Solía venir a la milonga de blanco riguroso (como si guardara a perpetuidad luto oriental) desde uno de esos barrios periféricos en los que el buen gusto en el vestir es casi un oxímoron. Lo anunciaba su coche, una antigualla en miniatura que había pertenecido a un dueño fallecido por sacar la cabeza en un baden y al que su fantasma hacia sonar la bocina ante la inminencia de cualquier accidente
natural - como un pozo frente a la milonga en el que los vecinos abocaban regadíos y que servía como piscina improvisada para los chiquillos en verano - con un sonido asordinado e incoherente.
De los pies a la cabeza era chino en sus maneras, en sus modales, en su ceremoniosa forma de prefigurar un gancho o un sanguchito largamente meditado y correcto en todos los sentidos. No obstante, toda esa orientalidad se desvanecía al hablar pues mantenía un cerrado dialecto cordobés de frases atropelladas y fugaces que lo situaba quiza en Alpa Corral o Salsipuedes y que desorientaba a todos los coleccionistas de tópicos que no lo conocían.
Se llamaba Faustino Casalis y sus padres habían migrado en un carguero, dejando atrás alguna deuda de juego con la mafia o los usureros. Tuvo una infancia triste en el que solo su determinación y el buen gusto no lo abocaron de cabeza al mundo colorista y estridente del cuarteto.
Si algún ingeniero - de esos que a veces invitan a la milonga y que solo sirven para aburrir a los demás con sus comentarios desdeñosos - se hubiera tomado la molestia de seguir su derrotero en la ronda habría constatado un circulo perfecto adornado por figuras perfectas a lo largo de la circunferencia como si su caminar fuera uno de esos trazados con compás que los pibes hacíamos para no aburrirnos en las clases de geometría. Si un cura, llevado en volandas por un ángel atisbara ese trazo desde las alturas, vería más bien el roseton de la iglesia inacabada con el que soñaba por las noches. Si lo viera un borracho, desde su perspectiva en contrapicado, vería una amenazante banda blanca que se acercaba cada vez mas. Los poetas solo veíamos un dandi que hacia sufrir la música con su ropa impecable.
Siempre se sentaba a la misma mesa, a la misma hora y en sempiterna compañía de otro especimen taciturno al que apodaban "el pibe Krisnha" por sus pantalones bombachos de color azafrán y su tez olivacea. Entre los dos consumian una botella de anisado, dos empanadas de pollo y un cartuchito de chipá que hacían durar toda la noche mientras departían filosoficamente sobre mujeres que los desdeñaban..
Las pocas pibas con las que bailaba decian que era una sensacion no exenta de rareza apoyarse en ese pecho finamente musculado y dejarse llevar por Tanguito Shaolin en sus dibujos que a la vez parecían improvisados y estudiados. Daba, en palabras de Lucrecia Piri, cierto "placer asquesoso".
Los seres humanos estamos acostumbrados a encasillar a las personas, a esperar ciertos comportamientos según sus rasgos o una conducta acorde con su vestimenta. Nosotros, repatingados y reunidos bajo un borgoña generoso cerca de la parrilla no dejábamos de imaginar al hombre en un situación de pelea: ¿dejaria a un lado la chaqueta y se pondría a repartir mamporros y patadas hasta acabar con los elementos distorsivos?. ¿Sacaria acaso un fino palillo con el que iría ultimando en movimientos marciales a los patoteros?.
Una de esas noches que nunca pasa nada estuvimos a punto de ver nuestras ensoñaciones realizadas, cuando una barrita de buscarroñas con la correspondiente carga de cargosos aledaños recalo de una farra extinta al "Oriental" haciendo bulla y queriendo acaparar a empujones los choripanes. En todas las mesas habia milongueros de cuidado a los que no les importaba de vez en cuando repartir algún tochi. Pero esta vez no se movió ninguno porque todos sabían que en la mesa estaba Tanguito Shaolin, dueño de una leyenda no comprobada, preparado para hacer valer su puños como cobras, acaso secundado por el alcoholismo marcial del "Pibe Krishna" que repartiría entre los aprovechados precisos impactos de Chipá.
Conforme dice el diccionario una leyenda es una relación de sucesos que tienen mas de maravillosos que de verdaderos. La estela mítica de tanguito Shaolin no llegó a cumplirse: de la impresión se atragantó con un hueso de pollo que había en la empanada.
