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El profesor de caligrafia milonguera

ENTREVISTAS SOBRE TANGO BAILADO

Soy Henry Sacmer. Entrevistador y detective buscavidas. Hasta el momento he entrevistado a 15 raros diletantes de la milonga y he resuelto cinco casos con mascotas implicadas, uno impago. Vivo en la sede de LusiardoTango.Club, al costado de la peluquería del profesor Maradona, activo militante del peinado para bailongos y antiguo juez de Operación tanguitos piores. Mi hogar no es más que una cocina, un baño sin puerta, un almacén-dormitorio pequeño donde se acumulan viejos productos de los Catalogos Lusiardotango.club  y la sala de estar-redacción. En otros tiempos Cátulo Bernal, Desvarietti, Yamate A. Zilencio y Romulo Papaguachi solían remolonear por aquí, comentando la deriva del baile y las milongas ...

—¡Sacmer, deje de cubrir sus memorias y  vaya a entrevistar al delirante! 

No le contesto. No se le contesta a una voz que sale por un Busto de Gardel, aunque sea la del jefe tácito Hiriart, comunicándose desde alguna siniestra catacumba. El delirante de turno es un tal Tino Bulines, profesor de caligrafía milonguera con el que he quedado en la esquina de Contursi y Santos Vega, a la estrada del clandestino bar Jodete Faustino.

Llueve y mis recursos no me permiten transporte público. Pongo cojinetes anti desliz en la bicicleta Musetta, fileteada por mafiosos artistas locales. Me calzo mi piloto de oscuro indescifrable (amiguitos, no intenten teñir un impermeable sumergiéndolo en un cubo plástico), mascarilla para lluvia y el suplemento antivírico para días nublados: un casco que hice con una garrafa de agua de cinco litros, agujereada en rectángulo a la altura de la boca y pintada en negro acrílico. 4 euros valor de costo y 8 en el mercado libre. 

En tiempos de pandemia hay que apañarse con lo que se tiene.

Las gotas impactan crueles sobre mi invento. Biciclos y otros rodados de moda me superan y salpican. Mis cojinetes devuelven con venganza el barro. 

El carril bici no permite maniobras ni enfrentamientos.

 Contursi y Santos Vega es una locación imaginaria, al igual que el bar Faustino jodete donde me espera, bajo las sombrillas abandonadas en la terraza, un hombre gris y acuoso como el día.

  Si escribiera la verdadera dirección no podría ir a comer con mis vales lusiardo el menú del día, junto a otros empleados desembareados del barrio.

Toco dos veces mostrando mis cubiertos personales (prevención obligatoria) y los de mi invitado. Nos señalan la frente con un termómetro puntero. Entramos.

Adentro hay mesas espaciadas por andamios. Paneles de plástico separan comensales de una misma mesa. Parece el comedor de una cárcel de película, en reformas. Hoy hay guiso de lentejas y guiso de gallina. No traje cuchara.

Pedimos el  menú económico (lentejas para compartir), vino de la casa, pan y agua. Enciendo la grabadora y comienza la entrevista.

P— Preséntese y díganos lo que hace.

R—Soy Tino Bulines —Sí, ya han hecho miles de chistes con el apellido—, profesor de caligrafía milonguera y tango canyengue. Rotulé la edición independiente de Supermilonga, y algunas otras piezas tangueras de historieta. Rotulando manga erótico, que da mas plata, comprendí el secreto de los trazos, el pincel y la tinta china. He extrapolado mi saber al mundo de la milonga, contribuyendo a darle mejor forma para cuando se vuelva a abrir.

—¿Haciendo gráficas y carteles publicitarios?

—No, no. Ya hay artistas gráficos, peleando contra el artista domiciliario que intenta convencerte. El reclamo publicitario en redes es básico y funciona: Mujeres sugestivas con vestidos sugerentes, abrazadas o delante de un tipo cargado de accesorios de moda masculinos, los dos con peinado prolijito y cara de tango. Variaciones formales o informales de lo mismo, según a quien vaya dirigida la clase: Baila,  ven a la milonga, toma clases. Si es exhibición, parece imprescindible la pose sugerente, con el vestido que insinúa todo el trabajo y el empeño por subyugar y seducir; el tremendo reclamo erótico de un cuerpo trabajado que enamora con el movimiento y la mirada. En contraste,  conteniendo todo ese arrebatador deseo, malevizado y embutido en un elegante traje, el tipo. Con cara de tango.

—Dicen que hay gente que baila con la cara. ¿Cómo seria la cara de tango, en pose?

—Es la de alguien que mira hacia adelante, pero consciente de todo su pasado de errores, imprevistos, portentos y azar mal encarado. La de quien  aguanta estoico una emoción profunda o un cuesco —dice Bulines mirando el plato de lentejas que nos sirven—. Y si por  la inevitable deriva del movimiento, emoción y fluido se han exteriorizado, el semblante adusto y serio de quien está dispuesto a negar cualquier implicación. 

