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LUCIO ARCE Y LAS MILONGAS DE BARCELONA - Por Catulo Bernal

Al Pibe Pergamino le Debian vacaciones.  Yo, que vivo de vacaciones solamente interrumpidas por alguna presentación, eventos literarios o copetines artísticos que siempre prometen frondosos
canapes - y nunca cumplen - y por la aparición con vida en alguna antología de poemas del Oeste  o talleres literarios para personas de la tercera edad a los que suelo ir disfrazado de mi alter Ego Saul Macanian, para venderles mi libro "RIMANDO EN PATAS BAJO EL AGUACERO" -  editorial el Croto 5,49 euros el ejemplar -  accedí a acompañarlo en la loca quimera de gastar toda la semana en eventos milongueros, habida cuenta de las oportunidades pipi cucu que daba esta semana, Tangoneta en puertas, muchos milongueros venidos de afuera y la presencia de bailarines y parejas de gran calidad.
 El Casino,  El Pipa, Aquelarre, la Yapa. Todas aquellas milongas frecuentamos quizá por seguir un ignoto mandato del Pibe que no  sabe a que dioses milongueros reza, pero que le deben obligar a posar sus pies en la pista hasta quemarlos, como una especie de Wendigo del tango. Aunque posiblemente solo sea porque le gusta y porque se siente en su elemento apenas los compases de la orquesta marcan su paso.
Semana de cumpleaños milongueros granados con Teresa Arrebola, Monte Escude y Pilar Ballaloca, que fue correspondida en la Milonga la Yapa que llevan los amigos Pahl y Barber con la grata presencia de un cantautor único: Lucio Arce, que va del tango al humor sin despeñarse, ni despeinarse.
Y fue que el jueves decidimos regalarnos con su presentación en el Bar Pastis, para luego ir a milonguear a Casa Valencia.
Quien no conozca el bar debe saber que apenas es un salón, con un escenario y la barra al lado. O sea que es forzosamente un bar de proximidad. Lo lleva una especie de Hulk a la inversa, pues el hombre parece perpetuamente furioso y abstraído en su propia contemplación de la ira.  Hay quien dice que si lo hacen enervar se transforma en un bondadoso ser que va a leer cuentitos infantiles a los orfanatos y hace tartas para compartir con los jubilados y las palomas. Pero no esta demostrado.
Nos pedimos unas copichuelas de anís y para cortar el dulzor dos pintas de cerveza negra y nos aprestamos a disfrutar del espectáculo, Rodeados de tangueros, nostálgicos y con la presencia de otro cantor de Nombradia. Hernan Lucero,  con el que Arce ha compartido noches en las latitudes australes de la lejana Buenos Aires.
El señor Arce es un fenómeno. Acompañado de su guitarra va haciendo sonar tangos al estilo de los aguafuertes porteños, con curiosas y divertidas historias narradas por perdedores, patetistas y dandis de la milonga a los que les pasa "un caso". Y no se queda ahí, pues le da también a los valsesitos y también a lo que el denomina "milongas nefastas", cuya condicion o requisito parece ser la extinción, el finiquito, el deceso o el pase al otro barrio del protagonista.
El señor Arce parece -  e incluso me permitirá la comparacion física, si cabe -  el entrañable Pepe Biondi Haciendo de Pepe Galleta, el guapo en camiseta, pero mejor empilchado. Sus gestos y sus requiebros me hacen acordar mucho a Biondi. Pero a su vez son una marca de identidad potente y muy personal, como sus letras. Nada de melancolía, nada  de esos tangos de llorar a los que huyen los que no conocen de verdad el tango y nunca se han asomado a bailar a una milonga. Tangos reos, lunfardazos, para escuchar y reirse de verdad. "Trucha", "Que buena esta tu vieja" "centro de Guillermo, gol de Palermo" y muchas mas que son pequeñas andanzas e historias cotidianas marcadas por la ironía.
Promediando la noche Lucero accedió gentilmente a cantarse unos tanguitos para regocijo de la concurrencia y allí se mando derecho a "Suerte Loca", un tango cuya versión mas conocida en la milonga no incluye la segunda estrofa, que fue un regalo. "Anclao en Paris" y algunas más, siguieron al recital dentro del recital. Y así nos dejaron estos dos, con ganas de mas, de mucho más.
Lamentablemente el Pibe Pergamino debía cumplir su precepto, su sacrificio, o lo que buenamente fuera eso que le impedía dejar pasar un día sin bailar. Así que esquivando las furtivas miradas del dueño del bar que había salido a la puerta y estaba dando de mamar a un gatito abandonado con un biberon tejido por sus propias manos, nos fuimos alejando por esas callejuelas del Raval,  paralelas a las ramblas, musitando "que buena esta tu vieja, regando en el jardín"  y así llegamos a Casa Valencia, garantía de calidad, donde estaban todos los milongueros de pro, los propios y los ajenos, para dar culmen a una noche de "esas", y esperando las siguientes milongas de la semana.
 No vaya a ser que el Pibe Pergamino pierda el alma por no bailar.

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