Dicen que un nombre puede prefigurar un destino. Apellidarse Sorete, Hitler, llamarse Juan Domingo Balbin o simplemente Ernesto Guevara Anchorena acortan las espectativas de libre albedrío de una persona y la abocan a penalidades y sufrimientos. Hay quienes ven en esta miserable imposicion de los progenitores una finalidad sin entender que solo es una venganza a largo plazo. Pero el hombre que nos ocupa iba mas allá. No hablaremos de su infancia ni de sus lecturas obvias a Mark Twain. El episodio que da comienzo y sentido a la vida de Tomas Soyer ocurrió en el verano del 98 cuando vió en un lugar de veraneo a una milonguera. Estaría acaso embrutecido por el sol y las cervezas, tendido en una reposera o con el culo en el agua. No lo dicen las crónicas. De pronto ese hombre cuyos gustos no conocemos ve pasar a una mujer ceñida en un pareo, con una bolsa, una de esas ostentosas bolsas de guardar zapatos de tango colgada en uno de sus hombros. Soyer la vio y le gusto su irse. Tenia ese tipo de espalda que es casi un rombo, con delicados huesos como alma de cometa ondeando al viento. Perturbado, Soyer abandono toda relajación y se puso a seguirla, playa tras playa, siempre a prudente distancia, admirando su paso y su elegancia. Quince minutos de caminata bajo el sol desembocaron en una playa distante en donde habían organizado una milonga, una de esas milongas de festival de verano, en las que los milongueros y las milongueras dejan atrás toda etiqueta y pudor y se muestran, en cotideaneidad sin metáforas. Muchos amores de milonga han comenzado o han terminado allí. Soyer, que no era milonguero se sentó al costado de la ronda improvisada en redor a los bolsos y a las cosas de playa y se puso a ver como bailaban. Quien ha bailado en la arena sabe que no es el lugar mas adecuado para la belleza. Las piernas sufren, el eje se ve constantemente sometido a los desniveles de la playa. Alguna piedra se cuela siempre en las planta y los sanguchitos y pivots son elementales. Pero la mujer de los zapatos - a saber porque había llevado la bolsa, quizá estaba buscando que alguien se fijara en ella por lo insólito de su complemento - era la única a la que los elementos parecían respetar. Se movía con gracia, soltura y equilibrio entre los que malpisaban al compás de Pugliese.
"esta mujer - se dijo Soyer - que es capaz de cabalgar las huellas del tiempo sin rozarlo - esta mujer es la mujer" y se dispuso a conquistarla. No era agraciado, ni muy inteligente, no tenia casi habilidades para la danza. A su favor solo su confianza y su voluntad. Podría haberse acercado, hacerse el simpático, invitarla a un vermut, dejarse interesar por el tango, que era para el un territorio desconocido. No hizo nada de eso. Decidió que su destino estaba unido con su nombre, imagino que para interesar a una mujer así de fascinante debía hacer algo grande. " Bailare tango", pensó " lo bailare como no lo baila nadie", y como intuía que eso no bastaría para enamorara a una mujer así se dijo: "Voy a hacer un barco, un barco en donde se pueda bailar solo tango, que todas las noches llegue a una playa nueva, y atraiga a los que bailan y allí podré bailar con ella".
La crónica no cuenta como obtuvo el dinero para el barco. Se sabe que tomaba en secreto clases con uno u otro maestro, siempre de incógnito, nunca mostrándose en ninguna milonga. "Si bailamos - pensaba - sera en los salones de mi barco, mientras la luz del atardecer se cuela por los ventanales y el mar mece la pista gigantesca de madera. Ninguno podrá mantener el equilibrio, solo nosotros". Ella. Y yo.
Soyer no era nada. Animado por una falsa visión de amor y por un sueño se transformo en una versión moderna de héroe y asceta. Recorrió la sabiduría de la ronda, la armonía, el caminar, la cadencia, el silencio, la delicia de aquietar el movimiento en una caricia para volver a salir en compás y melodía. No le bastaron las pistas comunes. Practicaba en una pista que se hundía diez centímetros según donde te pararas. Eso hizo que su baile fuera toda una proeza acrobática.
Pasaron dos años. El barco estaba listo. El hombre también. Ayudado por un milonguero y un musicalizador el BARQUITO MILONGUERO - tal el nombre que figuraba en el costado - Comenzo su andadura.
El procedimiento era mas o menos el mismo. Atronando Darienzo se acercaba a las playas al atardecer y anunciaba la milonga de la noche. Anclaba y esperaba que los milongueros vinieran. Paso un año hasta que la fama y el boca a boca comenzaron a llenar la pista. A Soyer no le importo. Esperaba, siempre vestido de impecable blanco, con una copa de Medoc en la mano, al costado de la pista. Quien es milonguero sabe lo que pasa y se informa donde esta la movida. Con el BARQUITO MILONGUERO paso igual. Pronto fue famoso por la calidad y la extensión de la milonga. Abría al caer la tarde, marcaba la ultima tanda a las ocho. Siempre en lugares de veraneo, siempre siguiendo el sol. La mejor musica, la mejor bebida y comida.
Que los mas afamados milongueros llenaran la pista se hizo habitual, que se tejiera un mito en torno al barco también.
A lo largo de la playa, buscando el norte o el sur, según se mire, BARQUITO MILONGUERO llenaba de tango itinerante el verano.
No extenderé la ansiedad ni el símbolo. En algún momento de esta crónica, pasa lo que tiene que pasar. La milonguera desconocida sube al barco, se deja seducir por la sensacion de otredad que representa una milonga en el mar, mecida por el océano, identifica y es presentada al anfitrión, bailan, una, dos, tres tandas, un ininiterrumpido Pugliese que se extiende en noches y días o descansa en Canaro. el brazo de el ceñido al talle frágil de ella, ni siquiera bailando, solo flotando entre el agua y el aire.
La crónica no cuenta el después. De una noche a otra noche la fama de BARQUITO MILONGUERO y su derrotero por las playas se pierde mar a dentro o en una tempestad, o en los recuerdos casi seniles de un canyenguero que toma vida, vino blanco y sol en la playa y todo se le va acabando.
No sé si es un hecho, una fabula o una historia.
Pero que bueno seria que alguien se dejara fascinar por ese sueño loco y tuvieramos un barco al que subir y bailar tango entre el cielo y la tierra, en el ningún y sin el donde de referencia. Que bueno.
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