La cara Bulines es un lienzo que refleja sus palabras. Hace un segundo cuando hablaba de las mujeres del tango los ojos le brillaban y un hilo de baba le asomaba a la boca. Ahora aprieta los dientes y le tiemblan los cachetes. 

Temo que sea uno de  esas personas de digestión rápida. Prosigue.

—Pero no es esa mi inquietud principal. Maestros y bailarines tenemos derecho a explorar el fascinante mundo del diseñador doméstico. En las redes no hay mas que líneas prefabricadas, tipografías y plantillas que nos unifican y nos hacen perder el delicioso hábito de la escritura a mano. En este tiempo de emoticones ¿Quién hace hincapié en la perfección del sencillo trazo que da vida a un concepto? Por ahí voy. ¿Qué es la escritura sino el intento de trasmitir en el trazo que se asienta en un espacio blanco, la infinita variación y versión particular que el ser individual hace, en base a su experiencia, de la porción e idea del universo que conoce? 

—Es lo que siempre digo.

—Yo busco el trazo artesanal, el afiche casero hecho con amor. Y en el baile, lo mismo. Observe usted la percepción del mundo y los objetos desde los ojos de las culturas orientales: los ideogramas, los kanjis, la deriva de la gota de tinta o el sumi hiriendo sin dudar el blanco impoluto del papel de arroz. ¿Cuántos papeles se han manchado para llegar a ese dibujo que es a la vez imagen, sonido y concepto? ¿Se ha puesto a pensarlo?

—Uf, una barbaridad.

—Exacto, pero no preciso. Mi arte y mi inquietud buscan la imperfección en el baile y la escritura. Para corregir el imprevisto trazo con elegancia, concisión y fortaleza

—¿Cómo aquellos Pinceles eléctricos para dibujar que un loco intentó comercializar a cuenta del blog?

—Eso sería una consecuencia. Y un enchastre. Piense en aquellos monjes del medioevo que pintaban las letras de los manuscritos a mano. Y en la ronda. Estamos acostumbrados a ver el baile a pie de pista. A veces, muy pocas, desde algún palco. Y aun así nuestra visión no es completamente cenital, no vemos el trazo. Piense que cada pareja es un pincel y su baile, en términos metafísicos, un mensaje. Escritura automática destinada a las fuentes de nuestra existencia en todos sus registros y facetas. En términos filosóficos ¿Qué es nuestro baile sino un reclamo seductor hacia los demás y una invocación publicitaria a esas fuerzas intangibles que rigen nuestros destinos? ¿Y que es lo que persigue ese reclamo? Le pregunto.

—¿Qué nos admiren? Que se  fijen en nosotros? ¿Qué nos quieran?

— A pie de ronda. Pero vaya un poco más allá. A las creencias de los antiguos. Esos panteones llenos de dioses cercanos e imperfectos: sumerios, egipcios, griegos, romanos, escandinavos. En aquellos días la gente creía en la rutinaria intervención divina para equilibrar asuntos mayores o menores. Había menos mundo, menos conocimiento, menos gente. Los romanos invocaban en primera instancia a sus lares y penates, dioses o espíritus domésticos para la administración de sus asuntos y a las primeras figuras como Júpiter o Marte para cuestiones de estado, imperio. ¿A donde vamos con esto?

—Primero, al baño. La pifiamos con las lentejas. Después quien sabe. me he perdido un poco con tantos dioses.

—Natural.  Por eso en las religiones actuales, salvo contadas excepciones como en el shinto, con sus ocho millones o infinitos kamis, son monoteístas. Un dios y algunos secundarios. Para los 7.700 millones de  gentes que somos y a pesar del dogma, la omnipotencia y la omnisciencia no son prácticas. Entonces la cuestión principal es ¿Cómo atraemos la fortuna, el azar y los acontecimientos para que nos sean venturosos en este universo de pocos dioses desentendidos de nuestros asuntos cotidianos?

—¿Haciéndonos Shintoistas?

 —No. En Japón son mucha gente. Apenas reparten un kami o entidad divina, para diez mil personas. Bailando mi amigo. Bailando con buena letra, para que el mensaje al universo o las desconcentradas divinidades esquivas en las que creemos vean claramente nuestro mensaje.

—Todo está muy bien. Pero, ¿Cómo lo hace?

—Ahí está la cuestión. En el cómo. Con mi pareja Marcela Bravos habíamos pensado un sistema integral y coherente que aunara la tipografía de invocación espiritual y el baile canyengue. El método Bravos-Bulines. Lamentablemente no funcionó. Nos topamos con la incomprensión y el miedo, además de atraer a algunos milongueros satanistas y espiritistas de ocasión. Así que nuestro ambicioso proyecto de abrir un canal de comunicación hacia lo intangible ha sufrido algunas modificaciones.

