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UNA INCURSION AL PAIS DE LAS HADAS MILONGUERAS (Milongueros al rescate II)

Los cuentos de hadas siempre hablan de raptos.  Jóvenes hermosas que son arrebatadas en medio de la noche por reyes elfos, o bebes que son intercambiados por seres arrugados del linaje Elfico. En nuestro caso, la expedición a la milonga de las hadas partía de una premisa fundante: Los amigos Piton Pipeta, El profesor Maradona y el Uruguayo Pococho se habían quedado ahi por pelotudos. Por sucumbir a la lascivia de unas carnes de exuberante rozagancia y a un festín de comida y bebida abundante, que ni en nuestra mas loca fiesta de fin de año podríamos soñar. Sabiendo ese precedente y animados por el misterioso Ricard Marolo, nos dispusimos y pertrechamos con los avios necesarios para plantar cara a la dificultad de entrar por la fuerza a un sitio desconocido, con nuestra energía milonguera, que es poca, pero persistente. El Indio llevaba su famosa lanza choricera a la que había agregado una punta de hierro, que como es bien sabido, suele ser un incordio para estos seres feericos. Arriamos con todo el hierro que pudimos encontrar en el corralon del Tano Rigatuzzi: Un colador de fideos, la tapa de una antigua lavadora a modo de escudo, varios tenedores oxidados,  clavos de 10 centímetros y pequeños clavos para llevar en pistolas tirafondos que llevaba la fuerza de choque compuesta por Vieytes y Luconi, tornillos ennegrecidos para tirar desde gomeras u hondas y una pequeña hachuela de jardín que nos mantendría lejos de aquellos seres. Dos bidones - uno de agua y otro de Cabernet - cecina de chorizo criollo y galleta completaban las vituallas. Y así nos llegamos a la casa con las dos puertas iguales - una que comunicaba con la Milonga del Oriental, que marcamos a nuestra salida con una muesca - y la que conducía al mundo de las hadas. Abrimos, aunque nos costo y en nuestro ímpetu llevamos por delante a un gordo en camiseta que nos miraba rascándose las nalgas. "Humm, se ha desplazado un poco la entrada  - dijo Ricard - Antes bastaba con cavar un agujero y echarle sal para que las hadas no pudieron rellenarlo, suerte que  tengo GPS". Entonces sacó un artilugio que era parecido a un corcho, con dos pequeños tenedores  en equilibrio sobre un palillo de madera roja. "Esto no lo hacen en Corea, es una versión propia, pero servirá". Caminamos cinco metros siguiéndolo y así fuimos a dar a una tienda donde vendían pastas caseras . "Es aqui" dijo Ricard. y señalo unos palos de los que colgaban tallarines para su secado. Ignorando al dueño franqueamos las rústicas cortinas y al deslizar  la ultima vimos como se abría el camino pedregoso que llevaba a la playa de las hadas. Romulo Papaguachi nos hizo volver la vista atrás, para que viéramos que veníamos de una puerta hecha de ligustros. No nos sorprendió.
Los ruidos de  la fiesta y la algarada se oían más fuerte, a medida que íbamos caminando. El baile parecía no haber cesado. Una variación infinita de Piazzolla se oía en el aire con estridencias imposibles. Allí estaba la ronda, con sus bailarines. La temperatura calurosa era la misma. Una luna inmensa bañaba las olas que mecían a algunas hadas bañistas. Las demás seguían bailando igual de exuberantes. La concurrencia humana, entre las que estaban nuestros amigos, parecían al borde del agotamiento. "ahora señores, es mejor que se pongan estos tapones - nos dijo Marolo - Tenemos una sola oportunidad, hay que romper la ronda. Además tenemos que unirnos de las manos y tirar de sus amigos para que dejen de bailar. Canten y desafinen el tango mas horrendo que conozcan. Con eso debería bastar.
Haciendo una cadena comenzamos a cantar a los gritos al estilo Osvaldo Lampone, que es un cantante pésimo "Azúcar, Pimienta y Sal". Todo lo que era armonía se rompió. Las hadas comenzaron a desdibujarse, a transformarse ante nuestros ojos en seres incomprensibles de un aspecto salvaje. Intentaban tocarnos pero los artículos de hierro y un sendero que estaban trazando Vieytes y Luconi con sus pistolas de clavos las mantenían aparte. Pronto llegamos al centro de la ronda, en la que desvariaban todavía los muchachos. Todos los seres mágicos estaban ahora fuera del sendero de hierro, desvanecido su glamour y haciéndonos gestos amenazantes. Incluso habia un par de Seres con aires de Rivero, pero gigantescos que habían salido del agua y nos babeaban desde arriba, musitando "34 puñaladas". Pusimos los tenedores  a manera de antena y al fin pudimos atrapar a los tres babiecas, que habrían salido a festejar en fin de año y se habían quedado prisioneros. Tuvimos que tironear mucho y rociarlos con el cabernet para que volvieran en si. La cecina de chorizo ayudo tambien. Comenzamos a replegarnos en orden por el camino cercado. Quedaba un trecho largo de sendero sin hierro hasta la salida. Cuando estábamos a unos escasos treinta metros del portal las pistolas dejaron de tirar clavos.  Intentamos correr pero la mayoría de la concurrencia feerica nos estaba esperando con semblantes demoniacos. Entonces un hada horrenda de cabellos grises y largos dientes  salio de entre todos aquellos seres. "Mis pequeños, pensaban que iban a salir con bien de aquí. Soy Mab."
Sentí que allí terminaban nuestras hazañas, que alguien chairaba en los rincones el rigor de la guadaña, como dice el tango. La emprendimos a tenedoraso limpio, y las gomeras escupieron sus tornillos oxidados entre aquellos seres, que fueron a ponerse a cubierto. Pero ni aun así podíamos llegar  al portal, que estaba a un metro solamente. Vieytes y Luconi estaban a los sopapos contra aquellos seres, Papaguachi empuñaba su escudo y yo, que soy poeta, me rebaje a la asquerosidad de enviar escupitajos a través de los agujeros del colador, que filtrado por el hierro, causaba algun daño en aquellos seres. Al final Piton Pipeta consiguió llegar al ligustro, que se entreabrió un poco y por el que salio el dueño de la tienda con un palo de amasar, dispuestos a entrar en la refriega porque le estropeaban los fideos. Caimos todos a una, un grupo informe y casi desvanecido, en el que no estaba Marolo,  cuyos gritos sonaban del otro lado "Mamá. Mama, he venido a que me reconozcas.  Cuando era bebe me cambiaste una noche por el hijo de los Marolo. " Ignoro si era verdad lo que decía. Por leyendas sé que hay bebes humanos que han sido cambiados por las hadas. Pero son solo eso, leyendas increíbles
, como esta misma crónica, que de milonga tiene menos que algunos que aprenden a bailar por internet al ritmo de Shakira.
 Pero allí estábamos, saliendo a la noche de vaya a saber que día.
Che - llegamos bien al bailongo de fin de año? dijo Piton Pipeta, con su habitual despiste.
El indio lo hizo callar con un boleazo de sus chorizos endurecidos a viaje y aventura.

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