La mañana se avezaba lluviosa en el puerto de Tarragona. Algunos paseantes perdidos deambulaban a merced de las ráfagas de viento en el Serrallo. Si mi cliente no llega pronto, pensé, tendré que abandonar la primitiva idea de un menú con pescado por otras suculencias de la tierra, mas contundentes y acordes con el clima.
Por lo pronto disfrutaba con la vista de los imponentes barcos a reparo y degustando una menta con hielo.
El cliente llegó por fin en uno de esos coches pura chapa, reliquias de tiempos idos, un dinosaurio color negro y solferino que aparcó sin ceremonia casi frente a mi mesa. Era un hombre de cabellera profusa y marañosa, vestido con un gabán de cuero que apenas sujetaba su barriga, y ropa en tonos a juego con el coche. Un par de quevedos miel clara le protegían los ojos de mirada insaciable, del polvo volador. Supo que era yo por el impermeable negro, el bigote daliniano y el libro de poemas de Marilyn. Apenas me vio vino a la mesa.
—Creo que me busca, si responde al nombre de Pelandrún.
—Bueno, más bien respondo al nombre de Diógenes. Pelandrún es la herencia de mis antepasados y mi apellido. ¿Puedo?
Se sentó. Pidió un media sombra en copa de brandi y unas tostadas con mermelada de kiwi. Luego fue directo al asunto que nos reunía.
—El hombre que buscamos se llama Cátulo. Cátulo Bernal. Es, entre otras cosas poeta, bailarín entusiasta de tangos y milongas y por sobre todo lo demás, un amigo muy querido. Entre sus muchas ocupaciones, destaca como pluma principal del blog La Bata de Lusiardo, donde desde hace más de quince años se encarga de escribir sobre asuntos de la milonga.
—Disculpe que lo interrumpa. Dice por un lado que baila tangos y milongas y que se ocupa de escribir sobre los asuntos de la milonga. ¿Es un teórico del baile?
—No. No. Milonga, además de ser un ritmo mas rápido que el tango es el sitio donde se baila. Cátulo vino aquí a Tarragona, a cubrir una mega milonga, un evento tanguero llamado EXPOTANGO CATALUÑA 2024, que se hizo hace dos semanas, en uno de esos gigantescos hangares que se ven desde aquí. Iba a ser la cara visible del blog, en un puestito de la exposición, junto con el dibujante David Pugliese, que dibujó el Tito Lusiardo que aparece en la página y venía a personalizar los libros de «Cuentos de milonga y madrugadas». Sabemos que vino porque los organizadores, Joe Corbata y Lucila Cionci, lo recibieron con los brazos abiertos y lo acomodaron en el sitio, tal como nos escribió. Incluso hay alguna foto de él en el puesto el viernes y el mismo sábado, con Pugliese. El caso es que el dibujante volvió esa misma tarde porque había problemas con el tren. Catulo no. De Cátulo solo tenemos registros confraternizando con los expositores, comiendo y tomando en la barra. Y luego en las milongas de la tarde y de la noche, donde al parecer estuvo bailando entusiasmado, mandó emotivos mensajes apenas terminaron las exhibiciones de una pareja italiana y la de Ariadna Naveira y Fernando Sánchez, que lo fascinaron.
»Incluso llegó a la redacción del blog un vídeo donde se lo ve descontrolándose con la música de Village People y otro compartiendo pista con todos los bailarines de la exhibición. Se divirtió como loco hasta las 3 y media de la mañana, hora en que terminó la gran milonga del sábado en la EXPO. Luego de eso, Cátulo desapareció y no hemos vuelto a saber nada de él. Por eso es que estoy hoy aquí, con usted.
—Ya veo. En este ambiente de la milonga, ¿es frecuente que sucedan casos similares? Quiero decir, en otros ámbitos la desaparición es casi un hábito aceptado. Motivos personales, deudas, obligaciones contraídas que no pueden satisfacerse. ¿No podría ser que su amigo haya decidido comenzar una nueva vida en otro lado por algún impago, acaso una disputa irresoluble con algún rival o mal de amores?
—Vamos por partes. Cátulo no tiene rival como poeta. Como bailarín no llega a ser más que un apasionado, un bailarín de corderoy.
—¿Corderoy?