Los patoteros convidaron con tragos a los hombres de bien y cortejaron a las mujeres con gran urbanidad. Se fueron tres horas mas tarde, cuando llegó la ambulancia..
natural - como un pozo frente a la milonga en el que los vecinos abocaban regadíos y que servía como piscina improvisada para los chiquillos en verano - con un sonido asordinado e incoherente.
De los pies a la cabeza era chino en sus maneras, en sus modales, en su ceremoniosa forma de prefigurar un gancho o un sanguchito largamente meditado y correcto en todos los sentidos. No obstante, toda esa orientalidad se desvanecía al hablar pues mantenía un cerrado dialecto cordobés de frases atropelladas y fugaces que lo situaba quiza en Alpa Corral o Salsipuedes y que desorientaba a todos los coleccionistas de tópicos que no lo conocían.
Se llamaba Faustino Casalis y sus padres habían migrado en un carguero, dejando atrás alguna deuda de juego con la mafia o los usureros. Tuvo una infancia triste en el que solo su determinación y el buen gusto no lo abocaron de cabeza al mundo colorista y estridente del cuarteto.
Si algún ingeniero - de esos que a veces invitan a la milonga y que solo sirven para aburrir a los demás con sus comentarios desdeñosos - se hubiera tomado la molestia de seguir su derrotero en la ronda habría constatado un circulo perfecto adornado por figuras perfectas a lo largo de la circunferencia como si su caminar fuera uno de esos trazados con compás que los pibes hacíamos para no aburrirnos en las clases de geometría. Si un cura, llevado en volandas por un ángel atisbara ese trazo desde las alturas, vería más bien el roseton de la iglesia inacabada con el que soñaba por las noches. Si lo viera un borracho, desde su perspectiva en contrapicado, vería una amenazante banda blanca que se acercaba cada vez mas. Los poetas solo veíamos un dandi que hacia sufrir la música con su ropa impecable.
Siempre se sentaba a la misma mesa, a la misma hora y en sempiterna compañía de otro especimen taciturno al que apodaban "el pibe Krisnha" por sus pantalones bombachos de color azafrán y su tez olivacea. Entre los dos consumian una botella de anisado, dos empanadas de pollo y un cartuchito de chipá que hacían durar toda la noche mientras departían filosoficamente sobre mujeres que los desdeñaban..
Las pocas pibas con las que bailaba decian que era una sensacion no exenta de rareza apoyarse en ese pecho finamente musculado y dejarse llevar por Tanguito Shaolin en sus dibujos que a la vez parecían improvisados y estudiados. Daba, en palabras de Lucrecia Piri, cierto "placer asquesoso".
Los seres humanos estamos acostumbrados a encasillar a las personas, a esperar ciertos comportamientos según sus rasgos o una conducta acorde con su vestimenta. Nosotros, repatingados y reunidos bajo un borgoña generoso cerca de la parrilla no dejábamos de imaginar al hombre en un situación de pelea: ¿dejaria a un lado la chaqueta y se pondría a repartir mamporros y patadas hasta acabar con los elementos distorsivos?. ¿Sacaria acaso un fino palillo con el que iría ultimando en movimientos marciales a los patoteros?.
Una de esas noches que nunca pasa nada estuvimos a punto de ver nuestras ensoñaciones realizadas, cuando una barrita de buscarroñas con la correspondiente carga de cargosos aledaños recalo de una farra extinta al "Oriental" haciendo bulla y queriendo acaparar a empujones los choripanes. En todas las mesas habia milongueros de cuidado a los que no les importaba de vez en cuando repartir algún tochi. Pero esta vez no se movió ninguno porque todos sabían que en la mesa estaba Tanguito Shaolin, dueño de una leyenda no comprobada, preparado para hacer valer su puños como cobras, acaso secundado por el alcoholismo marcial del "Pibe Krishna" que repartiría entre los aprovechados precisos impactos de Chipá.
Conforme dice el diccionario una leyenda es una relación de sucesos que tienen mas de maravillosos que de verdaderos. La estela mítica de tanguito Shaolin no llegó a cumplirse: de la impresión se atragantó con un hueso de pollo que había en la empanada.
Los patoteros convidaron con tragos a los hombres de bien y cortejaron a las mujeres con gran urbanidad. Se fueron tres horas mas tarde, cuando llegó la ambulancia..
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