—¿Simplificando?

—Ahí le ha dado. Nuestro método se ha quedado en un master con opción a un posgrado: «Caligrafías milongueras aplicadas a la quintaesencia divinal del espiritualismo» y «Asuntos místicos en cursiva o versalita y su importancia en el canyengue. I y II»

Nos interrumpe el sonido metalizado de un tango.  

Leguizamo solo, cantan los nenes de la popular

  —Discúlpeme un momento. Los alumnos. No dejan de consultar por Wasap cualquier duda. ¿Qué pasa Lorenzo? 

Mire, mire la figura y las letras por favor. A ver si lo hacemos bien. —Bulines comparte generosamente la pantalla para que lo vea. Parece que alguien sostiene el móvil subido a una escalera. Abajo y  en diagonal una pareja se dispone a completar algo escrito en el suelo. No se ve bien, ni tanguero. Sus movimientos estarían prohibidos en cualquier pista. Bulines suspira.  

—Perdón que los interrumpa Lorenzo, pero ya empezamos mal con el primer trazo. Ahí donde hicieron el ocho no dice Quiero, pusieron Opiero y no es qinero. Si no son capaces de bailar una consigna tan simple como Quiero dinero, ¿Cómo van a bailar  su mensaje en honor a Spinoza? Sigan practicando y llamenme cuando les salga.  

»Chiquillos. Disculpe. ¿En que estábamos,  Sacmer?  

—En su método abreviado.

—Cursos de tres meses, mitad virtual, mitad presencial, en Espacio Demiurgos. Allí  es donde enseñamos primeramente los movimientos para afianzar el trazo a aquellas parejas que ya tienen una base de baile y milongueridad. Trabajamos la calidad de la caligrafía. Y una vez que el trazo es nítido, personal y revelador de la personalidad de la pareja de bailarines los ayudamos a crear EL MENSAJE.

—¿Cual?

—Cuando comenzamos con Marcela este taller pensábamos que iba algo místico, casi esotérico. Un párrafo que resumiera agradecimiento y petición, hecho con sabiduría, humildad y marketing. La realidad es otra. Lo que en teoría es factible, en la práctica no funciona. En principio todos vienen buscando la comunión con los poderes del universo. Hasta que por la dificultad de los trazos y la complejidad del pedido se decantan hacia mensajes banales que escriben con tiza para bailarlos luego. Hay quienes tienen mala letra pero bailan bien, y viceversa. Tuvimos a una pareja que escribió una pagina filosófica para bailar. Muy bonita. Pero bailaban chueco. Demasiado complicado. No les entraba El Mensaje en la sala de estar de su casa.

—¿y que piden sus alumnos?

Estamos aquí, manden suerte. Te pedimos muchas clases y exhibiciones. Queremos fama y dinero. Amor, belleza para mucho rato y buenos bailes. Hay una plantilla estándar que nos está dando mucha satisfacción. Informal, pero concisa: Che, barba, te pedimos humildemente que nos toque la lotería.

—¿Y toca?

—¿Qué va a tocar? ¿En tres meses y bailando canyengue cómo quiere que toque? Pero la gente sigue bailando y jugando a la lotería. Y además se van contentos con el diploma y el pergamino en tinta china escrito por un servidor, para colgar en casa. Es una buena forma de practicar y acercarse a lo inefable, mientras las milongas están cerradas.

—¿Y cuando abran?

—Y cuando abran veremos lo de siempre mi amigo: gente bailando como puede y trazando en el suelo lo que les sale, metiendo pasos y pasos. Es natural. Podemos corregir una pareja, pero con las rotaciones normales todos los trazos serán otra cosa. Sin orden ni calidad. Pero al menos lo habremos intentado. Lo habremos intentado.


P:—¿Una última pregunta. Supongo que como creador del método, aunque sea fallido habrá escrito un mensaje. ¿Qué pidió a esos poderes, dioses o lo que sea en lo que cree? ¿Cuál es su El mensaje?

Me mira. Saca un billete de 20 euros y paga la comida. Luego abre una servilleta y comienza a escribir con el jugo de las lentejas. Puedo apreciar la seguridad con que da cada trazo, la elegancia de las líneas. Cuando termina se levanta y haciendo un leve gesto de saludo desaparece reintegrándose a la ciudad en confinamiento perimetral.

Alcanzo a ver la línea de una V o una ひ antes que el jugo se asimile a una chorreadura de vino de la mesa. 

Salgo. Me calzo el casco y me ajusto el piloto, desteñidos los tres. Por el camino estoy penbsando en jugar un numerito a la lotería.

Sigue lloviendo. Los dioses escriben sus mensajes sobre el mundo.

Quizá también están intentando atraer la atención de otras divinidades distraídas.

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