señora asomadas tras las cortinas del carruaje tocando  en una pequeña citara canciones de Rosita Quiroga y el señor en el pescante, compartiendo chistes chuscos con el cochero, que es pluriempleado de funerarias y arreglero de cromos por las mañanas. Cuando entran en la milonga un silencio respetuoso corre por la ronda y hasta parece que las orquestas adecuaran el compás a su paso. El señor se hincha en su estatura y ambos parecen  al bailar juncos arrullados por el río.
Los señores Mawarts son ante todo milongueros. Ni mas ni menos inusuales que otros milongueros que andan por ahí.  
Si alguna vez van a su hostal  tengan la delicadeza de bajar puntuales a la hora de la cena. y sobre todo bailen como puedan en su salón inclinado, festejen los chistes del señor y alaben los canapés de vieira con mostaza de Dijon de la señora. 
Porque los harán felices aceptando su hospitalidad a la vieja usanza.
* GEMA BERNALTE SANZ Y JOSEP SOLÀ BEUMALA interpretaron y cedieron gentilmente las fotos de los Señores Mawarts. Al verlos con sus disfraces carnavalescos me inspiraron una vida y una sucinta biografía. Por eso quiero darles las gracias. Gema, Josep. No se si ganaron el concurso, pero lo merecían.( en Realidad todos los Joseps estaban rutilantes este carnaval).

Comentarios

Ramon Frachini ha dicho que…
Usted lo hace muy poetico. Reuerdo que cuando me hospede alli con motivo del festival de Tango Tanguitensen el señor Mawarts iba por los pasillos gritando a cada hora "Las doce han dado y sereno o las tres han dado y sereno". Muchos huespedes directamente huyeron por la ventana luego de zamparse los pastelitos
Rolita Pincedete ha dicho que…
Aunque el suelo que se ve en la foto es de ceramica, corroboro su informacion. El recepcionista y el mono arrastraban todas las noches el piano al salon, para que la señora tocara. No se bien si eso era tango, pero al cuarto vino especiado todos bailabamos con un contento y una milongueridad superior
Sr. y Sra. Mawarts ha dicho que…
El Sr. Mawarts está barriendo la glorieta desde esta mañana en previsión del evento a pesar de que le he dicho que este año no es bisiesto. Pero nada...el sigue con lo suyo. Dice que tenemos muchas reservas y que se hace desafiando al calendario. ¿Se lo pueden creer? Tendré que aumentar el pedido de moluscos, desde que aparecimos en su blog nos llueven los clientes. Agradecidos eternamente. Los Mawarts.
Juan Ignacio Arias ha dicho que…
Señores Mawarts, tenga ustedes muy buenas fiestas, las que sean. Agradecido estoy porque me han permitido husmear en su genalogia. Un abrazo milonguero.

Entradas populares de este blog

Incidente en el cielo milonguero - Una parábola con implicaciones parabólicas(Por Cátulo Bernal)

 —Eso que los creyentes, llaman el cielo, no es una locación imperturbable —dije mirando a los demás lusiardianos, huérfanos del «Oriental» la milonga al aire libre que ahora solo existía en nuestro recuerdo. Era una noche triste de sábado en que no había una sola milonga en la ciudad condal. Estábamos en la semi penumbra del bar «Roñoso» compartiendo licores de garrafa a la mortecina luz de un par de quinques de kerosén, rescatados del almacén del decrépito establecimiento, luego de que un vendaval de agua cortara toda posibilidad de luz eléctrica en cinco manzanas a la redonda.  En la cocina tres espitas con espetones que mantenían caliente un caldero lleno de aceite para las habituales frituras y otras excrecencias alimenticias, completaban la siniestra iluminación de la taberna, con su característico mural en que se recreaban los bailongos de las cuatro edades del tango: la de oro, la de plata, la de bronce y la nuestra, que nuestro filósofo de cabecera había bautizado com...

A PROPOSITO DEL PIBE JACINTO

El misterio del pibe Jacinto Bailaba feo, pero nadie bailaba como él. El Pibe Jacinto fue el mito más extraño y fascinante de las milongas. La primera vez que lo vi, fue en los confines de aquella efímera milonga de Pocho y Beba, que anduvo desangrando noches inolvidables durante cinco años hasta que ya no fue. Yo paseaba la mirada por la ronda desde una mesa a la que se acercó para cambiarse los zapatos uno de aquellos viejos milongueros con un bolso de cuero al hombro, donde seguramente había un frasco de colonia, un par de pañuelos,   medias y algún libro ajado, además de algunos otros implementos útiles, porque siempre se sabe donde empieza la noche, pero nunca donde se acaba. Aquel hombre, se estaba calzando los zapatos cuando miró a la ronda, divisó algo, puteó entre dientes y, con el mismo empeño que había puesto para calzarse, se volvió a poner los mocasines de calle y se fue sin decir palabra. Miré a la pista. Una pareja avanzaba entre las armoniosas figuras siempre v...

ANOCHE VINO ZOTTO

  Siempre hemos tenido una relación un tanto extraña con el «Nene»   Desencanto.  Desde aquella vez en que el Pibe   Pergamino  me lo presentó en uno de esos eventos con milonga suburbana y compartimos el autobús de vuelta y algunas media lunas pegoteadas en la madrugada tardía. En este verano caluroso lo estoy viendo como un calco de ese ayer, mientras se esmera por sacar a las pibas principiantes en la  Milonga de la Fuente .  La chaqueta arrugada, la camisa negra    blanqueada de sudor, los bajos del pantalón    manchados con puntazos y voleas mal encajadas, el pelo en desorden,  Las puntas de los pies ardidas    de pisar un canyengue mal hecho, los ojos semi cerrados, aunque con el fiero brillo — en la mirada y en la ropa— del milonguero superviviente de otras épocas. Con todo lo bueno y lo malo que esa pertinencia conlleva. Desencanto  proviene de otro mundo, en el que está bien visto que una dama o, en su c...