—Discúlpeme. Hace treinta años que vivo aquí pero algunas palabras del viejo país se me quedan. Ustedes conocen al corderoy como pana. La pana no es brillosa, solo tiene un mínimo fulgor y en cercanía. Y es cómoda, confortable. Cátulo es ese tipo de gente. Su abrazo tanguero abriga. Pero nunca será una super estrella ni una presencia notable en la pista como para suscitar envidias. En cuanto a deudas, el blog no genera ganancias, es más bien el emprendimiento empecinado de gentes de milonga, que apenas sobreviven con otros menesteres. El mismo Cátulo gana más con cursos de escritura y talleres que da a gentes de la tercera edad. Hasta ha hecho horas en mi pizzería en tiempos de necesidad. En cuanto a amores...Hasta hace poco estuvo compartiendo vida y piso con su pareja, Nina. Incluso se habló de casamiento. Yo iba a ser el padrino y era requisito indispensable que encontráramos a Clemencio, el padre de Cátulo, que está viviendo en una especie de realidad alternativa llamada la tierra del Go, discúlpeme, ¿se siente bien?
Había tenido como un ligero estremecimiento, un temblor intimo que Diógenes Pelandrún, el pizzero —¿pero no era filósofo?— notó.
—Estoy bien. Solo tuve como una especie de «Dejá raconté». Prosiga señor Pelandrún.
—Bueno, iba a ser una gran boda en el hostal milonguero de una gentes llamadas Mawartz. Pero Nina se cansó de esperar y se fue una noche en que estábamos junto a otros Lusiardianos en una milonga que ya no existe, «La milonga del Oriental». Así que la boda ya no será posible.
—Es curioso. Todo lo que me está nombrando me suena de algo, aunque en el momento no pueda situarlo. Todo me parece familiar. Incluso es posible que yo haya visto a su amigo Cátulo, en estos días. ¿Ha traído una foto?
—Sí. Una de las últimas instantáneas que nos hicimos en nuestra querida mesa del Oriental, debajo del limonero.
Tuve otro momento de desconcierto. El limonero.
—Tome —. Me acerca una foto.
Atrapo la foto entre mis manos tatuadas. Es una imagen de un sitio donde se ve bailar a gente en un gran descampado donde destaca un poste con luces de colores. En primer plano se ve en una mesa un grupo de cinco personas entre las que está el mismo Pelandrún con ropas de cuero, al lado de un hombre con sombrero y chaleco, con rasgos similares a los de Florencio Parravicini. A su lado un aborigen con los rasgos como cortados a cuchillo y la larga cabellera color humo cayéndole sobre una guerrera color carmesí levanta una copa. Pero es la pareja que está abrazada al fondo la que despierta mi interés. Ella es una morena de cabellos rizados, que lleva con elegancia y belleza un vestido negro en el que se aprecia una flor amarilla. Tiene una hermosura serena y de alguna forma me la trasmite desde ese instante robado al tiempo y al olvido. Ahogo un suspiro en mi boca que se está secando. En cuanto al hombre...
El hombre...
Confuso miro a Diógenes.
—Ese hombre...
El filósofo me mira en silencio, como quien se asoma al borde de un pozo e intenta traer desde el centro un recuerdo haciendo movimientos con las manos.
—Cátulo. Cátulo Bernal. Cátulo
Los recuerdos me llegan en tropel.
—Cátulo soy yo. Diógenes ¡ Cátulo soy yo!
Diógenes junta las manos, las desjunta. Me abraza. Retrocede y comprueba si estoy mirándome a los ojos.
—Volviste. Volviste Hermano. nos tenías preocupados. Desapareciste y no sabíamos que hacer. Suerte que tengo llaves de tu casa y fui a regar las plantas.
—¿Le diste de comer a Gustavo Adolfo?Diógenes contesta con tristeza.
—No, Cátulo. El gato se lo llevo. Se lo llevó Nina.
Me cuesta contestar.
—Sí. Claro. Se fueron. Se me fueron los dos.
—Por eso me parece que vos también te fuiste. Por eso, hermano.
Miro el cielo tormentoso. Miro el hangar de la EXPOTANGO CATALUÑA 2024 donde fui feliz a costa de perderme en los olvidos. Miro el reloj que vuelve a la vida como yo vuelvo de días perdidos en un sueño de barcos que se mecen en la nada. Mi amigo el filósofo Diógenes me pregunta.
—¿Y ahora? ¿Ahora qué, Cátulo?
Me levanto y comienzo a caminar hacia el tango móvil, antigua propiedad de un cura o un obispo. Miro el tatuaje de mi mano derecha, un kanji en el que se lee IMA. Y digo.
— AHORA. Ahora es hora de volver.
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