Juan Salvador Beyoso quería volar. Deslizarse por la pista con sus zapatos inmaculados sin que lo perturbaran los puntazos y las castigadas, los violentos movimientos que excedían las baldosas de cuarenta por cuarenta, de chambones inadecuados, abrazadores compulsivos y malos bailarines en general. Era un duende a la siesta en una tierra de monstruos indecentes, pisadores fantasmales y pibas mal agarradas. Buscaba en vano una ronda perfecta en que los bailarines excelsos pronunciaran sus terribles prosas de hombría y coraje con amabilidad y poesía, pura prosodia de las suelas acariciando apenas las baldosas que se habían llevado la esperanza de muchos.
En vano se paraba en los quicios de milongas suburbiales atisbando el interior. Siempre obtenía la misma desagradable impresión; una ronda falta de armonía y de reglas, librada a la mano de dioses esquivos y caóticos, derrochadores de dones entre gentes sin ley.
Él, que siempre se había regido por los sagrados principios y preceptos de la milonga antigua, veía con horror como hombres y mujeres, perdido todo el decoro, confraternizaban alegremente en las mesas, compartiendo vino y migas desvergonzadamente.
Y ya ida la noche, departiendo alegremente se retiraban juntos, horror de los horrores, hacia la oscuridad que remoloneaba aún en las entradas de los garajes y otros orificios de lo nocturno.
Juan Salvador Beyoso quería volar, pero la insoportable ruindad de lo cotidiano lo arrastraba a la tierra, enfangandole los pantalones bien tableados con el sino desidioso de lo innoble.
Como babeantes mastines de campo le asaetaban las patas los villanos, le manchaban los ruedos las puntas de los ansiosos, le deslucían el lustrado zapatal los histeroides espécimenes del nuevo siglo, ataviados con sus insignificantes ropas babuchescas y payasiles.
Se atrevían a desmejorarle el traje oscuro bordeando a purpureado con sus chillonas chafalonias y sus fluidos semanales todos concentrados en la sobaquera generosa, cristos de la crotada paseando sus vahos por los reductos santos!!!!.
y las mujeres, las mujeres no eran mejores, abrazadas a la armadura en la que todos los fines de semana libraba su particular batalla contra la dejadez y la estulticia. La mujeres le mojaban el lábaro que desplegaba generosamente para la ocasión en la mano izquierda, llenandoselo de humores y olores a churrasco y grasa reconcentrada(habrían venido a la milonga directamente desde la parrilla, apestando a papa frita y achuras, achuras...)
Juan Salvador Beyoso aspiraba a un horizonte de belleza, de perfectas zancadas pisadas en el sutil, el prodigioso compás mítico del dios Gardel, que solo balanceaba los hombros y bailaba, como bailaba. Y lo único que obtenía era un sitio en una miserable ronda interna de pataduras despiadados, prisionero de sus pies a los que no hacia gracia y que lo consideraban un enemigo cada vez que los calzaba con los horribles puntudos tricolores.
Porque esos eran los zapatos que dictaba el decálogo. Y en su profundo temor a profanar lo sacro desmejoraba a los artífices de su libertad. A los únicos que podían darle las alas.
Juan Salvador Beyoso voló una noche. Y con el sus dientes. Unos paisanos hartos de oírlo criticar a todo y a todos lo impulsaron en eclíptica descendente por la puerta de atrás, de cara al baño.
Nunca más volvió, nunca más lo vi. Dicen que se hizo ministro anglicano.
Porque nadie le dijo nunca que la milonga era para divertirse?, porque lo condenaron a una inquisición forzada?. A una vejez prematura y machacona?.
Para volar es necesario que haya cielo. Y este que tenemos esta lejos. Entretanto nos conformaremos haciendo más soportable este suelo que compartimos y trazamos con nuestros pobres pasos.
Por eso amigo mio que vas a la milonga no dejes que te contaminen jamás los decaloguistas, los enciclopedistas, los congresistas del baile y los artistas de la pedagogía. No estas en la ronda para recibir lecciones, ni para tomarlas, ni para transformarte en un muñeco sin emociones.
Disfruta tratando de respetar a todos y sobre todo respeta a tus pies.
Ellos saben.
En vano se paraba en los quicios de milongas suburbiales atisbando el interior. Siempre obtenía la misma desagradable impresión; una ronda falta de armonía y de reglas, librada a la mano de dioses esquivos y caóticos, derrochadores de dones entre gentes sin ley.
Él, que siempre se había regido por los sagrados principios y preceptos de la milonga antigua, veía con horror como hombres y mujeres, perdido todo el decoro, confraternizaban alegremente en las mesas, compartiendo vino y migas desvergonzadamente.
Y ya ida la noche, departiendo alegremente se retiraban juntos, horror de los horrores, hacia la oscuridad que remoloneaba aún en las entradas de los garajes y otros orificios de lo nocturno.
Juan Salvador Beyoso quería volar, pero la insoportable ruindad de lo cotidiano lo arrastraba a la tierra, enfangandole los pantalones bien tableados con el sino desidioso de lo innoble.
Como babeantes mastines de campo le asaetaban las patas los villanos, le manchaban los ruedos las puntas de los ansiosos, le deslucían el lustrado zapatal los histeroides espécimenes del nuevo siglo, ataviados con sus insignificantes ropas babuchescas y payasiles.
Se atrevían a desmejorarle el traje oscuro bordeando a purpureado con sus chillonas chafalonias y sus fluidos semanales todos concentrados en la sobaquera generosa, cristos de la crotada paseando sus vahos por los reductos santos!!!!.
y las mujeres, las mujeres no eran mejores, abrazadas a la armadura en la que todos los fines de semana libraba su particular batalla contra la dejadez y la estulticia. La mujeres le mojaban el lábaro que desplegaba generosamente para la ocasión en la mano izquierda, llenandoselo de humores y olores a churrasco y grasa reconcentrada(habrían venido a la milonga directamente desde la parrilla, apestando a papa frita y achuras, achuras...)
Juan Salvador Beyoso aspiraba a un horizonte de belleza, de perfectas zancadas pisadas en el sutil, el prodigioso compás mítico del dios Gardel, que solo balanceaba los hombros y bailaba, como bailaba. Y lo único que obtenía era un sitio en una miserable ronda interna de pataduras despiadados, prisionero de sus pies a los que no hacia gracia y que lo consideraban un enemigo cada vez que los calzaba con los horribles puntudos tricolores.
Porque esos eran los zapatos que dictaba el decálogo. Y en su profundo temor a profanar lo sacro desmejoraba a los artífices de su libertad. A los únicos que podían darle las alas.
Juan Salvador Beyoso voló una noche. Y con el sus dientes. Unos paisanos hartos de oírlo criticar a todo y a todos lo impulsaron en eclíptica descendente por la puerta de atrás, de cara al baño.
Nunca más volvió, nunca más lo vi. Dicen que se hizo ministro anglicano.
Porque nadie le dijo nunca que la milonga era para divertirse?, porque lo condenaron a una inquisición forzada?. A una vejez prematura y machacona?.
Para volar es necesario que haya cielo. Y este que tenemos esta lejos. Entretanto nos conformaremos haciendo más soportable este suelo que compartimos y trazamos con nuestros pobres pasos.
Por eso amigo mio que vas a la milonga no dejes que te contaminen jamás los decaloguistas, los enciclopedistas, los congresistas del baile y los artistas de la pedagogía. No estas en la ronda para recibir lecciones, ni para tomarlas, ni para transformarte en un muñeco sin emociones.
Disfruta tratando de respetar a todos y sobre todo respeta a tus pies.
Ellos saben.
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