Muchos hemos visto en la milonga payasos involuntarios. Seres que alentados por su propio ego se toman tan en serio como para caer en el ridículo y hacer las delicias de la concurrencia. Todos, sin excepción hemos caído alguna noche en ese papel. Para bien o para mal siempre seremos bufones para alguien. Pero el caso que nos ocupa es diferente. Dos milongueros que decidieron ser payasos de la milonga. Carmelo Fiorito e Isidro Beban siempre fueron torpes en sus modales, maneras, forma de vestir y baile. Y lo sabían. Años de luchar en vano contra ello, hizo que decidieran, luego de tantos años de sinsabores, meterse directamente en el mundo del circo y la comedia, pero no en el circo. Cualquiera es payaso en el circo. Basta un poco de buena voluntad, maquillaje, un traje ridículo y la voz finita. Pero estos dos aspiraban a otra forma de arte. Sabían que la milonga es un espacio de por si surcado por las peores experiencias de la vida, los grandes temas de los que hablaba Shakespeare,